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Memoria, dictadura y herencia policial

El uniforme del represor que habitó su placard: la historia de Ropa prestada

En Ropa prestada (Los Ríos), el escritor y periodista cordobés Waldo Cebrero reconstruye la figura de Raúl Pedro Telleldín, jefe del D2 de Inteligencia de la Policía de Córdoba durante la dictadura, a partir del uniforme que guardó diez años en su ropero.

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Ropa prestada, nuevo libro del periodista Waldo Cebrero. | Sebastian Salguero

Waldo Cebrero nació en San Carlos Minas en 1983, se formó como periodista y hoy reparte su tiempo entre la docencia universitaria y los talleres de escritura. Durante años cubrió juicios por delitos de lesa humanidad y causas judiciales vinculadas a la represión ilegal en Córdoba.

De esa experiencia y de una historia muy íntima surge Ropa prestada, un libro de no ficción publicado por la editorial Los Ríos en el que se cruzan la crónica, el ensayo y la autobiografía.

El punto de partida es un objeto contundente: el uniforme de gala de Raúl Pedro Telleldín, fundador y jefe del Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba (D2), una de las piezas clave del aparato represivo que funcionó en el pasaje Santa Catalina durante la dictadura.

Ese uniforme, que perteneció al hombre al que muchos señalan como el “Menéndez” de la policía provincial, terminó colgado durante una década en el placard de Cebrero, en su propia casa.

El libro sigue la investigación periodística que llevó al autor a entrevistar a víctimas y represores, entre ellos al hijo de Telleldín, Carlos, quien le entrega la prenda con un mandato preciso: llevarla al “museo de su papá”, en alusión al Archivo Provincial de la Memoria. La respuesta del organismo deja al escritor a solas con ese uniforme que nadie quiere alojar.

La trama se vuelve todavía más personal cuando el narrador se reconoce como hijo, nieto y hermano de policías, criado en el noroeste cordobés, una región que describe como “fábrica de policías”.

La llegada de su segunda hija, Elena, y el pedido de su pareja de que esa prenda no conviva con la niña empujan la escritura: deshacerse del uniforme implica también preguntarse qué hacer con esa herencia familiar y con las violencias -pasadas y presentes-que rodean a la institución policial.

En diálogo con After Office (Punto a Punto Radio, FM 90.7), Cebrero repasa la historia detrás de Ropa prestada, reconstruye la figura de Telleldín, cuenta cómo fue convivir con ese uniforme durante diez años y reflexiona sobre los modos en que Córdoba sigue procesando o evitándolas memorias de su propia policía.

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El “Menéndez” de la policía cordobesa

—¿Quién era Raúl Pedro Telleldín, el dueño de ese uniforme?
—Raúl Pedro Telleldín fue algo así como el Menéndez de la policía de Córdoba durante la dictadura: el fundador y jefe del D2 de Inteligencia, que funcionaba en el pasaje Santa Catalina y fue la pata operativa y de inteligencia de la policía para secuestrar, desaparecer, robar, saquear.
Fue también el autor de una purga interna en la fuerza durante la dictadura, con el secuestro y asesinato de unos 12 policías, entre ellos Alvareda, Fermín y Robles.
Murió en 1983, entonces cuando comenzaron los juicios era un personaje que quedaba en la sombra: había sido el jefe de todos los policías condenados.
Su apellido se hizo históricamente célebre a partir del atentado a la AMIA, cuando quedó imputado su hijo, Carlos Telleldín, como supuesto responsable de entregar la camioneta que voló la AMIA, causa por la que después fue absuelto. Ese es el dueño del uniforme: Raúl, el papá de Carlos.

El uniforme que nadie quiso y quedó en su ropero

—En el libro contás tu propio vínculo con ese uniforme. ¿Cómo fue tu encuentro con esa prenda y qué recorrido tuvo hasta llegar a Ropa prestada?
—Hace diez años que tengo ese uniforme. Yo soy periodista, investigaba y cubría juicios por delitos de lesa humanidad; me interesaba esa temática, me interesa esa temática. En ese momento, con otra intención y otra estética, empecé una investigación para hacer una especie de biografía.
En esa investigación hablé con muchos represores y también con víctimas de Telleldín. Entrevisté a Carlos, yo vivía en Buenos Aires, y un día Carlos me dijo: “Tengo el uniforme de mi papá, llévalo al museo de mi papá”. Desde su punto de vista, el archivo de la memoria es el “museo” de su padre.
Yo traje el uniforme con esa idea. Me parecía que, siendo un archivo, archivan cosas, no solo documentos, y que el uniforme podía tener un lugar ahí, aunque no fuera exhibido. Pero en ese momento el archivo estaba en plena transición de gestiones y no lo pudieron recibir.
Tuvimos una conversación extensa y me dijeron: “Esto es para recordar a las víctimas”. Yo creo que eso es parte del trabajo del archivo y que estuvo muy bien esa respuesta. De hecho, también aporté otra documentación que había encontrado en la investigación.
La cuestión es que me quedé yo con el uniforme. Me mudé, y ese uniforme pasó a estar colgado en mi placard. Me quedé con algo que no era mío, pero que lo fui haciendo mío.

