Carece el nuevo presidente mexicano de un Duran Barba. O dispone de alguien que piensa al revés. El ungido López Obrador promete realizar lo opuesto a lo que el asesor ecuatoriano le recomendó a Macri en el inicio de la gestión: realizar un balance de la complicada herencia recibida, anticipar recortes y sacrificios en la administración pública y no demorar reformas en la primera etapa.
Supone, como relata la experiencia, que solo al principio de una gestión se pueden hacer cambios que luego se vuelven inabordables: lo que no se hace en los primeros meses no se hace más. Hay que ver si cumple este cansino abuelo, conocido tabasqueño apodado AMLO, que aparenta más edad de la que tiene (68) y que jura quitar privilegios, perseguir la corrupción de su antecesor, Peña Nieto, reducir personal y bajar salarios en los altos niveles políticos, a sí mismo inclusive. En suma, ajustar el presupuesto. No comparte, en apariencia, la idea del gradualismo que en la Argentina culminó en un pedido de urgente auxilio al FMI.
Sorpresas y previsiones. Curioso resulta que este populista de izquierda, con antecedentes chavistas y en la lista negra de Trump (aunque con éste ya habló por teléfono y no solo para saludarse) se distinga por la austeridad pública en relación con otros colegas de la región. Además, entre sus prioridades no se incluye la mejora de la cancha de fútbol de la quinta presidencial, tampoco la mullida alfombra de la de paddle y jamás piensa que la felicidad, por más que lo diga un científico documental de Harvard, transcurre entre los habitantes de Bután. Ocurre también que este zorro viejo, más sensato en palabras de lo que cuenta la historia, ya no está para deportes ni fantasías tardías de la new age.
Cultura del esfuerzo económico que ahora le llega obligada a Macri, sin respirar y sin soplar, luego de la corrida financiera e impulsada por un FMI que desea tener la fiesta en paz para la próxima reunión del G20 en Buenos Aires el 30 de noviembre.
Tal vez ese encuentro, como dice el economista Carlos Rodríguez, haya sido determinante para la concesión del último crédito a la Argentina.
Garantías mínimas, entonces, máxima misión de Christine Lagarde, quien viene la semana próxima interesada en interpelar la disposición de los múltiples peronismos existentes para acompañar el moderado plan de ajuste que pergeña Dujovne. Parece gracioso que sea esta funcionaria internacional la encargada de reunir las partes políticas de la Argentina para establecer un acuerdo básico, elemental, en el que discrepan las variadas formas opositoras y se advierte una división ostensible en la cúpula del Gobierno.
Tanto que le atribuyen al mandatario haber impedido cualquier acercamiento con los justicialistas más dialoguistas, al extremo de que la mesa política ad-hoc solo se reunió una vez y uno de sus participantes, algo molesto por las tribulaciones, decidió extraviarse a Miami para salir del estrés.
Nadie hoy se atreve a conjeturar un final para la novela del pacto si Lagarde no logra reunir los fragmentos en disputa y el consentimiento legislativo respaldado por los gobernadores. Es de creer, sin embargo, que hubo un guiño oficial en esa dirección para convalidar el viaje de la titular del FMI. Mientras, desde el BCRA facilitan la custodia de cierta estabilidad financiera con un tipo de cambio que dure algo más de un mes entre $ 27-28 conservando las altas tasas actuales para contener una inflación anual del 30%.
O sea, mantener el frío del invierno siempre que del exterior no llegue una helada.
Parece a salvo un entendimiento con el peronismo legislativo vía los gobernadores. Inclusive, la terquedad manifiesta del Presidente para no consensuar provendría de que les quiere recortar más a las provincias justicialistas de lo que desean, fijar una negociación conveniente a su gusto. Lagarde a salvo.
Más ardua y compleja, aunque menor y doméstica, se vuelve la interna de la coalición gobernante. Los radicales, en principio, aterrizaron en la Casa Rosada indignados por no haber sido notificados del acuerdo con el FMI. Respuesta atribuida al ministro Frigerio: “No se enojen, yo me enteré por un tuit”. Igual siguió la protesta partidaria: “Ni los Alsogaray, ni el Partido Obrero toman decisiones sin consultar o avisar a sus socios. Es una falta de respeto”. En la reunión, abundaron otras quejas, por culpa de últimas declaraciones de Elisa Carrió, Igual, con piel de hipopótamo, en la UCR concluyen que con sus dichos, le hace más daño al Gobierno que al partido radical.
Días de ira. Ahora el que está más preocupado es el cordobés Mario Negri: Carrió ha dicho que es al radical que prefiere, al que más quiere. A su vez, en el entorno de la dama acumulan críticas históricas contra el partido centenario. Ya lo consideran un zombie y repiten: está deshilachado en votos desde que Moreau se presentó, alquilaron vientres fracasados como Lavagna, González Fraga o De Narváez, piden cargos con complejo de culpa que olvidan al pasar por la boletería.
Se advierte en Carrió una ferocidad particular con Angelici, quien pretende ser el jefe partidario de la UCR en Capital vía Enrique Nosiglia, y una extrema ira con Ernesto Sanz (y Ricardo Gil Lavedra) por cultivar la actividad privada cercana al Gobierno y establecer solidaridades sospechosas con el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, el primero para la legisladora en cualquier escala de odios.
Ahora, incorporó a la porfía interna al jefe del partido, Alfredo Cornejo, quien por su cuenta y riesgo emitió un comunicado contra Carrió, casi reiterando el concepto de lunática que comunican sus afiliados.
Ella, entretanto, piensa que Cornejo solo piensa en perpetuarse en Mendoza reformando la Constitución gracias al voto clientelar que logró expandir por las jugosas regalías que recibió en los últimos años.
Un ingreso clave, privilegiado, frente a cualquier otra provincia. Para Macri, como se verá, no es sencillo lo de los socios, y el diálogo con el peronismo hasta podría ser un alivio. Siempre que lo arbitre Lagarde.