¿En qué andábamos? Ah, sí. Hará un mes abrí el fascículo 112 de la Pinacoteca de los Genios, dedicado a Georges Rouault, y en su semblanza biográfica descubro que fue amigo de Joris-Karl Huysmans, autor de una novela diabolista, Allá lejos, escandalosa en su momento y ñoña hoy (aunque las cosas se han corrido tanto hacia la Edad Media que hoy bien podemos imaginar a un exaltado bolsonarista arrojándola a las llamas) y otra, extraordinaria, traducida como Contra natura o A contrapelo o Al revés, que logra un triple o cuádruple milagro.
El primer milagro: recibe el anatema de Émile Zola, padre del naturalismo y que al parecer lo incluía y prohijaba en sus filas. Hoy tendemos a esquivar la lectura de sus gordas y contundentes novelas donde a la plétora de males sociales que sus páginas registran el autor encuentra siempre la causa, ya sea el alcoholismo, la avaricia, la infidelidad o la gula, y si están todas combinadas, mejor. Mi vago recuerdo adolescente de obras suyas como La taberna y del ciclo de los Rougon-Macquart, es que tener un pequeño emprendimiento en el París de fines del siglo XIX puede asociarse a tener una pyme en la Argentina actual. Pasando a nuestro país, ahora no podemos saber qué relación texto a texto existía entre Huysmans y el naturalismo como corriente literaria, porque el resto de las novelas de nuestro reseñado carecen de traducción local, aunque se sabe que tras su período diabolista Huysmans se dedicó a exaltar las virtudes del monastismo en un convento de los extramuros parisinos. Desde luego, nada mejor que ganarse la expulsión de alguna parte. Eso reconforta y sienta bien. Volviendo a lo intratextual, Zola venía de Balzac, por lo que mal podía prohijar a Huysmans, que directamente se intersectaba con el peor Flaubert.
El segundo milagro: ¿cómo hace un escritor para convertirse en un gran autor recibiendo su mayor influjo de la peor obra de otro gran autor? Porque el Flaubert del que se apodera Huysmans es el de Salambó, esa novela de aventuras cartaginesas que es en realidad una entronización de las capacidades de conquista de cuando Francia era un imperio y construía museos para razonar y exhibir sus posesiones. De esas acumulaciones (y de sus propios viajes), Flaubert toma el inventario, el arte del catálogo como una erótica. Hoy, Salambó solo puede ser leída como una curiosidad, como otro objeto de museo más que en estilo mamuschka escribe un tratado de museología. Y sin embargo Huysmans… Seguirá...