—Aparece también la lectura de que el hijo del represor ve ese espacio como “el museo de papá”, mientras el archivo decide no aceptar el uniforme. ¿Cómo viviste vos esa tensión?
—Para el hijo, ese lugar es el museo del padre: ahí está “la historia de mi viejo, vayan a verlo”. Y el archivo, en cambio, tiene la posición de que ese es un lugar para contar la historia desde las víctimas.
A mí me rechazaron el uniforme, me dijeron que no, y a los fines del libro eso hace que el uniforme quede en mi poder: lo tuve y lo tengo yo, y tengo que hacer algo con eso. Haber vivido diez años con esa cosa, que no estaba en un bulto sino como una prenda colgada en mi casa, me llevó a hacerme otra pregunta: yo siempre viví con uniformes.

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Ser hijo de policías en el noroeste cordobés

—¿Por qué decís que siempre viviste con uniformes?
—Porque soy hijo de policías, nieto de policías, hermano de policía, compañero de secundaria de muchos policías. Soy del noroeste de Córdoba, una zona que es una fábrica de policías porque no hay muchas áreas laborales. Siempre renegué con la posibilidad de ser policía.
Ese uniforme me puso frente al espejo familiar. Y la vuelta que le pude dar al libro fue abandonar el registro periodístico que quería tener al principio. Lo que terminó saliendo es una especie de crónica donde se ve un poco la vida de Telleldín, pero también mi propio periplo para sacarme de encima ese uniforme mientras cuento qué es ser hijo de un policía.
Ahí aparece Carlos como hijo de un policía; aparece Fernando Alvareda, hijo de otro policía, en este caso víctima de Telleldín; y aparezco yo, tratando de entender a los dos.

—La trama está atravesada por algo muy íntimo: el mandato de tu pareja y la llegada de tu segunda hija. ¿Cómo entra eso en el libro?
—La trama del libro, que es una no ficción, está empujada por el mandato de mi pareja. Ella, embarazada, me dice: “Cuando Elena nazca yo no quiero que ella esté acá”, refiriéndose al uniforme. Elena es mi segunda niña.
Entonces la narración se va contando mientras se acerca la aparición de esa segunda hija del narrador. Hay que sacarse de encima esa historia y también el objeto. El libro cuenta ese proceso: qué hago con el uniforme, qué hago con lo que representa y cómo se mezcla todo eso con mi biografía familiar.

El destino de la prenda y lo que deja

—Sin spoilear el libro, ¿qué podés contar del destino del uniforme? ¿Sabés qué vas a hacer con él?
—En el libro hay un final para el uniforme también. Yo lo voy a devolver porque me lo pidió su familia. Quizás lo pueda hacer si se dan las posibilidades; también puede pasar que demore otros diez años o que finalmente lo reciba el archivo, no lo sé.
Lo que sí puedo decir es que ya no está en mi casa: hace dos años que no lo tengo conmigo. Está en otros lugares.

—En la última parte hablás de ese uniforme como un “archivo” personal. ¿Sentís que cumpliste con la palabra que le diste a tu pareja?
—Sí, al menos cumplí con esa palabra. Yo no lo vivo como un objeto absolutamente maldito. Como te digo, soy profesional en esto y siempre me pareció que los objetos transmiten cosas, transmiten historias, por supuesto llenas de historias muy dolorosas, pero no deja de ser un archivo para mí de todo eso.
El uniforme me sirvió, si se quiere, para conjurar un poco tanto los dolores históricos -que no viví ni como familiar directo ni como protagonista, porque nací después de esa época- como los dolores personales.
Me permitió dar una mirada a lo que pasó en Córdoba en los años 70 y también una mirada sobre nuevas violencias que se reciclaron en la policía, otras formas de convivencia con un policía que es tu familia. Un poco de todo eso está en el libro.