En la mañana del próximo miércoles, una misa marcará el preludio de las deliberaciones que, con el incomparable entorno de la Capilla Sixtina, técnicamente blindada contra intromisiones e influencias interesadas y terrenales, habrán de decidir el nombre del sucesor de Francisco al frente de la Iglesia Católica.
Las especulaciones, las dudas, los análisis, los vaticinios y hasta las apuestas han llenado los días posteriores al fallecimiento del papa argentino y las horas previas a la elección de quién hallará una vara muy alta en lo que respecta a la sintonía de un pontífice con los más pobres, excluidos y necesitados no sólo de la Iglesia, sino del planeta entero.
De los 252 cardenales que el catolicismo tiene diseminados en el mundo, 135 estaban en principio habilitados por su edad (menos de 80 años) para participar de este cónclave como electores y también como potenciales “papables”. Dos de ellos se excusaron con antelación de acudir a las decisivas reuniones por razones de salud.
Algo más que un puñado de nombres aparecen en las listas de “favoritos”, con perfiles disímiles y a veces opuestos. Los pronósticos suelen además ser parte de un juego político del que, propios y extraños al Cónclave, participan. Aunque siempre se recuerda aquello de que “quien entra al Cónclave siendo Papa, sale de éste siendo cardenal”, como una manera de echar por tierra augurios de resultados que no siempre parecen guiados sólo por el Espíritu Santo.
El sentido y multitudinario adiós que el mundo, no sólo cristiano, brindó como homenaje a quien durante poco más de 12 años fue el guía espiritual de 1.400 millones de fieles, dio paso a la incertidumbre y los interrogantes sobre los próximos pasos de una institución a la que Francisco sacudió con una impronta que tal vez con el tiempo se valore en su justa medida.
Caminos
Analistas, teólogos y vaticanistas de larga trayectoria han dejado entrever que sería un contrasentido que el mensaje, las acciones y los gestos del Papa que llegó de la periferia y marcó con sus cambios la apertura de una institución sumida en fuertes crisis, adopte ahora el rumbo contrario y deje de tender su mano a quienes, con el jesuita, el latinoamericano, el austero, se sintieron contenidos y representados.
Sin embargo, en las consideraciones previas al “encierro” de los 133 cardenales –de los cuales casi dos tercios fueron nombrados por el propio Jorge Bergoglio–, a la hipótesis razonable de la “continuidad” de su labor pastoral se contrapone un posible viraje o regreso a posiciones ultraconservadoras, a tono con el auge de tendencias políticas de derecha o extremismos ideológicos que aplauden que se defina como aberración a la justicia social. También están quienes sugieren una suerte de tercera posición, conciliadora o transicional, que cobraría fuerza si ninguna de las otras dos vertientes logra reunir los dos tercios de las papeletas necesarias para ungir al nuevo ocupante del sillón de Pedro.
En medio del abanico de posibilidades que muchos reducen a esas tres posiciones frente a lo que es el legado de Francisco, han emergido en estos días diferentes nombres de “candidatos”, a quienes se asignan mayores o menores chances, asociadas a veces a sus perfiles personales o también al país al que representan o la región de donde provienen.
Fijas y tapados
Más allá de la insólita y nula “autopostulación” de Donald Trump y su desatinada broma (aunque con el excéntrico inquilino de la Casa Blanca nunca se sabe), los hombres más mencionados en los medios como “papables” han tenido un perfil bajo.
Entre quienes son apuntados como herederos naturales del pensamiento y el estilo de Francisco y llamados a continuar su labor renovadora de la Iglesia aparece por un lado el arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, de 69 años, y con una cercanía con los pobres y las minorías que también cimentó su amistad con el papa argentino.
Algo similar ocurre con el filipino Luis Antonio Tagle, de 67 años, arzobispo de Manila, a quienes algunos llaman “el Francisco asiático”. Proveniente de un continente que ha perdido fieles frente a otros credos en los últimos años, pero nacido en un país donde el 80 por ciento de sus 115 millones de habitantes se reconoce como católico, Tagle arrancó como uno de los favoritos en las predicciones de la prensa, pero fue perdiendo peso en esos vaticinios frente a Zuppi y otros cardenales.
