Podemos pensar a Europa como un experimento bélico inacabado, siempre en desarrollo por la inagotable sed nacionalista que existe en esa zona repleta de países surgidos tras la caída del Muro de Berlín. Del centro mismo de esos territorios en conflicto proviene la escritora y periodista Svetlana Alexievich, reciente Premio Nobel de Literatura. Ella tiene vínculos políticos con los opositores bielorrusos así como reconoció su participación en las manifestaciones de 2014 en Ucrania. Se declaró admiradora del mundo ruso, de su literatura, su música y su ballet. “Pero no respeto el mundo de Beria, Stalin, Putin y Shoigu. Ese no es mi mundo. Tampoco me gusta ese 84% de rusos que llama a matar ucranianos.” Debido a motivos políticos dejó Bielorrusia en 2000 y vivió durante una década en París, Gotemburgo y Berlín, regresando a Minsk, la capital de Bielorrusia, en 2011.
Su supuesto enemigo es Alexandr Lukashenko, que más que un presidente es algo así como un Jesús Cariglino cosaco (gobierna Bielorrusia desde 1994). Pese a la militancia “opositora” de la premiada la felicitó en un comunicado: “Su arte no ha dejado indiferentes ni a los bielorrusos ni a los lectores de todo el mundo”. Este domingo hay elecciones y Lukashenko va por la superreelección en un país con diez millones de habitantes, de mayoría católica ortodoxa y habla rusa. Se descuenta otro triunfo oficialista, ya que Lukashenko se la pasa coqueteando entre la Unión Europea y Moscú, obteniendo créditos y ayudas comerciales, mientras la población disfruta el lujo de un Estado benefactor. ¿Dictadura perfecta? Más bien picardía perfecta. Por ejemplo, Bielorrusia tuvo una intensa relación con la Venezuela de Hugo Chávez. Muerto el líder, la deuda por petróleo (que Bielorrusia revendía a otros países europeos en vez de refinarlo, por eso el precio preferencial del tratado comercial) asciende a 2.800 millones de dólares que Lukashenko ha transformado en un alejamiento del actual heredero, Maduro. “No es Chávez”, dicen en las calles de Minsk, y mientras tanto no pagan.
En el sitio web Free Press (editado por el escritor ruso Zakhar Prilepin), el 25 de julio pasado se publicó un encendido artículo firmado por Vladimir Bondarenko donde se refiere a Alexievich en términos poco amistosos. La acusa de virar en su posición intelectual como rusofóbica y que semejante odio hacia el pueblo ruso es una movida política y mediática para recibir el Nobel de Literatura. También señala que la periodista promueve una guerra contra Rusia, identificando a Putin como el enemigo a vencer, y que por eso pasó diez años como “exiliada turística” por toda Europa. Además de menospreciarla como escritora, Bondarenko la llama “proyecto estadounidense”. En semejante contexto Svetlana Alexievich ha sabido forjar su prestigio como escritora de los que no tienen voz. Pero, de manera inteligente, le ha dado voz a los rusos, motivo por el cual fue publicada en Rusia y no en su tierra madre. Por eso también la señala como oportunista: es en Rusia donde se consagró como escritora vendiendo miles de ejemplares.
Los intelectuales siempre terminan lastimados por la política. ¿Cómo logró Alexievich asistir a la campaña rusa contra los rebeldes talibanes en Afganistán? Existen fotos de ella uniformada, compartiendo espacio militar y protección. Eso no es gratis. ¿Cómo logró Alexievich la aprobación social rusa para entrometerse en semejante intimidad del dolor y ser best-seller? ¿Realmente es antirrusa o coquetea con el poder como su “enemigo”, el eterno presidente bielorruso?