CULTURA
Tolkien & Lewis

Dos fantasías en conflicto

Conocidos por el gran público gracias a las exitosas películas inspiradas en sus novelas “El señor de los anillos” y “Las crónicas de Narnia”, Tolkien y Lewis fueron dos prestigiosos escritores y docentes de Oxford. La literatura, los valores tradicionales y el debate los unieron, pero se distanciaron debido a sus diferentes posturas frente a la literatura y la religión.

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Lewis & Tolkien: treinta años de amistad y debates en los claustros y los bares de Oxford | CEDOC PERFIL

"Hasta ahora experimenté los sentimientos normales en un hombre de mi edad, como un viejo árbol que está perdiendo sus hojas una a una, pero esto es como un hachazo en las raíces”. El confesado dolor de J.R.R. Tolkien, volcado en una carta a su hija Priscilla, estaba provocado por la muerte de Jack –como llamaban a C.S. Lewis–, el 22 de noviembre de 1963. Diez años más tarde, el 2 de septiembre de 1973, moría el autor de El señor de los anillos y la necrológica publicada en el Times era la que muchos años antes había escrito el novelista de Las crónicas de Narnia.

Los dos habían sido muy amigos, pero diversas circunstancias –la literatura, la religión y una mujer– los habían distanciado

Aunque el frente de batalla fue una coincidencia en sus vidas, recién se cruzaron a mediados de los años 20 en los prestigiosos claustros de Oxford, donde ambos eran profesores. Tolkien, el filólogo, había nacido en Sudáfrica en 1892, y estaba casado con la misma chica que había conocido a los 16 años, con quien tenía cuatro hijos. Era católico ortodoxo y conservador. Lewis, especialista en literatura medieval, era seis años más joven, soltero, oriundo de Belfast, y de momento agnóstico. Su padre, protestante, le había recomendado cuidarse de papistas y lingüistas (Tolkien era ambas cosas) pero el amor por las mitologías nórdicas y las tradiciones anglosajonas los acercaban.

Como catedráticos, tenían ganado su lugar. Tolkien había traducido al inglés el Beowulf, poema épico anglosajón del siglo VIII, y La alegoría del amor, el estudio sobre amor cortés de Lewis, era consulta obligatoria para los medievalistas.

Pero la fantasía los llevó afuera de las aulas

Cada jueves, entre té y cerveza, se reunían en el pub Eagle & Child para compartir sus escritos con admiración e impiedad. Tal como cuenta el filósofo Pablo Capanna en su libro Excursos, el disgusto que les causaba la literatura fantástica de su época hizo que se comprometieran a escribir “cuentos de hadas modernos”. Definición que los especialistas concuerdan hoy en utilizar al mencionar El señor de los anillos y Las crónicas de Narnia. Ricardo Irigaray, fundador de la Asociación Tolkien de Argentina, arriesga el término “teología-ficción” para referirse a las obras de Lewis: Las crónicas... y La trilogía de Ransom. Pero para comprender todo es necesario viajar a 1931.

Amor y fe

Una noche, después de cenar, la charla sobre si Jesucristo era o no un mito se transformó en un arduo debate entre Lewis, Tolkien y Hugo Dyson –otro compañero de tertulias–. Cuando amaneció, Lewis ya estaba enrolado en las filas cristianas. No obstante, y para disgusto de Tolkien, nunca fue católico sino anglicano. Con el fervor de los conversos, hizo de la fe el tema de sus polémicas, de sus intervenciones en radio y ensayos teológicos que molestaron muchísimo a su viejo amigo, alejado de cualquier pretensión “mediática”.

Sería precisamente en su mayor éxito editorial donde Lewis llevaría las alegorías cristianas al paroxismo. Como ironiza Capanna, Las crónicas… “contienen escenas de religión explícita”: el león Aslan es Jesús, sacrificado y resucitado, así como Edmundo es Adán. Son siete novelas publicadas en siete años (del ’50 al ’56), una premura absolutamente frívola para la habitual parsimonia de Tolkien.

Tanto El hobbit (1937) como El señor… (1954) –que le llevó 12 años y cada párrafo fue reescrito por lo menos seis veces– se completaron a fuerza de la insistencia de su entorno

Sobre todo de Lewis. “Tolkien detestaba las alegorías. Igual que el autor del Beowulf, usó un ropaje precristiano para expresar una metafísica cristiana”, explica Irigaray.

Además de estas diferencias, surgió otra que profundizó la distancia entre los dos escritores. El amor alcanzó a Lewis más allá de la barrera de los 50, cuando conoció a Helen Joy Davidman, una poeta norteamericana con quien se casó y a quien le abrió incluso las puertas de las reuniones literarias. Para Tolkien fue demasiado. Pero la audacia no duró mucho. Enferma de cáncer, Davidman murió en 1960. Lewis la seguiría tres años después.

Como novelistas, el reconocimiento les llegó a destiempo (como casi siempre llega la fama literaria)

Sobre todo a Tolkien, que ya viejo escapó de la estrechez económica aunque lamentaba haberse convertido en autor de culto para hippies. Creador de una cosmogonía que incluyó hasta la elaboración de una lengua (la élfica), está muy por encima de la ficción de Lewis, cuyo fuerte era el ensayo, la apologética y la erudición. Estudiados en las universidades de Europa y objeto de innumerables presentaciones de tesis, en la Argentina el mundo académico todavía los recela. “Hay prejuicios porque venden, opina el investigador Jorge Ferro. Aunque nadie podrá culparlos de arrodillarse ante el marketing, a estos hombres que en pleno siglo XX eligieron las espadas, los dragones y los sueños caballerescos, mucho antes que el posmodernismo pusiera de moda la Edad Media.

El Señor de los Anillos 20220202

Borges y una lectura afiebrada

En la Navidad de 1938, Jorge Luis Borges se golpeó la cabeza con el filo de una ventana abierta y durante una semana sufrió alucinaciones y altas fiebres. “Cuando comencé a recuperarme, temí por mi integridad mental. Recuerdo que mi madre quiso leerme páginas de un libro que yo había pedido poco antes, Out of the Silent Planet, de C.S. Lewis, pero durante dos o tres noches la postergué. Al final lo hizo, pero tras escuchar una página o dos comencé a llorar. Mi madre me preguntó el motivo de las lágrimas. ‘Lloro porque comprendo’, le dije”, contó en su momento el propio Borges. El libro, de 1938, se conoció en español como Trilogía cósmica o Trilogía de Ransom (la traducción actual del libro es del escritor uruguayo Elvio Gandolfo). “Por lo que no hay dudas –asegura el investigador del Conicet Jorge Ferro– de que Borges sabía de la obra de Lewis aunque no hay pruebas de que llegara a conocer la de Tolkien, a pesar de tener en común el amor por las sagas nórdicas”. Faltaba agregar: seguro que le habría gustado.