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CóRDOBA
ANTES Y DESPUÉS DE LAS URNAS

Los espejos del vecindario en tiempos de vigilia electoral

En los últimos años se han registrado comicios con los más variados resultados y signos políticos en los países de Sudamérica. También se repitieron algunos patrones comunes que involucran a la vigencia y la buena salud de las democracias en la región.

boric18-06-2023
BORIC. El presidente chileno atraviesa una polémica por un audio filtrado por un diputado opositor. | CEDOC Perfil

Polarización, outsiders, proscripción, inestabilidad, desencanto. Apatía, atomización, fanatismos, resiliencia. Oscilaciones, regresos, consolidaciones. Amaneceres, ocasos. Anunciados finales, nuevos comienzos. Rupturas, traiciones, violencia. Urgencias, ansiedad, turbulencias. Todo ese cúmulo de sensaciones y algunas más pueden encontrarse con sólo revisar los números que dejaron como saldo las últimas elecciones que atravesaron a los países del continente.

Y si bien ninguna realidad es totalmente traspolable en nuestra particular región del planeta, los espejos que ofrecen los vecinos proyectan a veces imágenes dignas de emular, así como también espectros a los que convendría no invocar en la antesala de comicios.

Un rápido y desordenado inventario de sucesos podría comenzar por el Perú que ha tenido siete presidentes en los últimos siete años, de los que menos de la mitad fue elegido por voto popular para ese cargo: Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Pedro Castillo. Los otros mandatarios surgieron tras procesos de destitución y/o renuncia de dos presidentes elegidos en las urnas y ‘vacados’ por un Congreso que es una de las instituciones con menos prestigio del país. 

Castillo, un maestro rural del Perú profundo y andino, había asumido como presidente el 28 de julio de 2021, justo en el día en que su país celebraba 200 años de independencia. La llegada del ignoto candidato de la fuerza Perú Posible tuvo su primer hito en la victoria que cosechó en la primera vuelta del 11 de abril de ese mismo año, cuando se convirtió en el candidato más votado con apenas un 18,92 por ciento, equivalente a 2.724.752 votos. En segundo lugar, y al frente de una docena de aspirantes presidenciales más, quedó Keiko Fujimori, hija del condenado exgobernante de los ’90 y quien obtuvo un exiguo 13,41 por ciento o 1.930.762 sufragios.

Hacia el balotaje del 6 de junio, la derecha usó todo su arsenal (fake news, lawfare y demonizaciones incluidas) para agigantar ‘el fantasma del comunismo’ que se adosaba a la figura de Castillo. Keiko recibió el apoyo del establishment empresario y minero y el ultraliberal Mario Vargas Llosa pidió el apoyo para la dirigente cuyo apellido tanto denostaba.

Sin embargo Castillo, vencedor del atomizado primer turno, ganó la segunda vuelta con el 50,13%, o bien 8.836.380 votos, frente al 49,87% u 8.792.117 sufragios de Fujimori, quien objetó el resultado y prometió que la puja no terminaría allí.

En diciembre pasado, el presidente quiso adelantarse a un Congreso que parecía tener los votos para apartarlo del poder. Castillo disolvió el Parlamento para llamar a nuevas elecciones y convocar a una Asamblea Constituyente pero terminó destituido y preso. El contraataque llevó a la jefatura de Estado a la vicepresidenta, Dina Boluarte y precipitó una ola de protestas sociales sofocadas con represión que dejó cerca de 80 muertos y decenas de heridos. 

La crispación peruana no ha cesado. El jueves Boluarte anunció que no habrá elecciones anticipadas y que se quedaría hasta julio de 2026, para terminar el mandato de Castillo.

Mañana llegan a la capital peruana diversas columnas de manifestantes. Será la ‘Tercera toma de Lima’. Muchos levantan banderas contra el olvido y la postergación de los pobres; algunos piden la libertad y restitución de Castillo; no pocos exigen la salida de Boluarte, del Congreso, o que se vayan todos. 

Las curvas del Ecuador. La volatilidad político-social e institucional tiene también factores y protagonistas que proyectan su escena desde Ecuador.

Allí, en la segunda vuelta de las presidenciales de 2021 se impuso el banquero Guillermo Lasso, con el 52,36%, frente al 47,64 del economista Andrés Arauz, del Movimiento Revolución Ciudadana, del expresidente Rafael Correa.

Arauz había ganado la primera vuelta con el 32,72%. Lasso accedió al balotaje tras obtener un 19,74% y superar por apenas 0,35 centésimas al tercero en discordia, el dirigente indígena Yaku Pérez, quien había logrado un 19,39.

A menos de dos años de asumir, con medidas impopulares e imagen en picada, Lasso parecía a merced de un Congreso que ya contaba con los votos para destituirlo cuando el mandatario decretó la ‘Muerte cruzada’. Un recurso extremo por el cual el jefe del Ejecutivo puede disolver al Legislativo, gobernar por decreto por hasta seis meses y propiciar el llamado a nuevos comicios generales, que la autoridad electoral fijó para el 20 de agosto, y en los que el hoy gobernante no será candidato.

Para esta votación habría ocho aspirantes presidenciales, aunque la Justicia electoral rechazó esta semana al binomio de Revolución Ciudadana, que postula a Luisa González secundada por Arauz. Una decisión, no definitiva, que alimenta las denuncias de guerra judicial en su contra que sostienen, hace ya más de cinco años, Correa y seguidores.

