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Una escritora belga permaneció un mes encerrada en una pequeña habitación en un museo de Bélgica

El miércoles pasado, luego de permanecer encerrada todo el mes de febrero, la escritora belga Saskia De Coster quedó en libertad. No purgaba pena alguna ni sufrió secuestro: por su propia voluntad permaneció “aislada” del mundo (sin acceso a teléfono, radio ni televisión), en una habitación construida con vidrios transparentes, de 12 metros cuadrados, instalada en el hall del Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Bélgica. Naturalmente, su experiencia no fue la primera (nadie, a esta altura, hace nada por primera vez). Los antecedentes no escamotean la reflexión que inspiró De Coster.

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Cuerpo presente. Arriba, Saskia De Coster en el Museo de Bellas Artes de Amberes. Abajo, izq., Marina Abramovic y su Imponderabilia (1977), y a der. PJ Harvey y Recording in Progress (2015). | cedoc

En enero pasado, el italiano Filippo Bernardini, de 30 años, exempleado de la editorial Simon & Schuster en Londres, se declaró culpable de robar más de mil manuscritos inéditos en un tribunal de Nueva York; los afectados fueron agentes literarios, editoriales, jurados de premios y autores como Ian McEwan y Margaret Atwood. Para ello, durante seis años, creó más de 160 dominios falsos de internet y direcciones de e-mail. Enfrenta una posible condena a veinte años de prisión. Lo llamativo: la fiscalía, las empresas y autores involucrados no encontraron una motivación comercial o beneficio que simbolizara prestigio para Bernardini, es decir, puede que esté loco y todo esto lo haya hecho para satisfacer el universo de edición imaginario que construyó con tanta habilidad. Entre otros involucrados en la supuesta estafa, se encuentra Saskia De Coster, 47 años, escritora belga de novela y teatro, artista visual, que además escribe letras de canciones.

El miércoles pasado, luego de 28 días de encierro (todo el mes de febrero), De Coster quedó en libertad. No purgaba pena alguna ni sufrió secuestro: por su propia voluntad permaneció “aislada” del mundo (sin acceso a teléfono, radio ni televisión), en una habitación construida con vidrios transparentes, de 12 metros cuadrados, instalada en el hall del Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Bélgica

La performance llevó por título El autor está presente, y tuvo por objeto exhibir al público visitante, que no podía hablar ni tocar a la autora, la forma en que trabajaba el final de su novela –titulada Solo la realidad–, escribiendo en lengua flamenca en una laptop, con escritorio, silla y libros a su disposición. Todo ello junto a una ventana. Al cierre del museo, la autora accedía a una habitación donde podía dormir, comer, bañarse y demás, cuestión que podía repetir si ocurría una urgencia durante el día: la preservación de esta intimidad resultó una muestra de decoro en la performance, más para el público que para De Coster.

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Para el museo resultó un acto de reapertura luego de costosas refacciones, un gesto límite y friendly. Para la autora, una experiencia casi lúgubre: en la noche hay algo siniestro en el lugar. No consta que haya recibido influencia de los grandes maestros exhibidos allí, como Jan van Eyck y Peter Paul Rubens, tampoco que lo escrito en tal encierro posea calidad literaria suficiente o equiparable al costo del emprendimiento: al fin, De Coster misma reconoció que su mayor y mejor intercambio fue con los guardias de seguridad. ¿Pueden imaginar lo divertido en ello? La autora expresó que lo más inquietante es el viento que circula entre las salas durante la noche. ¿Será un espíritu? ¿Será que dejaron la ventana abierta para que regresara el gato que mantiene a raya a los roedores de Amberes?

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Como todo gesto llamativo vinculado a la circulación de valores artísticos colgados en paredes, la historia del arte acumula precursores. Por caso, más allá de Salvador Dalí y sus travesuras en Nueva York, dos performers resultan ejemplares: Marina Abramovic y PJ Harvey. La primera, artista serbia, en 1977, en la Galleria Comunale d’Arte Moderna di Bologna (Italia), junto a su compañero Ulay, realizó Imponderabilia: se pararon desnudos a la entrada de la galería. El público debía pasar de costado entre ambos, eligiendo con quién de frente y de espaldas. Tal elección supuso un comportamiento sexista. Años más tarde, en 2010, en el MoMA neoyorquino, Abramovic permaneció 736 horas y 30 minutos sentada inmóvil frente a una mesa. Tal acto llevó por título La artista está presente, origen evidente de la performance de De Coster. El sujeto es el objeto, paradigma que ya había impuesto Federico Manuel Peralta Ramos.

PJ Harvey llevó la experiencia de la caja transparente a la escena de la exposición. Con su grupo realizó la muestra Recording in Progress, en el palacio londinense Somerset House (2015), que consistía en grabar su noveno disco a la vista de los visitantes en una caja-habitación transparente hacia afuera. El público pagaba una entrada de 19 euros para presenciar 45 minutos de un reality casual, próximo a la oferta en los escaparates de la zona roja de Hamburgo, pero con acompañamiento musical y quizá recato. 

Referente histórico es Harry Houdini, nacido Erik Weisz, ilusionista y escapista austrohúngaro, con su Cámara de Tortura China. Hacia 1912, el “mago” se sumergía en esa enorme cámara-acuario, colgado boca abajo por los pies, escapando en interminables minutos. El literario, tal vez homenaje al anterior, es el cuento corto de Franz Kafka: Un artista del hambre. El ayunador disminuye tanto que se lo elimina con la vieja paja de la jaula, lo reemplazará una pantera.

Semejante combinación entre circo, zoológico y prostíbulo lleva a la pregunta sobre qué mercancía ofreció De Coster. Esto tal vez lo resuelve Bernardini, quien puede, en su futura e inevitable reclusión, forzada y verdadera, homenajear a Giacomo Casanova escribiendo una novela sobre su aventura como impostor de la industria editorial; o en su defecto, sobre su experiencia como lector de tantos originales valiosos y que, tal vez, lo desilusionaron sobre el futuro de la literatura en este siglo.