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opinión

Un redoblante en la cara de Moyano

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Rojos de furia. Hinchas autoconvocados en la puerta de la sede, el último viernes. Moyano salió en un auto blindado por la puerta de atrás | NA

La escena podría haber sido aquella que protagonizó Daniel Lalín en la misma avenida de Avellaneda, unas cuadras más allá, hace 23 años: un redoblante en la cara, el crash de sus lentes, los vidrios estallados. La foto, por la que Sergio Quinteros ganó el premio Rey de España, simbolizó durante mucho tiempo el peor momento de la historia de Racing: la caída de un grande, la deuda impagable, la quiebra, la Justicia gobernando el club, miles de hinchas sin un equipo en la cancha, miles de hinchas movilizados para impedir el remate de los bienes

En aquellos meses, el sentimiento de la hinchada de Racing se sintetizaba con una bandera de lienzo escrita con aerosol azul que iba y venía desde la sede de Villa del Parque hasta la de Avellaneda, desde el Cilindro hasta el Congreso de la Nación. La bandera decía: “Maldita dirigencia”

Graves incidentes en la sede de Independiente: cientos de hinchas se enfrentaron con la policía

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La escena podría haber sido aquella porque todos los elementos coincidían: un presidente jaqueado por la crisis institucional y económica de Independiente, un pésimo presente deportivo, barras que siempre juegan al mejor postor, pero también un enojo genuino y una incertidumbre generalizada. 

La escena podría haber sido aquella, pero no lo fue porque Hugo Moyano no es Lalín. Su pericia política y sindical lo hizo anticipar un redoblante, una piña o una turba dispuesta a descargar la rabia por el presente del Rojo de cualquier modo posible.

Entonces, cuando advirtió que afuera de la sede de Independiente había más de “cuatro gansos” o “200 tipos que hacen ruido”, como había dicho en una asamblea de socios pantomímica, su grupo de ayudantes hizo entrar tres autos al piso de parquet del microestadio Bottaro para llevárselo a él, a su histórica mano derecha, Héctor “Yoyo” Maldonado y a algunas personas más.

Casi nadie lo advirtió, pero en ese preciso momento se dibujaba el yin y el yang de su gestión. Ese gimnasio que el mismo Moyano había mejorado, reacondicionado e inaugurado como microestadio en 2017 ahora convertido en un estacionamiento de emergencia para subir a un auto blindado al sindicalista más influyente de los últimos 25 años en la Argentina. 

Dirigir un club, con el condicionamiento y el azar deportivo o futbolístico que eso implica, a veces es más complejo y volátil que dirigir un sindicato, una empresa o un programa de televisión. Moyano, Marcelo Tinelli o Mario Pergolini son apenas las últimas muestras de esas gestiones fallidas. Aunque a diferencia de Tinelli y Pergolini, la de Moyano tuvo un momento de aprobación casi unánime: en 2017 arrasó en las elecciones con el ¡89%! de los votos

¿Qué pasó después? Lo dicen quienes lo acompañaban y se fueron alejando de a poco: “Se cerró en dos o tres personas”. La deuda creció, la pandemia la profundizó y el equipo, poco a poco, empeoró aún más el escenario. Dirigentes valiosos como Fabio Fernández o Carlos Montaña se fueron. Hasta su hijo Pablo, peleado con Yoyo Maldonado, decidió correrse. 

Mientras tanto, surgió un candidato apuntalado por un viejo aliado como Cristian Ritondo, que sumó al intendente de Lanús, Néstor Grindetti, y puso como frontman al conductor televisivo Fabián Doman. Sobre los escombros de esta crisis roja, Doman es ofrecido por un sector del periodismo –de eminente raigambre antiperonista y, en consecuencia, ferviente opositor a Moyano– como una posible solución.

Habrá elecciones, la crisis se atenuará o se profundizará –en buena medida por lo que marque el equipo de fútbol–, pero a Moyano la salida por la puerta de atrás del último viernes le dolerá por siempre: es lo que muchas veces cuestionaba de los patrones o dirigentes políticos a quienes se oponía.