En 1992 se fue a Brasil para cumplir un sueño de la adolescencia: tener una posada junto al mar. Entre otros proyectos, llevaba una idea para escribir. Se trataba de procesar su experiencia en la cobertura del crimen de María Soledad Morales, y en el ejercicio del periodismo, al que le había dedicado más de una década y al que continuó vinculado. Fue el punto de partida de Mato y olvido, la novela con la que Daniel Ares ganó la última edición del concurso Extremo Negro-BAN.
Mato y olvido tiene como protagonista y narrador a Miguel Nogueras, un periodista que investiga el asesinato de una adolescente en el norte argentino. Las conexiones con la historia de María Soledad Morales son transparentes, pero Ares asegura que no se trata de la novela del caso sino de una reelaboración en la que fusiona circunstancias de personajes y situaciones distintas.
“Hay muchos elementos en la novela que no tienen nada que ver con María Soledad. Me basé en personas anónimas y famosas. Además, lo resuelvo de otra manera y deslizo mi teoría sobre el caso”, advierte Ares, también autor de La curva de la risa y Banderas en los balcones, entre otras novelas. El libro, repite el autor, “es una ficción, pero no una mentira”, en consonancia con una máxima de Norman Mailer que tiene como lema: “la diferencia entre los periodistas y los novelistas es que los periodistas corren detrás de la verdad para terminar contando una mentira, mientras los novelistas contamos una mentira para decir la verdad”.
—¿De qué verdad habla esta novela?
—La escribí en la primavera de 1995. En su momento no se animaron a publicarla porque el presidente de esta ficción está envuelto en el narcotráfico. Entonces no había muchos antimenemistas, por lo menos en las editoriales progres, como Alfaguara, donde la tuvieron seis meses y los abogados recomendaron que no fuera publicada. La escribí por la necesidad de gritarle a la gente que nosotros, los periodistas, mentimos. En esa época los medios no eran cuestionados, hacían y deshacían, y lo que nosotros decíamos era la verdad. Si el caso Angeles hubiera ocurrido en esa época, el padrastro terminaba preso, porque en un momento a los medios les pareció que daba el rol del asesino. Como fue con Guillermo Luque. Vamos a decirlo: nunca se probó que fuera el culpable. La gente vio asesinada a una hija de los pobres y encontró justo decapitar a un hijo de los ricos. En otra novela mía, El asesino entre el centeno, el protagonista dice: “Querían venganza, pero pedían justicia; el pueblo es así, pudoroso”.
—¿Pensabas en ese proceso mientras cubrías el caso María Soledad?
—El caso me permitió verlo en toda su dinámica, porque concentró en un lugar pequeño a toda la prensa del país. Estaban todas las revistas, todos los canales, todos los diarios, la primera división de la prensa argentina. Por eso no deben tomarse los retratos que hago como retratos de alguien porque mezclo, busco síntesis. No había visto esa concentración de medios desde la guerra de Malvinas, pero fue diferente porque en ese momento teníamos la excusa de que vivíamos en dictadura y estábamos sometidos a la censura militar, lo cual fue rigurosamente cierto. En uno de los capítulos pongo como epígrafe el título del libro de Ronald Biggs, el inglés que robó el tren de la Corona: Nadie es inocente. Es así, nadie es inocente, y el público tampoco, el público que nos compraba y pedía la cabeza de Luque.
—¿Esa situación te llevó a dejar el periodismo?
—A mí el periodismo me rompió el corazón a poco de comenzar. Siempre traté de huir del periodismo como medio de vida. Ahora no lo intentaría tanto, porque he visto cosas peores. Lo que me queda es la fascinación por el oficio.