Últimamente lo que más le gusta a Jorge Franco es mirar llover ranas. Dice que no se cansa de mirar la película Magnolia, que cada vez que la pone sube el volumen al máximo y escucha los coros de los personajes una y otra vez. La referencia no debe ser gratuita, porque su última novela, Melodrama, es justamente eso: un coro complejo, lleno de ambigüedades y hallazgos narrativos; una historia que se cuenta entre muchos personajes, que gritan con la misma intensidad, y que dan ganas de repetir.
Melodrama fue el título más vendido en la Feria del Libro de Bogotá, donde se lanzó hace unos meses, y es la gran apuesta literaria de Franco, el único escritor colombiano de quien García Márquez ha dicho: “Me gustaría pasarle la antorcha”. Antes de esta novela, su mayor éxito había sido Rosario Tijeras: una historia de amor entre una pandillera y dos chicos de la alta sociedad de Medellín, narrada en un contexto de narcotráfico y violencia, que acaba de estrenarse en los cines de la Argentina. Por estos días se empieza a filmar otra de sus novelas, Paraíso Travel, y por Melodrama ya recibió varias ofertas de productores de cine latinoamericanos. Franco estudió cine en Londres y, aunque asegura que su interés se reduce a escribir, las películas parecen ser la consecuencia natural de sus obras.
—No me imagino cómo podrían hacer un film de Melodrama. Es que cuando la pensé me dije: quiero hacer algo que no lo puedan volver película, porque detesto los encasillamientos y no me gusta cuando dicen que escribo guiones. Aunque, bueno, hasta al Ulises lo llevaron al cine.
Pero él sabe que el melodrama tiene una larga tradición en la televisión latinoamericana con la que está familiarizado desde niño. Franco viene de una familia de mujeres: tres hermanas y su madre; mujeres que veían telenovelas y leían libritos de amor, y lloraban por los novios y gritaban y se peleaban, y después, como si nada, se morían de la risa.
—Siempre me obsesionó el universo femenino. En mi casa, a veces, se escuchaban cuatro secadores de pelo encendidos al mismo tiempo. Y cuando llegaban las amigas de mis hermanas, podía ver televisión hasta con veinte mujeres hablando alrededor.
Las mujeres son los personajes más fuertes de Melodrama, y no sólo porque en general su carga dramática es mucho mayor que la de los hombres, sino porque los personajes de la novela son de Antioquia: una región de Colombia famosa por su carácter casi matriarcal –ya lo sabrá Franco, que nació en Medellín, su capital–. La historia está contada a través de varias generaciones: desde finales de los 40, cuando se inicia en Colombia el período conocido como “La violencia”, hasta finales de los 80, hacia la época en que es asesinado Pablo Escobar. Y el narcotráfico está otra vez presente:
—Esta vez el narcotráfico aparece tangencialmente. Me interesó más mostrar la relación natural y oportunista que tienen los personajes de la novela con este fenómeno, que fue un poco como la que tuvimos los que vivíamos en Medellín en esa época: cuando “alguien” hacía centros comerciales, “alguien” traía artistas famosos y la ciudad crecía, y uno ni se preguntaba por qué.
Y Franco explica que ese “alguien”, al que en la novela se lo llama “el que sabemos” o “el monstruo”, responde a esa manía tan colombiana de negarse a llamar las cosas por su nombre. La apuesta de Melodrama también está en su estructura narrativa. Al menos en relación con sus novelas anteriores, Franco tiene ganas de innovar. Y no le salió mal: tiempos que se superponen, universos paralelos, historias simultáneas y abiertas. Y en cuanto a los temas, hay un mayor acercamiento a esos rincones oscuros que precisamente el melodrama suele mostrar de una manera más superficial, casi rosa, y que en esta novela aparecen acentuados en un primerísimo primer plano: amores confusos, sórdidos, banales, sucios y sublimes, que se traducen en incesto, pedofilia, violencia, locura, odio, enfermedad, muerte. Nada está donde debería estar: el Melodrama de Franco es, claramente, un guiño. Humor negro disfrazado de candor.
—La familia que protagoniza la novela es disfuncional en todo sentido: la madre no es la madre, el hijo no es el hijo, el padre no es el padre… No se permiten ni siquiera llamarse con esos vínculos. Parte de ese desorden y el caos en el que viven tienen que ver con el lugar que luego cada uno ocupa en la sociedad, como que no encajan en ninguna parte. Y eso, lógicamente, tenía que contarse de una manera distinta. Con mayor intensidad.
—Intensidad, con el volumen al máximo –como a él le gusta oír los coros de Magnolia.
—Así mismo –responde. Sin darse cuenta de que otra vez, y como siempre, aterrizaba en el cine.