Unidos y espantados. Los escenarios de confrontación se alimentan con campañas que fomentan la polarización en bloques o alianzas que no siempre se  afianzan tras la conquista del poder. En otros casos, sorprende la vigencia de coaliciones que parecieron erigirse más por el espanto que infunde el rival que por el amor con el socio de turno.

El 19 de diciembre de 2021, Gabriel Boric Font se convirtió en el presidente más joven y más votado de la historia de Chile al lograr el 55,87% de los votos del balotaje, frente al 44,13 del ultraderechista José Kast. Este había ganado el primer turno de noviembre de ese año con 27,9%, frente al 25,8 del exlíder estudiantil nacido en Punta Arenas.

Pero en septiembre de 2022, en el plebiscito que debía convalidar una nueva Constitución en reemplazo de la legada por la dictadura de Augusto Pinochet, el ‘Rechazo’ obtuvo 62% de los votos. Fue un viraje hacia la derecha que se repetiría este año, con la elección de nuevos constituyentes. El Partido Republicano de Kast ganó la compulsa de 2023 con más del 35% de los votos, frente a la coalición de izquierda Unidad para Chile, de Boric, que cosechó el 28%. Entre votos en blanco y nulos sumaron más del 21%; todo un síntoma.

Márgenes y puntos de apoyo. Sólo en un par de países se dieron triunfos holgados en primera instancia. Ocurrió en octubre de 2020 en Bolivia, donde Luis Arce reivindicó el respaldo al expresidente Evo Morales, derrocado un año antes en un golpe de Estado. Arce obtuvo en primera vuelta el 55,11% de sufragios. Lejos quedaron Carlos Mesa, con 28,83, y el golpista y ultraderechista cruceño Luis Camacho, con 14%.

Otro que ganó por amplio margen fue Santiago Peña, quien el pasado 30 de abril se proclamó presidente de Paraguay con 42,74% de los votos, frente al 27,48 de Efraín Alegre, en un país donde no hay balotaje. A diferencia de Bolivia donde la participación en la última presidencial fue del 88,42%, la asistencia de votantes en Paraguay apenas superó el 63 por ciento.

Una afluencia del 60 por ciento de votantes fue casi récord para el apático electorado de Colombia (donde el voto no es obligatorio). Por primera vez se convirtió en presidente de ese país un referente de la izquierda como Gustavo Petro. Con 50,44% el exalcalde de Bogotá derrotó en un segundo turno –del que mañana se cumplirá un año– al empresario Rodolfo Hernández, quien alcanzó un 47,31. En primera vuelta, Petro había logrado un 40,34% frente a un 28,17 de su adversario. 

En las antípodas. Otros dos vecinos, muy disímiles entre sí en tamaño y población, escenificaron balotajes con fuerte paridad y cambios de mano.

En noviembre de 2019 Luis Lacalle Pou, del Partido Blanco y al frente de la Coalición Multicolor, llegaba a la presidencia de Uruguay con el 50,79% de votos de la segunda vuelta, frente al 49,21% de Daniel Martínez, del Frente Amplio.

 Un 90,12% de los uruguayos fue a votar en esas elecciones. Idéntico porcentaje participó en el primer turno, en el que el ganador fue Martínez con 39,02%, frente al 28,9 de Lacalle Pou.

Pese a no acceder a un nuevo mandato por apenas 37.042 votos, los frenteamplistas aceptaron el resultado y no causaron desmanes como el fujimorismo en Perú, o seguidores y seguidoras de Jair Bolsonaro en Brasil.

Octubre de 2022 trajo el tercer triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva como candidato presidencial. Fue su regreso triunfal, tras haber sido condenado, pasar más de 500 días preso y sufrir la proscripción en octubre de 2018, cuando la candidatura del Partido de los Trabajadores fue asumida por Fernando Haddad.

En una primera vuelta que pareció un balotaje anticipado, el líder sindical logró el 48,43% de los votos, frente al 43,20% de Bolsonaro. El 79,05% de los brasileños acudió a votar ese día y un 79,41% lo hizo tres semanas después, en el round decisivo.

Con flamantes 77 años, Lula se impuso con el 50,90% de los votos frente al 49,10% de Bolsonaro. Fueron 60.345.999 votos para el líder del PT, frente a 58.206.354 del exgobernante de derecha. 

El exmilitar cosechó 408.507 apoyos más que en 2018. En cambio el PT, que con Haddad había logrado 47.040.906 sufragios, obtuvo cuatro años después con Lula 13.305.093 votos más. Una demostración de que el carisma y las preferencias no se endosan fácilmente y de que Lula era el único que podía desalojar del Planalto a un Bolsonaro aferrado al poder.

De hecho el opaco dirigente que fue tres décadas parlamentario, que se promocionó como outsider sin serlo, que reivindicaba la dictadura y el recorte de derechos y al que políticos, empresarios y medios en parte subestimaron y en parte agigantaron, se fue del país sin reconocer su derrota y antes de entregar el poder.

Anulados por improcedentes o parciales los juicios y sentencias del ex juez y ahora parlamentario Sergio Moro, Lula transita su tercer mandato lidiando con un Congreso en el que no tiene mayorías y hace frente a opositores fanatizados. Más allá de Bolsonaro hay un bolsonarismo que, como Donald Trump y el trumpismo en Estados Unidos, alega fraude cuando pierde y está dispuesto a avasallar o destruir no sólo los simbólicos edificios que representan a poderes o instituciones de una democracia.

Frágiles y pequeños algunos; enormes y pesados otros; los espejos del vecindario proyectan sus luces y sombras mientras por estos lares se multiplican protagonistas y figuras de reparto en el teatro de la vigilia preelectoral.