Cuando lo encontró la muerte, en septiembre de 2003, Edward Said estaba terminando de corregir una serie de ensayos y conferencias que se publicaría al año siguiente con el título Humanismo y crítica democrática. En uno de ellos, “El retorno a la filología”, el humanista palestino propone un modelo de resistencia intelectual basado nada más y nada menos que en la lectura de cerca. Para Said, en las postrimerías del 11 de septiembre de 2001, las humanidades debían volver a la filología y desde allí fomentar el diálogo intercultural. Más allá del oportunismo, o no, de este llamado de atención, y dejando de lado la cuestión de la viabilidad de la propuesta, es destacable la elección terminológica de Said. La filología entendida en sentido amplio es una relación con el texto que se desenvuelve en dos fases. Primero, una instancia de atención durante la cual se le concede al texto autoridad, se lo “recibe” con un cuidado que no dista mucho de la deferencia y se lo examina meticulosamente, escrutándolo palabra por palabra. Se trata aquí de entender el texto en sus propios términos, como un entramado de referencias internas, como un compuesto más o menos armónico de forma y contenido, pero también poniéndolo en relación con las distintas capas de contexto (histórico, estilístico, lingüístico) en las que surge. Para lograr esto es preciso acercarse al texto, sumergirse en él, habitarlo. La segunda instancia, en cambio, es un progresivo alejamiento hacia las sucesivas capas exegéticas que componen la historia de su recepción. Esta es la fase de crítica, durante la cual el lector se ubica con un pie adentro y otro afuera del texto, cuestiona, pone en duda, discute. Según Said, es aquí que se da la “resistencia”, un modo de leer y de pensar que es escéptico y crítico, o paradojal, en el sentido de que desafía la opinión (doxa), el lugar común, la exégesis aceptada y aceptable. No hay que olvidar, sin embargo, que la riqueza de la crítica en la segunda instancia está ligada de manera inextricable al parsimonioso trabajo que demanda la primera. Si bien está claro que los límites entre ambas fases son difusos y que la relación crítica con el texto ya está sucediendo durante esas primeras lecturas, sin lectura de cerca no hay posibilidad alguna de interpretación seria. Es precisamente la concesión de autoridad que le hacemos al texto lo que a la larga nos autoriza a cuestionarlo, a interpelarlo y a resistirlo, pero también a encomiarlo, a transformarlo y a utilizarlo. En otras palabras, la irreverencia debe estar fundada sobre una previa reverencia.
Si bien esta manera de leer e interactuar con lo leído se puede aplicar a cualquier texto, la lectura de textos “canónicos”, escritos hace cientos o miles de años, en lenguas extranjeras, en lenguas muertas incluso, conlleva exigencias especiales. El otro con el que nos encontramos en esa burbuja de intimidad que inaugura la lectura es, en el caso de los clásicos, un otro a la vez extrañamente familiar e irremediablemente extraño. La lectura de cerca de los clásicos es un intenso ejercicio de atención. Evitando a toda costa caer en el lugar común de la demonización, a un tiempo pueril y apolillada, de la tecnología y las telecomunicaciones que nos dan acceso a tantas maravillas (¿demasiadas, tal vez?), es difícil negar que nuestra era de internet y el smartphone es también la era de la distracción. A menos que hagamos un esfuerzo, en ocasiones superlativo, para “desconectarnos”, estamos en todo momento participando de varias conversaciones a la vez, expuestos a noticias, a imágenes (enternecedoras, indignantes, obscenas, irrelevantes), a opiniones y comentarios, a llamados de atención y a convocatorias, a insultos, chicanas, denuncias y demás, todo esto mientras, en el mejor de los casos, leemos por encima y escribimos apurados. No tengo idoneidad para especular sobre si esto es bueno o es malo, tampoco me atrevo a adivinar si es mejor o peor que el modo que lo precede (¿alguien se acuerda de cómo era ese mundo anterior?), pero sobre algo no tengo dudas: se trata de un modo de cognición y de interacción nuevo en la historia de la humanidad. Y así, inmerso inexorablemente en este nuevo paradigma comunicativo de la simultaneidad, de la brevedad, de la dispersión y de la virtualidad, encuentro que la concentración se me vuelve cada vez más difícil.
