Dan Harris, periodista de ABC News, presentador de Nightline y de la edición de fin de semana de Good Morning America, parecía tenerlo todo: éxito, prestigio, una carrera en ascenso. Pero la fachada ocultaba un derrumbe silencioso. Tras años de reportar desde zonas de guerra y de convivir con su propio caos interno, regresó a casa enfrentando ansiedad y depresión. Para anestesiar el dolor, recurrió a la cocaína y a otras drogas.
La presión, sin embargo, no perdona. Y finalmente lo alcanzó en 2004, cuando ocurrió lo impensado: Harris sufrió un ataque de pánico EN VIVO, frente a millones de televidentes.
No fue 5 minutos antes, no fue 5 minutos después. Fue ahí, frente a las cámaras, cuando su mundo interior colapsó bajo la mirada de 5.019.000 personas que, según los datos de Nielsen, lo vieron "perder la cabeza", como él mismo escribiría más tarde en su libro Ten Percent Happier.
Ese instante parecía ser el fin: el derrumbe de una carrera brillante, el comienzo de una vida marcada por la vergüenza y la depresión. Y, sin embargo, fue el principio de todo. Porque ese mismo colapso, en público y sin escapatoria, lo obligó a mirar hacia adentro. A reconocer que ya no podía seguir huyendo.
Estaba hecho un desastre. Capas de bloqueos habían cubierto su luz interior. Entonces escuchó una voz, esa voz íntima y persistente que le preguntaba:
¿Estás listo para tu misión?
¿Tu ego ya se resquebrajó lo suficiente?
¿Estás preparado para convertirte en un canal, en un mensajero?
Y Harris aceptó. Se transformó en uno de los más grandes difusores del mindfulness en Estados Unidos. Dejó atrás el brillo de la televisión nacional para dedicarse a desestigmatizar la ansiedad y a abrir un espacio de conciencia sobre los desafíos de la salud mental.
Si esto le hubiera pasado en su propia casa, seguro todavía estaría transitando la misma vida "enferma" que estaba ocultando, gracias a que pasó al frente de todos, gracias a que cayó muy bajo, pudo empezar a volar.
Lo que pudo ser su final se convirtió en su despegue. Porque a veces —solo a veces— el golpe más bajo es el que nos da alas.
Y nosotros, ¿cómo sabemos cuál es nuestra misión?
Por supuesto, debo mirar mi historia de vida única, mis circunstancias, mis oportunidades, mis dones y mis recursos. Pero muy a menudo, es precisamente en mi dolor y en mis desafíos donde se encuentra la clave de dónde yace mi trabajo más profundo.
El Rebe de Lubavitch lo explicó así: "La mayoría de nuestras almas ya han estado aquí antes. ¿Por qué vuelven a descender? Para completar una misión que no lograron culminar en su primera estancia en la tierra. ¿Y cómo saber cuál es esa misión? Aquello que sabes que es importante, pero que te resulta tan difícil, probablemente sea parte de ella. Las cosas que ya conquistamos en vidas pasadas hoy nos resultan sencillas. Pero cuando encontramos una resistencia profunda, cuando todo en nosotros quiere evitar un camino, pero sabemos que es importante… ¡Ahí está el tesoro!".
Es como el yoga: si no sientes el estiramiento, no estás creciendo. Anda a comer cheesecake. Lo mismo ocurre con la vida espiritual: si no hay estiramiento del alma, si no enfrento lo que me incomoda, estoy perdiendo el tiempo.
A veces es más fácil barrer la basura bajo la alfombra.
Pero la vida se encarga de sacudirnos hasta que ya no podemos disimular.
Dan Harris encontró su propósito no en su "éxito" televisivo, sino en el instante más oscuro de su vida, cuando se derrumbó frente a millones. Y fue justamente esa caída la que encendió una nueva luz.
Tal vez el secreto esté en dejar de huir de lo que nos duele. En atrevernos a mirar de frente nuestras sombras, porque son ellas —y no solo nuestras luces— las que nos muestran el camino de nuestra misión en este mundo.
Rafael Jashes (*) - Rabino