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Peripecias del noh

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Parece ser que el primer occidental que presenció una representación de teatro noh fue el famoso Ulysses Grant (1822-1885), el general norteamericano que tomó parte de la Guerra de Secesión y que ostentó el mando supremo del bando nordista –fue, además, el décimo octavo presidente de los Estados Unidos, entre 1869 y 1877, pero es un dato que carece de importancia. Lo que sí importa es que en un viaje alrededor del mundo que realizó en 1879 se detuvo en Tokio, y sus anfitriones, que no sabían cómo entretener a un visitante tan célebre y extraño, le ofrecieron una representación de teatro noh. El general contempló los solemnes movimientos de este arte sutil y simbólico sin comprender absolutamente nada pero sin sucumbir al sueño, y cuando terminó la representación se dirigió a sus anfitriones y pronunció una frase llena de admiración: “No permitan que se pierda esta maravillosa obra de arte”.

El noh carecía entonces de la resonancia popular que, en cambio, sí tenían el kabuki y el teatro de marionetas. Exclusivamente dirigido al entretenimiento de la corte, las representaciones accesibles al público fueron haciéndose entonces cada vez más infrecuentes. El noh se convirtió en algo muy parecido a un ritual; por otra parte, los nobles estaban tan versados en los textos que era innecesario (y hasta indeseable) que las piezas fueran dramáticamente convincentes. Los diálogos se volvieron monocordes y los gestos terminaron por estilizarse. Una mano que se alzaba lentamente hasta el rostro significaba llanto, y un golpe fuerte dado con el pie en el suelo significaba la desaparición de un espíritu.
No sorprende, entonces, que a pesar de no haber entendido absolutamente nada Ulysses Grant no se quedara dormido.

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Aunque se siguen escribiendo piezas de teatro noh, si se pusieran en un solo volumen todas las obras escritas desde el siglo XVI en adelante no superarían las escritas sólo por Zeami Motokiyo (1363-1443): más de cincuenta, entre las que destacan las obras maestras Izutsu, Hagoromo y Takasago. Zeami  consideraba que el ideal del arte sólo podía alcanzarse plenamente cuando el actor era al mismo tiempo autor del drama representado. Fue así como escribió diversas obras en las que, además de actuar en ellas, compuso la música.

Esporádicamente los escritores japoneses contemporáneos escribieron alguna que otra pieza noh (Yukio Mishima sin ir más lejos, de quien se recuerda La mujer del abanico como su pieza más lograda), intentando que las concepciones modernas encajaran en las formas antiguas.
Durante la Segunda Guerra Mundial se llegó incluso a la composición de una pieza noh que se desarrollaba en el interior de un submarino.