La tecnología avanza y forma parte de nuestra vida cotidiana. Los museos no permanecen ajenos a estas transformaciones. Los nuevos medios cambian nuestra forma de pensar, de leer, de observar, de vincularnos con el otro. Todas aptitudes clave mientras uno recorre un espacio cultural.
Algo se respira en el aire. Una casa oscura y húmeda donde se huele el espanto del pasado. Patricia es argentina y está en una clásica casa holandesa, ubicada en el centro de Amsterdam, sobre un canal. Es la casa de Anna Frank, la niña que narró el terror en su diario “íntimo”. Patricia ya vio la habitación y la biblioteca que cubría la escalera. Cuando la emoción parece atravesada en la garganta, este pequeño museo ofrece una forma de canalizarlo: envía un mensaje de paz. Allí, esta turista argentina le enviará un video a su amiga de la infancia, con quien leyeron juntas el Diario de Anna Frank, que lo recibirá en un mail con un link para descargar.
En una época donde estamos acostumbrados a compartir una experiencia al instante de haberla vivido. O incluso a interrumpir la experiencia para compartirla. En esta época interactiva, de tanta pantalla touch, la consigna de ir al museo en una actitud de contemplación de obras estáticas se presenta como una antigüedad. “Hoy la muestra es un concepto del siglo XIX y eso te garantiza, como mínimo, un fracaso”, dice María Lightowler, museóloga, docente y productora de exposiciones del Museo de Arte Contemporáneo Buenos Aires (Macba). “La institución tiene que adaptarse a los nuevos códigos comunicacionales. El museo no puede ser un espacio sagrado”, agrega.
En estas transformaciones la tecnología ocupa un lugar central. Hoy en día, que un museo tenga página web se da casi por descontado. Ahora, ¿qué ofrecen mediante esta plataforma? Las instituciones argentinas suelen exhibir lo básico: información de contacto, horarios, exposiciones, newsletters y la posibilidad de reservar entradas. Algunos, como el Malba, brindan la posibilidad de observar una charla en vivo y en directo a través del streaming. Y son muy pocos los que ofrecen contenidos multimedia exclusivos, como el caso de Glaciarum, Museo de Hielo patagónico.
“Las webs de los museos son bastante estáticas, hay muy poco desarrollado”, opina Florencia Langarica, licenciada en museología, profesora de Bellas Artes y docente universitaria.
Los museos de mayor prestigio internacional –como el MoMA, el Met y el Tate– elaboran continuamente contenidos multimedia exclusivos. Hay entrevistas a curadores, streamings que se asemejan a programas de televisión e incluso una serie multimedia donde cada capítulo está dedicado a una obra. La web del Tate, por ejemplo, recibe alrededor de veinte millones de visitas anuales, frente a los siete millones que visitan el museo.
Otro ejemplo es la página del Museo Nacional de Amsterdam. Mediante la consigna “Creá tu propia obra de arte” uno puede seleccionar una obra del museo y plasmarla en una remera, en un mantel, ¡y hasta en una moto! Desde su lanzamiento en 2012 se crearon más de 32 mil portfolios digitales y 112 mil obras de arte de la colección han sido descargadas.
En 2009 Google se sumó a esta iniciativa mediante Google Art Project. Instituciones como las ya mencionadas y otras como la Galería dei Uffizi han colaborado con este proyecto que invita al usuario a recorrer los museos con una visión de 360 grados. Lo más atractivo es que Google publica cada obra con una resolución de siete mil millones de píxeles por lo que haciendo zoom se puede observar hasta la pincelada más pequeña. El proyecto ya dispone de más de cuarenta mil obras y cuenta con más de 15 millones de usuarios.
Redes sociales. Son las herramientas más populares. Sin embargo, el sólo incorporarlas no es suficiente. “Las redes sociales tienen el desafío de generar comunidad”, opina Lightowler, también curadora y artista visual. En este campo también llevan el liderazgo instituciones como el Tate y el Met, con más de medio millón de seguidores en Twitter y Facebook. Allí promocionan los contenidos de su web, invitan a los usuarios a los eventos y exposiciones y hasta lanzan preguntas como: “¿Alguna vez una obra de arte te hizo llorar?” para invitar al usuario a participar. En nuestro país, hace pocos años los museos incorporaron las redes sociales. En el Malba, por ejemplo, las sumaron en 2008 y cuentan con más de cien mil seguidores. “Fue un cambio importante en la comunicación porque se creó una comunidad online bastante grande con un alto porcentaje de participación”, cuenta Guadalupe Requena, coordinadora del área de comunicación del museo. El Macba, inaugurado hace menos de un año, posee más de treinta mil seguidores en Facebook. Allí comparten videos de las presentaciones, entrevistas a curadores y artistas y fotos de los visitantes.
La movilidad. La posibilidad de integrar los contenidos en nuestros propios teléfonos aparece como la variable clave de estas transformaciones. “El teléfono móvil se ha convertido en un elemento que tiene un gran peso en nuestro día a día y cuya importancia y funcionalidad va creciendo, por lo que integrarlo en los museos abre todo un campo de posibilidades”, explica la museóloga española María Soledad Gómez Vilchez, creadora de MediaMusea, un proyecto que investiga la relación entre museos y nuevas tecnologías.
Hay aplicaciones para descargar publicaciones de la institución o algunas sobre una exposición en particular. Una propuesta original fue la del Museo Melbourne para su décimo aniversario. La app “Por favor tocá el museo” invitaba al usuario a explorar la colección con un iPad.
