Un clásico es un libro del que se puede decir que es bueno sin haberlo leído, ironizó Chesterton. Sin ironía (ya no queda ironía, de hecho; la poca que dejó Chesterton se la gastó Borges), uno podría agregar que un clásico es también una obra que no hace falta leer para conocer su trama, personajes, ideas principales, incluso episodios. El Quijote es, desde luego, un ejemplo paradigmático. La historia de Alonso Quijano, el lector empedernido de novelas de caballería que, obsesionado con las ficciones que fagocita, un buen día se convence de que él también vive en ese mundo de fantasía, ya forma parte del imaginario cultural de Occidente y más allá.
Si Alonso Quijano está loco o está fingiendo para no ponerles el pecho a sus verdaderas responsabilidades (pedestres y tediosas, como saben ser las responsabilidades), a fin de cuentas no importa. La transformación del personaje en Don Quijote de La Mancha representa un cruce del Rubicón literario. Hasta entonces, la literatura se había ocupado de contar y de cantar historias. A Cervantes se le ocurre contar el contar mismo e incluir como personajes a libros y lectores. De este desdoblamiento de la conciencia literaria no hay retorno. Y si en el prólogo a la primera parte del Quijote, Cervantes, con magnífico decoro e ironía, se autoproclama “padrastro” de la novela (¿el padre vendría a ser Cide Hamete Benengeli, otra invención de Cervantes y autor del texto?), no estaría mal pensar a los colosos del siglo XX, Joyce, Kafka, Beckett, Borges, como hijastros de Cervantes.
#Cervantes2018 es una lectura completa de Don Quijote a razón de un capítulo por día. Los “desocupados lectores” leen por su cuenta y luego comentan en las redes sociales (Twitter y Facebook).
Una de las notas más curiosas de esta modalidad de lectura y comentario, que se percibió durante el proyecto precedente (#Dante2018), es que, a la vez que obedece la consigna principal de dividir la lectura en días, se desarrolla en un tiempo y en un espacio alternativos. Las redes sociales, e internet en general, son plataformas abiertas las 24 horas, en las que un usuario recién levantado en Osaka interactúa con un noctámbulo en Santa Cruz de la Sierra sin que importe en absoluto la hora del día. Son, también, espacios horizontales en los que la palabra de quien nunca ha leído a Dante, o a Cervantes, ocupa el mismo espacio que la del especialista.
La interacción es fluida, es frenética y es inmediata. Nos guste o no, la mayoría de nosotros ya vivimos con un pie en ese mundo virtual y otro en el así llamado “real”. La buena aceptación de estos proyectos demuestra no solo que hay muchísima gente ávida de leer por primera vez (o de releer) esos clásicos de los que tanto ha escuchado hablar, sino que la modalidad de comentario masivo online nos resulta natural, es un tipo de interacción que ya dominamos y que es parte del entramado cultural que nos constituye. Volver al Quijote nos vendrá como anillo al dedo, entonces. Nosotros, como Alonso Quijano, también pasamos la mitad de nuestras vidas en una realidad alternativa.