Frank Ramírez está pendiente de las noticias. Está preocupado. Quiere saber qué sucede en su tierra. No puede comunicarse diariamente con su familia. Por eso, mira su celular todo el tiempo. Pero no observa Instagram como hacen sus compañeros de equipo. “Hueso”, como lo conocen todos, mira qué informan sobre su Venezuela. Su ciudad, Táchira, vive horas de tensión. Y él no es ajeno de lo que pasa allá, a pesar de estar desde hace más de siete meses en Córdoba.
Aún recuerda la noche en la que tomó una de las grandes decisiones de su vida: dejar su profesión de futbolista e irse de su país. No fue fácil, pero la situación no daba para más. No podía ver sufrir a su familia y cruzó la frontera para buscar soluciones.
“Hueso” es una persona alegre. Le gusta hacer bromas. Sus ojos brillan mientras narra anécdotas graciosas o recuerda el caño que le tiró al “Chapu” Villegas en una práctica de Atalaya, club que lo albergó desde que llegó a estas tierras, desconocidas para él. Pero esa amplia sonrisa y esos ojos (que parecen) felices se apagan cuando comienza a contar lo que fueron sus últimos días en Venezuela o cuando extraña las charlas con su papá.
Y no logra resistir que las lágrimas se escapen cuando piensa que en su casa algunos días, quizás, no tengan para comer. La escena es fuerte. Pero así son las jornadas para este venezolano que sueña con juntar dinero para traer a sus seres queridos, al tiempo que espera que su país vuelva a ser “un lugar habitable”. Remembranzas y añoranzas.
“Hueso” Ramírez era una de las promesas futbolísticas de Venezuela. Con solo 13 años hizo su primera pretemporada con un plantel profesional. Meses después llegó a la Argentina y se sumó a las divisiones inferiores de River Plate, donde compartió equipo con Giovanni Simeone, entre otros. En el club porteño se lesionó. Estaba solo y lo tentaron con regresar para sumarse al primer equipo de Táchira, club del que es hincha.
Su sueño se hacía realidad. El enganche zurdo retornó a su país. Una decisión que hasta el día de hoy no comprende. En Venezuela no alcanzó a debutar, entrenaba con la reserva cuando el dinero ya no alcanzaba. “Estaba en Deportivo Táchira, pero me di cuenta que mi familia la pasaba mal, vivimos una situación complicada, cada día que pasa es peor, y decidí ampliar mi pensamiento más allá del fútbol y hacer algo por mi familia”, relata.
En Córdoba practica en Atalaya mientras espera que le manden la habilitación para poder jugar. “La burocracia y la corrupción de mi país atrasa todo”, explica con pena. Además de jugar al fútbol hace changas. Desde trabajar en un bar por las noches, a pintar un taller o atender un quiosco. “Todo me sirve para poder mandarle dinero a mi familia. Lo que para acá es poco allá ayuda mucho. ¿Un ejemplo? Apenas llegué conseguí trabajo en un boliche donde me daban 600 pesos la noche. ¿Qué haces aquí con eso? Lo mandé a mi casa. Esos 600 pesos a mi familia les sirven mucho. Son tres sueldos de mi papá en Venezuela”, le cuenta a PERFIL CORDOBA, mientras toma un café y le corre una sensación rara.
“Esto parece algo normal, pero en mi casa, en mi país, no se puede. Yo no sé si alguien puede sentarse a tomar un café”, dice, mientras solloza. La conversación se torna difícil. Es que esa mirada está triste, a pesar de que minutos después contará alguna anécdota graciosa.
Unir la tragedia y la comicidad a modo de escape, así son los días de “Huesito” en Córdoba, mientras agradece la hospitalidad argentina, se apoya en su fe en Dios y cree que el fútbol lo continuará acompañando.