Para esta tecnología, se emplean los QR: códigos de barras que se pueden escanear con el teléfono para descargar más información sobre la obra. Una tecnología inalámbrica que ya se ha instalado en museos como el Mamba y el de Arte Popular José Hernández. En el Museo del Banco Provincia “Dr. Arturo Jauretche”, por ejemplo, uno apoya el teléfono y se puede descargar publicaciones.
“Hay muchas instituciones que permiten bajar sus audioguías a dispositivos celulares, o descargarlas en el lugar mediante códigos QR, pero todavía estas aplicaciones son tímidas”, agrega Rodrigo Alonso, especialista en arte contemporáneo y nuevos medios.
“El uso de elementos móviles facilita además la labor a la institución, que sólo ha de invertir en contenidos y no en dispositivos, y al usuario, que tiene la comodidad de usar sus propios terminales en cualquier lugar y gestionar de forma más personal la información que se le ofrece”, opina Gómez Vilchez y agrega: “A través de estos dispositivos se conecta in situ el espacio físico con el virtual y su utilización está creando nuevos hábitos que van a generar toda una revolución cultural”.
Las instituciones estadounidenses parecen llevar la delantera en este terreno. “Los museos que mejor están trabajando se encuentran en el ámbito anglosajón, principalmente porque no han tenido miedo a experimentar y han ido aplicando las posibilidades de la tecnología al mismo ritmo que iban surgiendo. El MOMA y el Metropolitan de Nueva York o el Museo de Brooklyn son algunos ejemplos de centros innovadores que han creído en la tecnología como un medio más para conectar con el público”, explica la museóloga española.
Socialización. Sin embargo, no todas las transformaciones están relacionadas con los flamantes avances tecnológicos. “El rol del museo hoy es distinto”, sugiere Lightowler y aclara: “No creo que sea aplicación de nuevas tecnologías sino buscar nuevos abordajes para pensar la muestra desde otro lugar”.
En la muestra del artista argentino Manuel Espinosa, que se exhibió en el Macba hasta julio, hubo dos iniciativas en esta dirección. El público experimentó con anteojos 3D y también pudo crear su propia versión de La Matusa, una obra de Espinosa con piezas que se encastran. “Hay que generar situaciones de encuentro”, opina Florencia Langarica, actualmente directora de educación y relaciones institucionales de este museo.
Las instituciones van encontrando diversas maneras de interpelar al público. Una de ellas es extender el horario del museo. El Museo de Historia Natural de Londres implementó, por ejemplo, una oferta de programas “after hour”. Una iniciativa local que avanza en ese sentido es “La noche de los museos”. Para la museóloga Marina Zurro esta propuesta es “una demostración de que nuevos públicos se acercan. Le pierden miedo a esta cuestión de que hay que ser erudito para ingresar. La manera de interactuar del personal y los educadores de las visitas también ayudan. Las visitas son más participativas, más lúdicas, más didácticas. Este tipo de actividades participativas, sin llegar a la gran tecnología, son las que van haciendo cambiar el museo”.
Esto recién empieza. “Creo que las instituciones argentinas están mucho más atrasadas, no sólo porque hace falta un buen soporte económico y tecnológico para desarrollar estos servicios, sino también porque ciertas prestaciones son muy deficientes en nuestro medio. Por ejemplo, las conexiones de internet para los teléfonos celulares en general funcionan muy mal y es muy difícil recurrir a información que deba descargarse mediante esos dispositivos en la sala”, opina el curador Rodrigo Alonso.
En sintonía con estas carencias, la artista e investigadora Graciela Taquini señala el rol clave del Estado en las instituciones públicas. “Debería haber políticas culturales públicas para sostener y aggiornar los dispositivos tecnológicos de sus instituciones. Pero las políticas culturales son electoralistas y no hay ninguna planificación”, concluye la artista.
Para esta curadora argentina uno de los ejemplos a seguir es la Fundación Telefónica. “Tiene un equipo de montaje especializado de excelencia y continuamente renueva su parque tecnológico”, cuenta Taquini, quien también destaca la tecnología de La Casa del Bicentenario.
Además de estos obstáculos, los especialistas señalan que en nuestro país falta presupuesto y personal capacitado. Sin profesionalización, incorporar tecnología puede ser riesgoso. “El principal riesgo es considerar la tecnología como un fin y no como un medio. Los museos deben usar la tecnología cuando se adapte a los fines que persiguen y cuando realmente les sea útil para transmitir su mensaje. Es habitual pensar que un riesgo de la tecnología es que puede reducir el número de visitantes del museo, pero todo lo contrario, complementa sin sustituir en ningún momento y facilita que un mayor número de personas se interesen por el museo y acudan a él”, opina Gómez Vilchez. “Creo que el mayor riesgo es que las tecnologías se hagan demasiado presentes y le quiten relevancia a aquello que el museo exhibe”, agrega Rodrigo Alonso.
“Los museos tienen una gran responsabilidad por delante porque son espacios que conservan la memoria en general a través de objetos físicos en un mundo crecientemente desmaterializado. Sin embargo, cuando pienso en los museos veinte años atrás no veo grandes diferencias con los actuales. Las nuevas tecnologías han transformado mucho a las áreas educativas de los museos, pero no sé si lo han hecho con los museos en sí. Veremos qué pasa en veinte años”, concluye Alonso.