En el costado más conservador de los mencionados como posibles sucesores del Papa que hace 12 años llegó del “fin del mundo” aparece el húngaro Peter Erdó, de 72 años, proveniente de un país europeo gobernado por un referente de la derecha o ultraderecha global como Viktor Orban, un primer ministro alineado ideológicamente con figuras como Trump, la italiana Giorgia Meloni o el propio Javier Milei (a cuya asunción fue uno de los pocos mandatarios extranjeros que asistió), pero también amigo del presidente ruso, Vladimir Putin.
Estos condimentos políticos y su influencia en el mundo actual no pueden soslayarse al momento en que la Iglesia dirime a quién conferir su conducción en los próximos años y no son pocos los mandatarios que no disimulan su deseo de incidir en ese debate.
Lo han hecho en estos días el ya citado Trump, quien más allá de su poco feliz humorada de autobombo ponderó al arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, o el presidente de Francia, Emmanuel Macron, que hizo lobby en favor de prelados de su país. También metió su cuña Meloni, quien se expresó en favor de un papa italiano, algo que no se da desde hace ya más de 40 años, a pesar de que 213 de los 266 jefes terrenales que la Iglesia ha tenido en su historia han sido de esta nacionalidad.
Sugestivamente, la primera ministra derechista eludió mencionar a Zuppi y su prédica social por los más pobres en su deseo de un pontífice italiano.
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¿Consenso?
Quienes abogan por consensuar posiciones entre aquellos considerados como continuadores de la obra y el pensamiento de Francisco y los que reclaman un regreso a las posiciones más conservadoras de la Iglesia, apuntan al actual secretario de Estado y “número 2” del Vaticano, Pietro Parolín, como el candidato con más posibilidades.
Con 70 años de edad y un reconocido perfil diplomático que lo ha llevado a cumplir diferentes misiones, este prelado cuenta con la ventaja de que, por su posición, es quizá el más conocido entre los cardenales del Cónclave, muchos de los cuales han podido dialogar o interactuar con sus pares por primera vez en vísperas de la reunión que empezará este miércoles y cuya fecha de conclusión es incierta. Hace una semana, se hablaba en Roma de un Cónclave reñido, que duraría entre cinco y 10 días. En las últimas horas, la prensa especializada sugiere que con cuatro votaciones al día, dos a la mañana y dos a la tarde, el próximo jueves o a más tardar el viernes habrá nuevo Papa.
Conjeturas previas, donde los cálculos mundanos y la fe, se mezclan a la hora de “anticipar” lo que vendrá. Argumentaciones y razonamientos que no siempre enfocan toda la realidad ni redundan en resultados. Se habló de que la Iglesia europea buscará recuperar su espacio, aunque el 75 por ciento de los católicos viva hoy entre Latinoamérica, Asia, África y Oceanía. Se dijo también que el continente africano, donde en los últimos años se produjo el mayor registro de nuevos fieles alimentaba legítimas expectativas por un primer Papa negro, aunque ello no fuera garantía de una conducción “progresista” de la Iglesia de este segundo cuarto del Siglo 21.
Unas más fundadas que otras, las tesis y las previsiones se suceden y contraponen como los nombres. Entre los de las últimas versiones de un eventual consenso emergieron los de Pierbattista Pizzaballa, el patriarca de Jerusalén, la ciudad santa para cristianos, judíos y musulmanes, clave para la hasta ahora inalcanzable paz en Medio Oriente; y el de Mario Grech, cardenal sinodal de 68 años, proveniente de Malta, el archipiélago del Mediterráneo al que cada tanto llegan también migrantes desesperados de África.
Incluso los cuatro cardenales argentinos, entre ellos el arzobispo de Córdoba, Ángel Rossi, o Vicente ‘Tucho’ Fernández, integran este selecto grupo de favoritos y “tapados” cuya elección anunciará urbi et orbi la fumata blanca de la chimenea de la Sixtina.