El jueves una amiga editora me manda un mail con un link a un artículo que acaba de publicar la revista XXIII titulado “A la derecha de Montecristo”. Como veo poca televisión, leí a Dumas hace mucho tiempo y ya no suelo leer revistas de actualidad, dejo el asunto para más adelante. Pero me llama la atención que mi amiga, que tampoco suele leerlas, insista. Entonces, allá voy. Y me encuentro con una nota –que pretende entre otras cosas repensar la producción de la nueva narrativa argentina– firmada por una investigadora y licenciada en Letras llamada Rosana López Rodríguez. No la conozco, pero el artículo me interpela: el año pasado edité la antología La joven guardia. Nueva narrativa argentina, que reúne relatos de los, a mi entender, veinte escritores jóvenes más destacados de la actualidad.
Pido disculpas al lector: no se trata de un exceso de autorreferencialidad. El artículo, repleto de vaguedades, desaciertos (¿producto del desconocimiento, de la ignorancia, de la mala fe?) y puerilidades, comienza con una afirmación discutible. Dice que “la generación más joven de escritores argentinos se pregunta por qué el público no los lee”. ¿Conoce López Rodríguez a los integrantes de esa generación? Mejor: ¿existe tal generación? Supongamos que sí. ¿Puede mezclarse en ella, como lo hace la autora, a narradores como Gonzalo Garcés y Washington Cucurto con otros como Martín Kohan y Leopoldo Brizuela, que poco tienen en común y nacieron y vivieron tiempos históricos completamente distintos?
La licenciada López ataca con vehemencia y afirma: que estos autores “no obtuvieron reconocimiento masivo” (¿acaso se escribe para eso?, ¿puede alguien decir para qué se debe escribir?); que escriben “liberados de toda preocupación por la política (¿qué política?; ¿a qué preocupaciones se refiere?; ¿es que acaso puede escribirse, pensar, hablar, vivir fuera de la política viviendo en sociedad, desde el célebre zôon politikón aristotélico?).
La licenciada López afirma que “la gente no lee” a estos autores (los paréntesis aburren pero ¿a qué “gente” se refiere?) y que “gran parte de ellos se abstrae de los problemas reales del mundo real” (las generalidades parecen ser la especialidad de la licenciada). Y luego acusa, sin más, a Cucurto de promover una “burla irrespetuosa de la vida proletaria” con su novela Cosa de negros. ¿Sabe la licenciada que Cucurto, una de las prosas más personales y atractivas de la literatura actual, no vive en Barrio Norte sino en Constitución, que trabajó de repositor de supermercados, que fundó una editorial en la que todavía hoy da trabajo digno a una buena cantidad de cartoneros?
La licenciada afirma, muy suelta de cuerpo –y sobre todo sin ofrecer contraargumentos que la respalden– que “la literatura no es un pasatiempo”. Y apunta que el “gran público” sigue prefiriendo los libros de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y Julio Cortázar –a pesar de que los rankings semanales se empeñan en demostrar que ese “gran público” compra, sobre todo, las novelas de Isabel Allende, Laura Restrepo, Laura Esquivel y Mario Vargas Llosa.
Curioso, tipeo su nombre en Google y me entero: López Rodríguez editó un libro titulado Cuentos piqueteros e integra una organización cultural llamada “Razón y revolución” que afirma que “la única clase que puede producir arte es la clase obrera, porque es la única que está en movimiento”. Y entiendo todo, menos cómo todavía hay gente que compra ideas reduccionistas y utilitarias del arte y las expone con discursos tan retrógrados y conservadores.
Ideas que atrasan, sí, pero sobre todo que aburren.