La debacle en su ejercicio del poder y sus dificultades para recuperarlo han sumido a la UCR en una crisis de identidad pocas veces vista. Desde hace tiempo viene tratando de sacar su nuevo DNI con una foto que históricamente combatió: peronizándose. Acaba de dar otro gran paso en ese (sin) rumbo.
La falta de aprendizaje de los errores en las gestiones de Alfonsín y De la Rúa hipotecó su capital. Se derrumbó su presencia nacional. Perdió peso en distritos donde era muy fuerte, como la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Sufrió la sangría de dirigentes de peso. Y parió cuadros que no calaron en los votantes.
Las alianzas no tan lejanas con los peronistas Lavagna y De Narváez forman parte de esa confusión. La misma que azuza ahora a Cobos, que dice defender la identidad partidaria después de haber roto con la UCR para ser el vicepresidente del kirchnerismo. Parecida a la de Sanz, que busca un lugar bajo el sol protector de Macri.
Esta desesperación radical por consumar otro matrimonio por conveniencia se sostiene no en ideas, sino en necesidades. Una, desalojar al peronismo del poder (aunque luego en un eventual gobierno nacional el macrismo, el lilismo y el radicalismo se destrocen). Dos, tener chances de volver a ejercer administraciones provinciales (lo que explica la insólita propuesta del jujeño Morales de acordar con Macri, Massa y Bin Laden, si fuera necesario). Tres, tener cargos para repartir y financiar su actividad política (en la hipótesis más benévola).
Aunque no lo expliciten, esta peronización radical es alentada desde sectores intelectuales, mediáticos y económicos paradójicamente antiperonistas pero, sobre todo, ultra antikirchneristas. Aplican la misma lógica K que tanto dicen combatir: el vale todo.