CULTURA
El arte de la queja

Crítica Literaria

La crítica literaria se debate entre la publicidad encubierta o la falta de responsabilidad enmascarada, polos que desdibujan su esencia primordial: el disenso articulado.

Debate. Isaac Fitzgerald (arriba), Lee Siegel (derecha) y María Bustillos (abajo, a la izquierda) entablaron hace poco un debate en los EE.UU. en torno a un tema primordial: descabezar o no a los auto
| Marcelo M. Abbate

Hace unos meses, en algunos medios estadounidenses se desató un debate sobre la necesidad de publicar críticas literarias negativas. El editor de libros de BuzzFeed, Isaac Fitzgerald, dijo que no las escribirían porque la comunidad online es un espacio positivo donde se respeta el esfuerzo que implica publicar un libro. También Lee Siegel, crítico del New Yorker, dijo que no volvería a escribir críticas negativas.

Con estas afirmaciones comenzó la discusión. ¿No deja, entonces, de ser crítica para pasar a ser publicidad? También en el New Yorker, la escritora María Bustillos respondió que el verdadero respeto hacia un autor es leerlo en profundidad y tener la valentía de analizarlo. “Si aceptamos que el construir significado es un proceso colaborativo entre el artista y la audiencia, entonces el valor de la crítica honesta se vuelve inmediatamente aparente. Lo que cuenta es el diálogo”, escribió.

En nuestro país, este debate no es ajeno. Tanto cuando el escritor Patricio Pron publicó una crítica de Ladrilleros, de Selva Almada, como cuando Juan Terranova escribió sobre Beya, de Gabriela Cabezón Cámara, hubo algunas reacciones porque los textos señalaban fallas o cuestionaban elementos de las novelas.

¿No estamos acostumbrados a leer críticas literarias que sean, de alguna forma, negativas? Un interrogante que nos lleva a otro: ¿Para qué se escribe crítica literaria?

El periodista y crítico Pablo Gianera refuerza esta idea de Bustillos sobre la construcción de significado con el lector. “La crítica no es algo que venga desde afuera, sino algo que le permite a la obra mirarse en un espejo. Si la crítica debe satisfacer una obligación, esa obligación pasa por el objeto sobre el que el crítico escribe”, opina.

Para Luis Chitarroni, editor de La Bestia Equilátera, las funciones son muchas y entre ellas señala “el escape de esa frivolidad empecinada que consiste en decir ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ sin argumentos adicionales”.

Juan Terranova, escritor y crítico, señala que el público suele sospechar sobre las intenciones de aquel que critica una obra. Sin embargo, advierte: “Cuestionar la existencia de la crítica como institución es cuestionar la literatura misma como institución. Sin crítica, sin esa escritura, no habría discusión, no existiría la parte social del intercambio estético o político. La crítica existe porque el Logos no se conforma con aceptar o callar”, afirma el autor de Los gauchos irónicos.

Si esas son las funciones de la crítica, ¿podríamos afirmar que hoy existe ese género? Para el crítico y escritor Elvio Gandolfo, recientemente galardonado con el premio de la crítica en la Feria del Libro, se trata de un género en crisis, pero asegura que encuentra cada tanto en los medios un buen ejemplo.

Hay quienes conciben a la crítica como un servicio al lector, como una forma de orientarlo en sus lecturas. Los críticos entrevistados para esta nota no coinciden con esta concepción. “El servicio no es al lector sino a la idea de una comunidad de lectores y a la tradición literaria a la que uno pertenece y desea contribuir, no más que eso”, sugiere el escritor y crítico Patricio Pron.

Las infrecuentes críticas negativas. Hay críticos que cuando un libro no les gusta eligen no escribir sobre él, o escriben algo breve, que se asemeja más a una reseña descriptiva. Para Glenda Vieites, editora de Penguin Random House, no vale la pena escribir una crítica negativa. “Creo que es suficiente con no escribir la reseña del libro que resulta fallido. Y ocuparse, en cambio, de los libros que puedan entusiasmar al público del medio”, opina.

Por el contrario, Pron cree que “el crítico debe ser valiente” y que un texto negativo puede enriquecer la discusión literaria. Terranova explica que no escribe según su gusto personal por cierta obra, sino que lo hace cuando piensa que tiene algo para decir. “Hay libros que me gustaron mucho, me conmovieron, y sobre los que no fui capaz de escribir”, cuenta.

“En mi caso, trato de separar con claridad la simpatía personal que siento por alguien de lo que me parecen sus libros. No critico si no siento un placer mínimo al leer (por diversión ante lo malo, o agradecimiento ante lo bueno)”, asegura Gandolfo.

Aparecen pocas críticas negativas, pero cuando se publican suele ser, según Gandolfo, un momento feliz. “Como lector, puede ser un gran placer leer una nota negativa bien argumentada y escrita. Sobre todo sobre autores o libros que el propio lector considera inflados: ‘¡Ah!’, se dice, aliviado, ‘¡al fin alguien dice la verdad!’”, opina el autor de Cada vez más cerca.