Paradójicamente, #Dante2018 nació como un intento de concentración. Un intento personal de concentración, debería decir, porque empezó como un proyecto privado que, de improviso y presa de las tendencias impredecibles de las redes sociales, se viralizó y se convirtió en una gigantesca experiencia colectiva. La idea era simple: empezar 2018 leyendo la Divina comedia (Borges decía que ponerlo en bastardilla era absurdo, como poner en bastardilla la Biblia, o la Ilíada). Un canto por día, cien cantos en cien días, y así asegurarme al menos una alegría diaria durante el primer trimestre del año. Hace algún tiempo hice algo parecido, también empezando el 1º de enero, pero leyendo tres cantos por día. Era demasiado. Los cantos son cortos, pero tan ricos en imágenes, envueltos en tantas capas de sentido, de tanta densidad poética y complejidad intelectual, que tres, dos incluso, son demasiado. Un canto al día es la medida perfecta. Cada uno de ellos varía rigurosamente entre los 130 y 160 versos, unas tres o cuatro páginas dependiendo del grosor de las notas al pie, de modo que en un día hay tiempo de hacer varias lecturas. Uno de los temas más reveladores de los muchos que tratan los participantes de #Dante2018 es el de los hábitos de lectura: ¿en qué momento del día se lee? ¿Cuántas veces al día: una, dos, tres o más? ¿Alternando con notas, o de corrido y después mirando las notas? ¿En lengua original –¿edición italiana o edición bilingüe?–, o en traducción –¿cuál? ¿en prosa o en verso?–? Hay quienes leen de mañana, mientras desayunan. Hay quienes leen al atardecer, cuando terminan con sus obligaciones del día. Hay quienes esperan a la medianoche y son los primeros en leer el canto del día. Y hay quienes leen siempre a horas distintas, cuando pueden, cuando encuentran veinte minutos o media hora, en trenes, aviones y colectivos, haciendo fila, en salas de espera, durante el almuerzo. Se lee en bares y cafés, en jardines y terrazas, en la playa y en las montañas, en pueblos y en grandes ciudades, en Buenos Aires y en Santa Cruz de la Sierra, en Londres y en Osaka, en Quito y en Rosario, en Madrid y en Mendoza, en Port Moresby y en Bogotá, en Ciudad de México, en La Plata, en Montevideo, en Caracas y en Katmandú, en Córdoba y en el Tigre, en Nueva York y en Tandil, en Carmen de Areco, en San José de Costa Rica, en Mérida, Venezuela, en Santo Domingo y en Santiago de Chile. Se lee en Maracay, se lee en Zihuatanejo, se lee en Ushuaia, se lee en Chicago…
Yo leo dos veces de mañana y una tercera vez a la noche. Primero en voz alta de corrido, después en silencio y a paso lento, mirando las notas, consultando la traducción, retrocediendo y aclarando dudas, confirmando sospechas, afianzando impresiones o volviendo a apreciar una imagen, una línea de diálogo, un detalle. Confieso que la aspiración última –ridícula, infantil, contraproducente acaso– es poseer el poema, agotarlo, examinar todos sus resquicios, aferrarme a sus infinitas aristas, digerirlo y ¿por qué no? encarnarlo. La Divina comedia, como otras joyas de la literatura universal, invita a este tipo de relación obsesiva y posesiva. Por supuesto que esta invitación es una trampa porque, a fin de cuentas, el poema dantesco es tan inasible como inagotable. Y quien lo ha leído en más de una ocasión sabe que la Divina comedia siempre se lee por primera vez. Pero la ilusión es más fuerte. Quizás leyendo así –pienso–, de a poco, lentamente, con cuidado, un canto por día... quizás leyendo así logre incorporarlo del todo y se quede conmigo para siempre. En una de las notas que se publicaron sobre #Dante2018 a lo largo de estos tres meses, el escritor mexicano Aurelio Asiain explica que lo que más le interesó de la propuesta fue la consigna de seguir un ritmo sostenido, de leer un canto por día con disciplina férrea, sin atrasarse ni adelantarse. Esto me hace pensar en la lectura como una práctica similar a la meditación, el hábito diario de creación de un espacio donde recluirse, donde tomar aire y concentrarse para entrar en contacto con algo bello, o terrible, que inspira y regenera.
