CULTURA
crítica

Dos miniaturas

Jaeggy corrige en su mente antes de escribir. Flaubert, Borges, Whitman y Kavafis corregían hasta el hartazgo. Las dos miniaturas que leemos aquí, piezas breves e insondables, redactadas más que escritas al ritmo de un oleaje suave, aunque proceloso, se acercan a Lispector, a Lorrie Moore, a otras y otros.

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Un gran escritor se define por su obra, aunque, asimismo –y quizá aún más– por los escritores que cita y admira. Fleur Jaeggy dirige sus preferencias, y estas se hacen evidentes en sus propios textos: Robert Walser, Clarice Lispector, dos universos, dos estéticas, dos autores deslumbrantes y tranquilamente diferentes. El grado cero de la escritura, sentenció Barthes, y el filo en sesgo de una teoría, tan arbitraria como cualquiera otra, colonizó conciencias de creadores procurando dar con esa “zona de escisión” a la que se refirieron en diversos términos y, entre otros, Cortázar, influyendo con suerte divergente en más de una generación de escritores, quien hizo propia esa consigna. Descreer de todo mandato: la literatura, la narrativa al menos, es una materia sensible y reactiva a disecciones abstractas sobre la prosa y sus arborizaciones. Aunque esos aires de época, no se refieren únicamente a la literatura. Baste recordar al notable Ludwig Mies van der Rohe con su dictado: “menos es más”, o less is more (a quien respondió el no menos talentoso Robert Venturi con su “menos es aburrido”, less is bored). Pero para ir directamente al libro que comentamos, la escritora “de culto”, y lo es, Fleur Jaeggy, fue editora de Adelphi. Oda y Encuentro en el Bronx muestran (no demuestran) cómo se podría decir más con menos palabras.

Necesario resaltar, en paralelo, el sincopado prólogo de Vila Matas y las dos valiosas entrevistas de los escritores y traductores Andrés Barba y Guillermo Piro, toda vez que con sagacidad interpelan dulcemente a Jaeggy –quien no da entrevistas y no acepta intercambios fuera de sus estrictas reglas, reticente ante cualquier intento de abordaje para decir algo sobre su vida o su obra–. Jaeggy corrige en su mente antes de escribir. Flaubert, Borges, Whitman y Kavafis y miles corregían y corrigen hasta el hartazgo. Las dos miniaturas que leemos aquí, piezas breves e insondables, redactadas más que escritas al ritmo de un oleaje suave, aunque proceloso, se acercan a Lispector, a Lorrie Moore, a otras y otros.

En Oda, Jaeggy homenajea a Robert Walser, quien en una carta escribió a su hermana: “Dios odia a los tristes”, y siguió pelando papas en el manicomio de Herisau sin escribir ya una línea hasta su muerte. Encuentro en el Bronx es una visita dada y recibida de Oliver Sacks, explorador del inconsciente, escritor intenso que odia el calor. Afección de Jaeggy a algo o alguien, si no de cariño, al menos sí de inclinación que dan como resultado escuetas muestras, pinceladas como catálogos de telas o colores. No es menor que la escritora haya estado casada con ese Dio della letteratura que fue Roberto Calasso, cuya obra crítica resulta intimidante. O escribió pasando por el cedazo del esposo, o lo ignoró y convivieron en paz.

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La portada nos muestra a una Fleur Jaeggy joven, sosteniendo un cigarrillo, con una expresión insondable, una mirada que da miedo, cierta distancia con cuanto la rodea. Da un poco de melancolía. Por el contrario, sus textos causan envidia.

Oda, seguido de Encuentro en el Bronx

Autora: Fleur Jaegy

Género: relato

Otras obras de la autora: Proleterka; El dedo en la boca; Las estatuas de agua; El ángel de la guarda; Los hermosos años del castigo; El último de la estirpe

Editorial: Universidad Diego Portales,

$ 19.600