Ariel Atamañuk era el chofer que conducía el colectivo de Gendarmería que viajaba por la ruta 9 Norte hacia Río Ceballos, para relevar a otro grupo que estaba trabajando en las inundaciones que azotaron las Sierras Chicas, en marzo de 2015. Era temprano, el día estaba lluvioso y de pronto, en el kilómetro 740, apareció un camión. Ariel supo que algo malo estaba por pasar y debió pensar rápido: la decisión fue hacer una maniobra con la intención de salvaguardar la vida de sus compañeros, pero comprometiendo la suya.
“En el accidente no perdí el conocimiento, quedé tirado en la ruta después de salir despedido y al darme cuenta que estaba vivo no me quería ir, no me quería morir. Después de realizar la maniobra intentando evitar el mayor daño posible, no me reprochaba las cosas que pasaban. Intenté salvar a mis compañeros, yo lo decidí”, le explica a PERFIL CÓRDOBA. Su esposa Viviana le contó que había perdido sus dos piernas. Estuvo cinco días en coma y mientras luchaba por su vida, tenía fractura en un brazo, desplazamiento de cadera, fisura de vértebra, un riñón cortado y el otro muy afectado.
“Sí, sentí un vacío grande, angustia e impotencia. Las cosas pasaron y estaba feliz de estar vivo. Es cierto, falleció un amigo, el cabo primero José Olmedo, a quien siempre tengo presente, lo quería mucho y le tengo respeto a su familia. La intención siempre fue salvar a mis compañeros”, relata el gendarme misionero, quien durante nueve años vivió en Jesús María. En ese colectivo viajaban 34 integrantes de la fuerza.
“Cuando me dijeron que me habían amputado las dos piernas fue un golpe duro, no lo voy a negar. Ahí, en ese momento, sentí el golpe del camión. Lloré, tenía miedo. Pero fueron minutos de desahogo. Mi esposa me miró a los ojos y me dijo que a ‘esta pelea la ganábamos juntos’”. Y su vida cambió. “Estaba vivo y sentía que Dios me daría fuerza para encarar todos los días”, sentencia con voz firme.
Nueva vida. Tiempo después de su accidente, vio los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro y luego una demostración de deportes paralímpicos en el Kempes. Le llamó la atención un kayak que había en la pileta. Su esposa habló con el entrenador y se subió a probarlo. Después lo invitaron a una escuela en Carlos Paz y presenció un entrenamiento del equipo argentino de paracanotaje. “Cuando vi eso, dije ‘quiero estar acá’. Me encantó ese deporte, el poder ir hacia adelante, ver la naturaleza, la tranquilidad y podía usar todo el cuerpo”, contó. No solo le gustó, sino que le metió con todo y al tiempo ya estaba participando de torneos, con
muy buenos resultados.
Tanto es así que en los primeros días de mayo participó de la Copa del Mundo de Szeged, Hungría, donde terminó cuarto en la Final A de los 200m. VL3 a solo 27 centésimas del podio. Pero lo más importante fue que logró una plaza para Argentina para los Juegos Paralímpicos de Tokio. Y esta semana confirmó que él se subirá a ese bote de bandera celeste y blanca.
Previo a la clasificación, el recientemente ascendido a sargento de Gendarmería Nacional, le confesó a este medio: “Darle una plaza a Argentina fue lo máximo, me llena de orgullo. Me gustaría ser yo quien tripule la embarcación, sería completar el gran sueño”. Y se confirmó.
“Cuando miro hacia atrás y veo lo conseguido me genera una gran satisfacción, porque no todos los días son fáciles. Pero al mismo tiempo son oportunidades para aprender. Cuando las cosas no salen bien o estoy de mal humor, mi esposa me dice ‘acordate cómo estabas hace cinco, seis años, y todo lo que
conseguiste’. Y eso me sirve. Porque hay que entender que los tiempos nuestros no son los mismos que los de Dios. Soy muy agradecido”, cuenta emocionado el deportista de 37 años que tiene beca de la Agencia Córdoba Deportes y también de la Secretaria de Deportes de la Nación, aunque no del Enard. Y, sobre todo –y él hace hincapié– el apoyo de Gendarmería.