Si tenemos en cuenta que en 2021 debería convocarse a elecciones de medio término en Argentina, habría que observar atentamente los comicios presidenciales estadounidenses de este año para vislumbrar cómo podrían desarrollarse las campañas en medio de la pandemia. Donald Trump, que en 2016 llevaba como propuesta la construcción de un muro para detener la inmigración latina, ahora se puso a tono con los tiempos que corren y prometió la elaboración de una vacuna para frenar el coronavirus.
No contento con eso, de paso ya mandó a investigar la posibilidad de una vacunación masiva contra Tik Tok, contra Joe Biden y contra la prensa opositora, además de agregar un foso de agua con pirañas junto a la muralla de la frontera con México.
Según ese modelo proselitista que se está avizorando en la potencia norteamericana, cabe esperar que por aquí los spots electorales también se adecuen a las circunstancias que estamos atravesando. No debería sorprender que desde el Frente de Todos se pueda llegar a hablar de promover el uso de tapabocas patrióticos, con imágenes de Evita y Juan Manuel de Rosas, a quienes se agregaría Juan Bautista Bustos en la provincia de Córdoba. Desde Juntos por el Cambio, por su parte, se impondría el uso del barbijo amarillo y las pancartas con electrocardiogramas que indiquen el crecimiento negativo de la economía nacional durante la actual gestión.
Mi consejo al respecto es que busquen otro tipo de estrategias porque los electores ya están hartos de escuchar el discurso de los médicos y empiezan a insensibilizarse como pata ‘e lana que se tuvo que esconder adentro del freezer. La gente anda tan apocada que va a saltar de alegría con solo anunciarle que va a poder jugar a las bochas o remontar barriletes. Ni qué hablar si alguien les asegura que presentará un proyecto para que vuelva el Tai Chi a las plazas. Habrá que ponerse las pilas porque la nueva normalidad ha modificado las expectativas y comprometerse a reducir el impuesto a las ganancias podría provocar que alguien responda: ¿Ganancias? ¿Qué era eso?
Pero conjeturar sobre elecciones suena descabellado en este momento en que la moda de prorrogar mandatos continúa imponiéndose en todos los ámbitos. Bajo el ejemplo del “Chiqui” Tapia, que de modo remoto consiguió prolongar su periodo al frente de la AFA hasta 2025, me cuentan que el presidente de un centro vecinal extendió su permanencia en el cargo “hasta que se agoten los memes de Higuaín”, en tanto que un jefe comunal se atrincheró en su despacho y juró que recién dejará de cumplir esa función el día en que Jennifer Aniston le dé un like a alguno de sus posteos en Instagram.
Y hablando de prórrogas, el presidente Alberto Fernández pateó hasta el 11 de octubre la cuarentena que no es cuarentena, mediante un anuncio en el que él no anunció nada. Quizás algún asesor le advirtió que sus discursos comenzaban a ser aburridos y, después de que Eduardo Duhalde lo comparó con Fernando de la Rúa, lo último que quisiera es que lo asocien con el aburrimiento. Tras esa desafortunada equiparación de Duhalde, hay quienes dicen que Domingo Felipe Cavallo lloró de emoción como en aquella recordada audiencia suya con Norma Plá; y que Adolfo Rodríguez Saá mandó a ventilar la banda presidencial que guarda en un arcón rotulado como “Recuerdos de 2001”.
Con más futuro por delante que pasado, Horacio Rodríguez Larreta recibió encuestas que lo muestran como uno de los que mejor imagen tiene en Córdoba, donde el último calvo en alcanzar gran popularidad había sido el Pelado Alonso.
“Horacio es brillante”, dijo un dirigente local de PRO en un tono que delataba su intención irónica. No sería de extrañar que el gobernador Juan Schiaretti tome nota de este sondeo y que, para congraciarse con los admiradores cordobeses del jefe de Gobierno porteño, se afeite la cabeza como alguna vez se afeitó el bigote. De ser así, habría quedado en el olvido la ancestral enemistad futbolera entre Córdoba y Buenos Aires, que tantas madres de árbitros supieron sufrir durante décadas sin siquiera haber pisado el suelo de nuestra provincia.