El Club de la Comedia
En distintas ciudades –Nueva York y Bogotá, entre otras– se celebrará esta semana el cierre de la iniciativa. En Buenos Aires será el Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges, de la Biblioteca Nacional, el que hará lo propio en su sede de la calle México 564 (CABA).
El martes, día que corresponde a la lectura del último canto del Paraíso, se realizarán:
A las 15: proyección de L’Inferno (El infierno de Dante), la película de 1911 de Giuseppe de Liguoro, Francesco Bertolini y Adolfo Padovan .
A las 17: conferencia a cargo de Pablo Williams, especialista en la obra de Dante Alighieri.
A las 18: diálogo con Jorge Aulicino, poeta y traductor de la Divina comedia.
A las 19: conferencia de Silvia Magnavacca, doctora en Filosofía, especialista en Filosofía y Literatura Medievales.
A las 20: concierto para piano a cargo de Leandro Jáuregui.
A las 20.45: palabras de Alberto Manguel y Pablo Maurette. Proyección del video con el canto final de la Divina comedia.
Asimismo, se exhibirán trabajos de Leonardo Achilli, Marina Ceballos, Sergio Ucedo, Esteban Serrano y Diego Cano: cinco artistas que fueron ilustrando diariamente cada canto de la Comedia; y libros de la biblioteca personal de Borges con notas manuscritas que atestiguan la devoción del escritor por la obra de Dante.
Tuits notables
@quintinLLP: 7 de enero. Querido diario: hoy cumplo 67 años. Me desperté y leí el canto VII. Me da un poco de vergüenza leer la Divina comedia recién a esta edad. Pero más vale tarde que nunca. Gracias a #Dante2018
@kgalperin: Entre las actividades más placenteras de #Dante2018 retuitear rankea altísimo. Cuánta gente haciendo y diciendo cosas lindas con LDC. Gracias.
@verito_rap: Qué alegría me dio el Canto 21 del Purgatorio. El homenaje a Virgilio, parte como poeta y figura real y parte x el cariño q se merece como personaje en el viaje de LDC. #Dante2018
@bogabalzaciano: Purg. 23. Flojo el castigo para las golosos. El olor a fruta se lo banca cualquiera. Lo difícil es el olor a chori. #Dante2018
@OSammartino: Purgatorio 27. Volví a leer los últimos versos, cuando Virgilio le anuncia a Dante que ya no lo guiará más. Soy un sentimental. #Dante2018
@BuffetFreud: Cuando Dante la llama «mi Señora» a Beatriz no puedo dejar de imaginarlo en tono porteño. #Dante2018
@barbmatata: cuando termine #Dante2018 el “se fue el año” va a dejar de ser un chascarrillo, una sensación al paso para empezar a ser una realidad
@aivirue: Finalmente, esa imagen del Paraíso como el lugar donde desaparece el deseo no es tan distinta a nuestra idea secular de la muerte. Una persona sin deseos, además de una ficción imposible, es un muerto en vida. El Infierno de Dante me divertía, el Paraíso me aterra. #Dante2018
@pabloavelluto: Me conmuevo, aprendo, pienso y vuelvo a conmoverme con #Dante2018. Twitter encontró su sentido, finalmente.
@emadfinzi: Fuimos saliendo del fuego, lo excrementicio, la sangre hirviente y la gelidez vidriada del Inferno; ahora vamos atravesando el humo y la luminosidad del Purgatorio y elevándonos para llegar a ‘la ilusión del encuentro fugaz con el objeto’. Dante Jacques Alighieri Lacan.
@PabloPwilliamsg: Los círculos en el Sol, la cruz en Marte y el águila en Júpiter son tres figuras cerradas sobre sí mismas. La escala áurea del cristalino Saturno es una figura abierta, sublime en su no tener fin hacia arriba a la vista, presagiando una meta invisible, el fin del Poema.