Es muy difícil contar lo sucedido en el Cordobazo, la insurrección popular que se dio en Córdoba el 20 y 30 de mayo de 1969, sin dar nombres propios. Ese acontecimiento histórico, que fue una bisagra en el declive político del siglo pasado argentino, tuvo un puñado de apellidos que rubricaron el aumentativo explosivo con el que se conoce ese levantamiento urbano tan particular: Elpidio Torres y Atilio López, secretarios generales respectivamente de los sindicatos Smata (mecánicos) y Unión Tranviarios Automotor, pertenecientes a la Confederación General del Trabajo (CGT), y Agustín Tosco, del sindicato de Luz y Fuerza de la CGT de los Argentinos. Sobre todo, el de Tosco.
La participación de este dirigente sindical fue decisiva y el 29 de mayo –por una ironía de la historia es el Día del Ejército Argentino– se produjo una rebelión popular en contra de la dictadura de Onganía. Tras el Cordobazo, fue condenado a ocho años de prisión por un tribunal militar, pero salió a los 17 meses. Así lo definía Tosco: “Lo esencial del Cordobazo es que surge de los trabajadores y de los estudiantes, y que ellos por sus convicciones salen a la calle a luchar”.
La alianza entre él y Elpidio Torres fue el puntapié inicial para una intensa preparación previa en el barrio Alberdi, debido a su gran población de estudiantes; en todos los techos se habían acumulado bombas molotov, proyectiles y demás elementos de defensa. Es sabido, por su parte, las diferencias entre estos dos dirigentes: Torres era peronista mientras que el Gringo Tosco era, como le gustaba llamarse, “marxista independiente”. De ese encuentro inicial, Elpidio Torres recordaba: “Estoy seguro de que cuando Tosco me llamó hizo así (con una mano simulaba sostener el tubo del teléfono y con la otra se agarraba la nariz). Pero tuvimos la grandeza de coincidir en la lucha, por encima de las diferencias”.
Los acontecimientos, pues bien, son bastante conocidos y la ciudad de Córdoba, el escenario de una lucha que terminó mal, aunque se haya dicho antes que aceleró la caída de una dictadura por otra. Las trincheras barriales y las consignas decían: “Este barrio está ocupado por el Pueblo”, “Soldado, no dispares contra tus hermanos”, “Barrio Clínicas, territorio libre de América”, “Muera la dictadura”. Hasta que el Ejército hizo su intervención fatídica: los muertos, los apresados, incluso el fortalecimiento de la burocracia sindical, se cuentan entre las desgracias.
A ese mapa real, imaginario y representado, el de esa ciudad entre el pasado y el presente, interpelada por la política, antes y ahora, vuelve con Res en sus fotos, objetos y emblemas de Una memoria tosca. Un trazado nuevo sobre imágenes de esos tiempos que le permite inscribir su seudónimo en esa saga. Por un lado, la muestra reúne material del Centro de Documentación Histórica, las imágenes de Ardiles, las de los archivos de Osvaldo Ruiz y Guillermo Galíndez, objetos y elementos de la acción popular y el legendario Citroën quemado. Por el otro, las intervenciones de este fotógrafo cordobés sobre esas imágenes, la actualización del archivo, como si fuera necesario no solo exhibirlo sino exhumarlo para volverlo a la vida.
La operación, entonces, es doble. No solo en la estratégica doble faz de cada cuadro que pueden ser dados vuelta y vistos por delante y por detrás, sino también en aunar las dos posibilidades de la vanguardia: la política y la artística. Eso que en otro tiempo se dio por separado: la avanzada política no siempre coincidió con un momento nuevo del arte. Por el contrario, en este caso, el artista las pega y las hace una misma apuesta: a la estética y a la acción política.
“Res cruza las siglas y consignas populares, el archivo y el testimonio, la relación entre arte y política, las fronteras entre arte y no-arte, los procesos de formación y procedimientos como fórmulas de su obra que retornan sobre la insistencia de intervenciones pasadas para interrogar el presente”, escribe Adrián Cangi un imprescindible texto para la muestra.
La figura de Tosco se recorta en el horizonte de significación. Como si faltara un homenaje más. Para suplir la desgracia de su muerte que, aunque heroica, fue arrasada por la historia. Al día siguiente de que fuera liberado, fue a trabajar y retomó la actividad gremial. Pero estaba en la mira del enemigo: la Triple A y la derecha sindical. Lo dejaron cesante; se volvió clandestino. Enfermo, con un documento falso, casi no veía a su familia. Con la ayuda de compañeros fue ocultado durante más de un año: disfrazado de mujer lo atendieron en un sanatorio de La Plata. Tosco murió el 5 de noviembre de 1975. Después de la lluvia y el granizo que cayó sobre el enorme cortejo hasta el cementerio, vinieron las balas desde los techos de los panteones. Tuvieron que dejar el ataúd en una bóveda ajena hasta que pudieron buscarlo a la noche y llevarlo al de su gremio. Quizá por esto también, la memoria sea brutal, salvaje, fiera, atroz. Amén de tosca.
Una memoria tosca
- Res
- Texto: Adrián Cangi
- Rolf Galería. Esmeralda 1353.
- Hasta el 7 de diciembre