Este panorama suele ir vinculado con los rasgos propios del pequeño mundillo editorial, donde todos se conocen entre sí. Y, para sumar complicaciones: muchas veces los periodistas que escriben las críticas suelen ser, a su vez, escritores interesados en publicar su obra en las editoriales cuyas obras deben analizar. A pesar de que una situación no debería interferir en la otra, no siempre es lo que sucede.

“Es evidente que la crítica literaria habla acerca de obras y no de autores, de modo que ¿qué daño se podría hacer a un autor si se “destroza” su obra? Ninguno, si ese autor es inteligente y sabe distinguir entre una cosa y otra”, opina Pron.

La opinión de los autores. A pesar de esta autocensura que algunas veces realizan los periodistas que escriben críticas, los autores consultados reconocen que prefieren un texto “negativo” pero que evidencie una lectura sobre la obra. “Siempre me interesaron las lecturas que se hacen de lo que escribo. Lectura, es decir: un cierto trabajo de desplegar y poner en juego y pensar todo eso que se mueve en un libro. Si hay lectura, me importa poco que la crítica sea positiva o negativa. Si hay lectura, quiere decir que lo que escribo entra en relación con algo o alguien y puede producir algún tipo de efecto”, opina el escritor Alan Pauls, autor de novelas como La historia del llanto y El pasado. “Muchas cosas muy admirativas escritas sobre mi trabajo me produjeron un tedio olímpico, y algunas cosas discrepantes, en cambio, me produjeron ganas de discutir y pensar”, agrega.

Algo similar señala Iosi Havilio, autor de novelas como Opendoor y Paraísos: “Me encontré con buena críticas y sin embargo epidérmicas, otras no tan buenas y al mismo tiempo sustanciales”; y agrega: “La lectura que se hace desde adentro, despojada de prejuicios y predeterminismos, va a ser enriquecedora siempre. Estas lecturas pueden ser elogiosas o todo lo contrario, pero se arriesgan a jugar el juego del texto en cuestión. En cambio, las reseñas de manual, que son la grandísima mayoría, escritas desde la periferia del texto, que prestan menos atención al universo contenido en el libro que a la editorial, la firma en la contratapa, al año en que nació el autor, resultan estériles a largo plazo y conyunturalmente enojosas”.

Para Gandolfo, cómo se comporta un crítico depende de su “claridad y los huevos que tenga”. “Si afloja, contribuye a la mediocridad general. Si se juega, puede perder un amigo, o una posibilidad de edición. Otra presión es que el libro a comentar sea de alguien que integra jurados de becas o viajes por el mundo, algo que hoy importa más que editar localmente”, agrega el escritor mendocino.

Para Terranova, este mundo que puede estar teñido de amiguismo y favores no es el problema. “El problema es que hay gente escribiendo que no sabe ni leer ni escribir”, asegura.

A un mundo pequeño se suma el contacto fluido entre autores, críticos y lectores que existe gracias a internet y las redes sociales. Allí, un crítico agradece a la editorial el envío de determinado libro, lectores le comentan al autor que están leyendo su novela y comienza un ida y vuelta en una comunidad que, según Fitzgerald, suele ser positiva. “La aparición de las redes provocó una desjerarquización de la actividad crítica. A partir
de ahí, va a ser interesante seguir cuáles serán los nuevos modos de construcción de autoridad del crítico”, opina Gianera.

La crítica y el mercado. Sin embargo, a la hora de las ventas de ejemplares, los editores no creen que las críticas –sobre todo en los medios gráficos– tengan gran incidencia. “Las reseñas que señalan puntos fallidos de la narración no inciden para nada en el éxito comercial. De hecho, la mayor parte de los best sellers no han tenido reseñas, puesto que los suplementos literarios no se ocupan de los libros que tienen perfil comercial”, opina Vieites.

Chitarroni coincide con la editora: “El destino comercial de un libro es algo que los editores, con todas nuestras supersticiones, credulidades y alarmas, aun observamos con asombro”. Sin embargo, reconoce que para las pequeñas editoriales una crítica resulta más importante que para una editorial grande. “En la medida en que cumple con un servicio elemental: informan acerca de la presencia del libro”, explica.

Las cualidades de un crítico. Con este panorama y conociendo las visiones de algunos de sus protagonistas, ¿qué cualidades debe tener un escritor o periodista para ser un buen crítico literario?

“Tiene que saber dejar de lado su conveniencia y sus intereses personales en nombre una instancia más alta: la contribución a la discusión de los vínculos entre literatura y sociedad en un momento histórico específico, se podría decir”, sugiere Pron.

Una lectura continua y diversa aparece como un requisito clave. “Debe leer mucho y muy variado: ensayo, información, entrevistas, crónicas, además de poesía y narrativa”, dice Gandolfo quien, además, señala la importancia de la edición del propio texto. “Debe releer tres o cuatro veces cada nota para expresar con claridad lo que quiere decir, a lo cual se llega mediante la corrección de detalles que a veces parecen mínimos y no lo son”.

Para Gianera, a estas cualidades debería sumarse una condición imprescindible: “Tener una teoría del arte”.

“Tiene que saber leer y luego tiene que saber escribir esas lecturas. Y tiene que saber narrar y argumentar. Y todo eso lleva una vida de durísimo aprendizaje. También tiene que resignarse a ser medianamente pobre”, concluye Terranova.