Dejando de lado las diferencias –los primeros protagonizaron una serie de televisión en la década de 1970, los segundos se dedican al teatro en la actualidad–, empecemos por enumerar las coincidencias.
Uno era inglés, el otro norteamericano (uno es argentino, el otro uruguayo); uno se llamaba Tony Curtis, el otro Roger Moore (ahora son Pedro Paiva y Alejandro Orlando).
Los primeros conformaron en pantalla un dueto que rompía los esquemas de la época combinando en ‘Dos tipos audaces’ los ingredientes necesarios para que el show fuese un suceso. Y lo fue.
Los segundos, ponen en escena cada noche a ‘Los Modernos’ y son la amalgama perfecta de un humor que se corre de los estereotipos, que seduce al espectador sin subestimarlo y que habla a las claras de dos personajes que, así como se los ve arriba del escenario, también se los ve abajo.
Meteórico. Se conocieron en Córdoba allá por el 2000 -época en que la situación política y económica tenía a mal traer al teatro independiente- y lo primero que surgió entre ellos fue una gran amistad.
Sin más propósito que prolongar el placer de ese vínculo, y como un mero divertimento, empezaron a girar ‘de boliche en boliche’ en una moto, haciendo lo que mejor sabían: humor.
Comenzaron pasando la gorra en un circuito que incluía los icónicos Mandarina (que ya no está) o Alfonsina y fue entonces cuando surgió lo llamativo de sus vestuarios.
Por eso los suecos (claro, no tenían escenario) y las polleras (‘robadas’ a la madre de Orlando y utilizadas para llamar la atención). Sacos llamativos, anillos y una peluca que contrastaba con la calva y los bigotes de Pedro Paiva se convirtieron rápidamente en un sello.
Un día, yendo a comprar pan, pasaron por un lavadero. Se llamaba: Lavadero García el Moderno. Solo una mirada entre los dos y ya tenían nombre (“Ser moderno en la posmodernidad es estar pasado de moda”, recuerda Orlando).
Los bodegones de aquel entonces ponían “Hoy tocan Los Modernos” y se llenaban. Esos fueron sus comienzos. Lo demás cayó como un rayo veloz en una noche de calma.
Fracasaron con rotundo éxito en Carlos Paz (haciendo café concert) y, al término de esa temporada, ganaron los cuatro premios que entregaban en esa localidad.
Las miradas empezaron a posarse sobre ellos. Volvieron a Córdoba para hacer su último show en un boliche. Fue en Ruido de Fondo: “Cobrábamos $8 la entrada y vendíamos 124 tickets de miércoles a domingos. Estuvimos tres meses así, fue una locura”, dice Orlando.
De ahí saltaron al Teatro Real, primero en la sala pequeña con una obra que duraba dos horas, con doble función, a capela y sin micrófonos (la despedida fue en la sala mayor con gente que aplaudía y los despedía a mano alzada).
Se fueron a España por tres meses y se quedaron cinco años. “Era como si nos hubiera comprado el Barcelona”, dice Orlando.
El primer año ganaron el premio al mejor espectáculo teatral de la ciudad española. De un teatrito en Gracia pasaron a un teatro ubicado a media cuadra de plaza de Cataluña, con 250 espectadores por función.
Giras por toda España: Madrid, las islas Canarias, Mallorca. “Cada día sucedía algo que era mejor que el día anterior”, recuerda Paiva.
Luego vino la debacle. Cerró la productora que los había acompañado y volvieron al país. Se radicaron durante cinco años en Buenos Aires, donde actuaron a sala llena en los teatros más importantes.
Hoy, Orlando vive en Córdoba y desde hace siete años que Paiva se asentó en Pamplona, “pero siempre estamos disponibles para Los Modernos”, dicen al unísono.
DE LO ABSURDO A LO CLÁSICO
Una melodía teatral
EL SHOW. El espectador podrá disfrutar de textos nuevos y clásicos en una retrospectiva por sus 20 años.
Lo primero que llama la atención es su sincronicidad. Se combinan en un ritmo perfecto, como si se tratase de una partitura musical.
Son dos relojes suizos, sin embargo el poco diálogo actoral que hay entre ellos –casi siempre están mirando al frente– contrasta con la manera de entender el juego: ambos se saben parte de un mismo engranaje.
Sin director de escena –quizás allí radique parte del secreto– lo que se respira es la libertad con que se conducen sobre el escenario.
Corriéndose del esquema de El listo y el tonto o El gordo y el flaco, se definen como “opuestos complementarios”.
Paiva es el dramaturgo, (“la piedra fundamental del show”, dice Orlando), quien con su mirada lúdica y sin sesgos, logra un humor transversal a las diferentes culturas.
Con el acento puesto en la palabra, la premisa es no subestimar al espectador: “Si hay que decir ‘Desdémona’, ‘Edipo’ o ‘Descartes’ que se diga sin prejuicios ni preconceptos. Tratamos temas complejos con un lenguaje sencillo y con un código de humor que la gente agradece”, detalla Paiva.
“No somos académicos ni dos sabihondos en escena pero tratamos de poner la vara cada día más alta, tanto a nivel artístico como intelectual”, finaliza Orlando.