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Ser o no ser Javier Milei, esa es la cuestión

Al presidente no le gusta gobernar al estilo casta, ni terminar arrepentido como Macri por lo que no hizo.

Milei Moisés, por Pablo Temes
Milei Moisés y los 10 mandamientos, por Pablo Temes | Cedoc

Como se sabe, nadie voto a Javier Milei en González Catán ni en la Villa 1-1-14 por su obediencia intelectual a Adam Smith o von Hayek. Nombres desconocidos para quienes lo acompañaron abrumadoramente en la elección, justo en esos distritos de pobreza, ignorantes de los maestros y del “papá” de Milei, como el Presidente se arroga ese mérito progenitor al escocés Smith de La riqueza de las naciones, según uno de sus insólitos clonajes. No es discriminación el juicio sobre la desinformación entre los más carenciados: tampoco otros sectores de la sociedad que lo han seguido en las urnas, sean de la clase media o de la alta opulencia, se han notificado o frecuentado con Rothbard, el economista de la Escuela Austríaca. Más: hasta creen que dos de los perros del mandatario, Murray y Newton, corresponden a pensadores diferentes cuando en verdad responden a una sola persona: es el homenaje de Milei a Murray Newton Rothbard. Tampoco esta semana, en el auditorio de Davos, nadie debía estar demasiado familiarizado con esos próceres liberales que Milei decidió citar como llave de ingreso a un mundo poderoso, tal vez influyente. Y eso que son la expresión superior del capitalismo. Corresponde: es gente que prefiere ganar billetes que incurrir en fatigosas lecturas. Conclusión de un prejuicioso pobre. Claro.

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Atiendan o no el mensaje, lo cierto es que Milei prevalece como una curiosidad local y, por lo visto en Suiza, también internacional. No es frecuente que Elon Musk, quizás el más revolucionario de los empresarios mundiales, se haya manifestado a favor del mensaje con un escueto “true” sobre uno de los capítulos en oposición a otros opinadores de la Argentina. Esos mismos desencantados o críticos, monosabios griegos, que suelen quejarse por la sintonía con los discursos de Donald Trump, de radicalización poco diplomática y en ocasiones grosera, ese cierto terror que lo endulza al expresidente republicano para volver a ser Presidente de los Estados Unidos. Detalle que hoy debe interesarle particularmente a Milei: tenerlo a Trump en la Casa Blanca a fin de año podría consolidarlo en una gestión en la cual más de uno, hoy en la Argentina, considera de precaria finitud, casi de incumplimiento de contrato con los plazos constitucionales. Si hasta abundan los conciliábulos sobre el huevo de la serpiente en su propio gobierno, sea por una vice relevante o por momentáneos socios a los que no se le respetan los egos (aun asi, conviene aceptar, Milei y Mauricio Macri dialogan casi burocráticamente cada diez días).

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Ni hablar del bloque opositor cristinista que todos los días celebra cierta pasividad judicial con sus causas pasadas y demoradas, goza con la defensa de sus derechos por parte del ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, y hasta impone un rayo letal para impedir que ciertas figuras peligrosas se incorporen al gobierno y, por lo tanto, sean extrañados de cualquier misión oficial. A saber, la abogada María Eugenia Talerico, Javier Iguacel o el tributarista Leandro Cuccioli, entre otros. Hay temas de los que no se habla, como en el cine. Poco se sabe de ese presunto connubio político, si es que existe, al que no serían ajenos ciertos empresarios que merodean o influyen sobre Milei, de experiencia también en tribunales. Unos se quieren congelados en los tribunales, otros que no haya marejada a ver si aparecen episodios prebendarios que nunca fueron siquiera denunciados. Parte de un cerco, del establisment de Milei (como diría la revista Noticias), ese magma semejante a las “fuerzas del cielo” capaces de torcer hasta el criterio presidencial. Hay distintos ejemplos.

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Hasta ahora, se sabe lo que el cristinismo y el massismo sacan de la Casa Rosada, no lo que aportan. Quizás lo sepa el jefe de gabinete, Nicolás Posse, al que le atribuyen negociaciones secretas; un personaje clave del cine mudo, como Chaplin, Valentino o Buster Keaton: le gusta estar en la pantalla, pero no hablar en público. Como Cristina, quien no abre la boca, mudita al igual que Sergio Massa, aunque con proyectos diferentes, contrarios entre sí. Al margen de sus vínculos con Olivos, lo cierto es que ambos no coinciden, de ahí que el estrellato veraniego de la oposición lo asuma un gobernador poco agraciado como el riojano Ricardo Quintela, propiciador de pesos alternativos, otra moneda con antecedentes negativos y variedad de negocios en los mercados secundarios. Un sueño para Milei tenerlo como rival. Junto a Quintela, en la pantalla legislativa se erige una UTE integrada por voces diversas como Pichetto, López Murphy, Monzó y Stolbizer. Gente de bien que, de repente, para Milei ha dejado quizás de ser gente de bien.

Milei Moisés, por Pablo Temes
Milei Moisés, por Pablo Temes.

Como es público, a los iniciales proyectos presidenciales —el decreto ómnibus y la ley ómnibus— se le han recortado en apariencia brotes malignos o parasitarios que, curiosamente, al afeitarlos aumentan o conservan el copioso gasto. Más de uno dirá que eso estaba contemplado por el Presidente y su redactor en jefe, Federico Sturzenegger, para salvar la identidad de las dos iniciativas y ciertos postulados básicos. Ni en el colegio primario se acepta esa idea: tantas podas y negligencias, si se aprueban, constituyen un golpazo a las pretensiones económicas y políticas de Milei. A él no le gusta gobernar al estilo casta, ni terminar arrepentido como Macri por lo que no hizo. De ahí que, embebido por los fríos de Davos y su acceso al selectivo álbum de figuritas internacional, quizás revise el espíritu negociador que emprende la mayoría de su gabinete y aliente la reaparición del plebiscito como arma de persuasión y convencimiento. Hoy, según las encuestas, todavía puede correr ese riesgo y enfrentar no sólo a los que arman una manifestación de queja para el próximo 24. Ser o no ser Milei, esa es la cuestión.