CULTURA
historias literarias I

Con huellas de otras vidas

El reconocido escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky inicia con éste una serie de artículos en los que ahondará en historias distintas, paralelas y sagaces que hacen de la literatura el reino del encantamiento por excelencia. En esta oportunidad, el artista nos sumerge en la vida y la obra de quien supo ser la mujer del apóstol de los charlatanes.

Amantes doradas. Las hermanas Maklès supieron ser las señoras tanto de Bataille y Lacan como de Frenkel  y Masson.
| Cedoc Perfil

Los cinéfilos recuerdan la mirada luminosa y la silueta grácil de Sylvia Bataille en dos filmes de Renoir: Le crime de Monsieur Lange (1935) y Une partie de campagne (1936). Fueron los dos momentos memorables de una carrera cinematográfica que entre 1930 y 1950 acumuló, entre muchos títulos insignificantes, lo mejor y lo peor.

Otros la recuerdan como la esposa de Georges Bataille entre 1928 y 1946 y la de Jacques Lacan desde 1953 hasta la muerte de éste, en 1981.
Había nacido en París, en 1908, la menor de cuatro hijas de inmigrantes judíos rumanos, los Maklès, familia que iba a conocer momentos de riqueza y muchos de penuria. En una ocasión el padre, a menudo ausente durante meses en una explotación de caucho en el Amazonas, para justificar la falta de noticias adujo que había tenido dos hijos con una mujer brasileña; cuando Madame Maklès se ofreció a criarlos, argumentó: “Imposible traerlos, son negros”.  
 
Las hermanas Maklès no se quedaron quietas en París. Si bien ninguna como Sylvia accedió sucesivamente a apellidos como los de Bataille y Lacan, todas evolucionaron en un ambiente artístico e intelectual distinguido. Bianca, la mayor, actriz en la prestigiosa compañía de Charles Dullin, en el Théâtre de l’Atelier, se casó con Théodore Fraenkel, médico de profesión, amigo de André Breton, de dadaístas y surrealistas. Rose se casó con el pintor André Masson, en cuyas veladas frecuentó a Picasso, Queneau, Leiris y Balthus. Simone tuvo por marido a Jean Piel, intelectual que en 1946 iba a fundar con Bataille la revisa Critique.

En aquellos años, que en Francia iban a ser recordados como “entre-dos-guerras”, ese ambiente cultivaba cierta idea de libertinaje. Los celos estaban prohibidos como proyección del sentimiento burgués de propiedad. De esa intrincada sarabanda, menos pasional que deportiva, limitémonos a lo que concierne a Sylvia. Su hermana Bianca mantiene una relación con el escritor Georges Limbour, amigo de su marido, quien a su vez se distrae con la actriz Pola Illéry y “seduce” a su jovencísima cuñada Sylvia cuando ésta se ve obligada a vivir en casa de su hermana; Bianca no ignora la situación pero se las ingenia para acercar a Sylvia y a Bataille, que conduce su “experiencia de los límites” (alcohol, drogas, formas de promiscuidad que se quieren transgresoras) sin que esto lo distraiga de la creación de Documents, revista de arte y etnografía. Atraída por su inteligencia y –Sylvia no se engaña– también por su “parte maldita”, se casa con él. Nace una hija, Laurence. Bataille vive su relación más extrema con un personaje que lo supera; la bautiza Laure y le inspira la Dirty de Le Bleu du ciel. Es Colette Peignot, poeta, militante, psicótica para algunos, mística para otros, erotómana para todos, auténtica transgresora.

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Sylvia acepta todo papel que el cine le ofrece para sostener financieramente a marido e hija.    
El joven Lacan se acerca al grupo de intelectuales que rodean a Bataille. Es el amante oficial de Marie Bonaparte y tiene una confianza tenaz, no mellada por una carrera médica tradicional, en su abordaje disidente de Freud, en la formación de una práctica analítica propia. Al mismo tiempo, despliega su ambición en un escenario mundano.

(En 1975, en su última visita a París, Victoria Ocampo le preguntó a un joven interlocutor si “ese Lacan de quien tanto se habla” podía ser el individuo que había conocido en los años 30 como “el amantito de la mujer de Drieu”. A través de Sarduy y de Barthes, se le organizó un reencuentro con el ya consagrado gurú y pudo comprobar que su memoria no fallaba. La historia llegó a oídos a Elizabeth Roudinesco, que tradujo impecablemente la ironía de “amantito” como “petit amant”; la edición en español de su biografía de Lacan traduce “pequeño amante”, chatura que Ocampo nunca habría pronunciado.)   
Sylvia no es indiferente a ese seductor profesional que parece sinceramente enamorado de ella y luce una inteligencia paradójica. Tiene una hija de él, Judith, que debe inscribir con el apellido Bataille: a pesar del reconocimiento del padre, Sylvia aún no se ha divorciado y una arcaica ley impone el apellido del marido. (Con los años, Judith llega a obtener el de su padre, pero pronto lo sustituye por el del marido: Jacques-Alain Miller, discípulo de Lacan.) Como judía, Sylvia, sin separarse de su hija, pasa los años de la ocupación medianamente protegida por el apellido Bataille, mudándose entre distintas comarcas poco vigiladas del sur de Francia. Al volver a París intenta sin éxito retomar su carrera de actriz, pero el gusto de la época ha cambiado.

En 1953 se casa con Lacan y decide con sensatez consagrarse a un papel que, gradualmente, va resultándole grato: el de Madame Lacan.
Como viuda, iba a desempeñarlo entre 1981 y 1993. Antes de morir, destruyó toda correspondencia y documento propio, como si hubiese querido que de su vida sólo quedasen huellas en otras vidas