Quizá toda historia de amor sufra del mismo escollo: definir qué es el amor. En Travesuras de la niña mala, Mario Vargas Llosa opta por la visión del amor como obsesión, una pasión que subsiste por la fuerza de quien ama más allá de lo que haga el otro, un sentimiento irracional –y a la vez autodestructivo– capaz de perdurar en el tiempo.
El argumento de esta novela, que se convirtió rápidamente en uno de los libros más vendidos de este año, es sencillo. Ricardo conoce, siendo adolescente, a la niña mala, una supuesta chilenita a quien las vicisitudes de una fiesta y la envidia de las peruanas alejan.
Luego, Ricardo se instala en París para trabajar como traductor –lo cual, para el protagonista, resulta un logro en sí mismo–, donde vuelve a reencontrarse con la niña mala, sólo que entonces posee otro nombre y posee, también, otros elementos que la alejarán. Una y otra vez la alejarán, pues la vida de Ricardito estará signada por esas apariciones esporádicas, distantes, de la niña mala, acaso la única mujer que ame en su vida.
La narración es lineal: si bien Ricardo escribe desde la resolución de su historia con la niña mala, el relato prefiere darles a los encuentros un orden cronológico y no adelantar lo que finalmente sucedió. Si algo resalta a lo largo de toda la novela, es la maestría de Vargas Llosa como escritor. No sólo por el excelente manejo del lenguaje –pocos autores podrían utilizar la cantidad de diminutivos que él incluye en la novela, y que al mismo tiempo resulten agradables a la lectura–, sino por la destreza de la trama. Los encuentros se suceden y el paso de los años puede ser vertiginoso, para luego hallar un remanso en la relación entre el pichiruchi –Ricardo– y la niña mala, que se constituye en la columna vertebral de la estructura de la novela, enriquecida por personajes secundarios que, en algunos casos, resultarán memorables.
Vargas Llosa aprovecha, como es su estilo, para insertar esa historia, si se quiere pequeña, en un mundo de mayores dimensiones y para opinar con soltura en afirmaciones que nunca resultan disonantes con el tono del relato.
Resultaría iluso suponer que Travesuras de la niña mala se ubica entre lo mejor de la obra del peruano, eterno candidato al Premio Nobel. Sin embargo, ante un autor de pluma maestra , lo que resulta una obra menor en relación con sí mismo se transforma en una novela indispensable para lo que suelen ser las mesas de novedades de las librerías.