CULTURA
Giannuzzi

El fulgor incesante

Con la muerte de Joaquín Giannuzzi en 2004 se apagó la estrella vital que alumbró su vida, y que ahora, con la publicación de su Obra completa, renace bajo una nueva mirada.

| Cedoc Perfil

Ni edulcorado optimismo ni acérrimo pesimismo: se trataría, sí, en todo caso, de ser capaces de sostener la mirada allí, donde la incertidumbre acosa a la conciencia humana. La acosa y la desgarra. Giannuzzi es un grande por eso y porque, como poeta, encontró la forma de expresarlo”. Así, contundente, empieza Leónidas Lamborghini el prólogo “Al lector” de Un arte callado, poemario póstumo de Joaquín O. Giannuzzi.

Los aniversarios de nacimiento o muerte son buenos motivos para evocar a aquellos que han dejado una marca indeleble en nuestra historia cultural. Las efemérides convocan. Así, el doble aniversario de Joaquín Giannuzzi (1924-2004) trae aparejada una novedad que invita a la celebración: la inminente aparición de la Obra completa. Celebración que, bien mirada, también es el saldo de una deuda. Estas líneas son un adelanto exclusivo de la edición que por estos días exhibirán los anaqueles de novedades, un homenaje a una de las voces poéticas más altas de la literatura argentina.

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Y la convocatoria también trae algunas preguntas. Empezamos por ahí, a desandar el camino, para homenajear al poeta. ¿Se seguirá leyendo a Giannuzzi con el fervor que lo hicieron los jóvenes en los 80 o en los incipientes 90? Como maestro, su lectura convocaba a amigos de toda la vida, compañeros de ruta, a la muchachada de la mítica 18 Whiskys (aclaremos a los lectores sub 30 que el mito cuajó en dos números), y a los editores de los comienzos del Diario de Poesía, embanderados en el objetivismo. Porque ésa es la línea a la que adscribió Joaquín Giannuzzi en una serie de poemas imprescindibles y que, sin dudas, aún teje su estela en otras voces.

Pero ¿qué es el objetivismo como corriente poética en un escritor que no se encolumnó en ninguna y que todo el tiempo se distanció del canon imperante? La historia de la poesía argentina lo tiene como un referente insoslayable, aun en estos días en que los rótulos tan demarcantes han dejado de tener peso y un objetivismo de escuela (“todo en los objetos” y demás) se combina con un lirismo de raíz romántica. Esa mezcolanza bien merece otro análisis.

Giannuzzi es lo que los historiadores quieren que sea (el rótulo es la salvaguarda del historiador y del apropiador del canon), y también es la construcción de un anecdotario infinito de quienes lo conocieron. Y también es aquel “maestro” que Fabián Casas invocara en un poema insigne, Para J. O. G. con amor: “Maestro,/ anímese y rompa el vidrio./ Pegue usted también su salto mortal/ sobre la farsa política;/ dele una oportunidad a J. O. G./ para que rompa su cabeza final/ sobre los huesos del imperio”. (Tuca, 1990).

A diez años de su muerte, nuevos lectores han surgido y la edición definitiva de su Obra completa se revela como un nuevo ciclo. Hagamos, en principio, un brevísimo recorrido biográfico.

Joaquín Orlando Giannuzzi nace en Buenos Aires en 1924. De familia de inmigrantes italianos, su ingreso a la literatura se dará por algún docente de secundario que lo impulsó a leer a los clásicos y en su época de estudiante de Ingeniería. Alrededor de los 18 años, J.R. Wilcock le publicará un poema en la revista Conducta, que dirigía Leónidas Barletta. Y el encuentro con otros amigos, además de Wilcock, como Silvetti Paz, César Fernández Moreno, lo meterá de lleno en una cultura letrada que desembocará en el periodismo, profesión que ejercerá por un extenso período. Escribirá en Crítica, en la revista Sur, en La Opinión, en Crónica, entre otros. En 1958, Héctor Murena será el responsable de que aparezca el primer libro del poeta en la prestigiosa editorial Sur: Nuestros días mortales. De ahí, la carrera de Giannuzzi estará signada por una periodicidad que traerá distinciones y premios relevantes. A aquel primero le seguirán: Contemporáneo del mundo (1962), Las condiciones de la época (1967), que conforman el núcleo fuerte de su estética. Diez años después aparecerá uno de sus grandes libros: Señales de una causa personal (1977), al que le siguen Principios de incertidumbre (1980), Violín obligado (1984), Cabeza final (1991). En 2000 aparecerá su Obra poética, que reúne toda su producción e incluye Apuestas en lo oscuro, inédito hasta entonces. Ese volumen revelaba la necesidad de releerlo y redescubrirlo. Los avatares financieros algo mezquinos de las grandes editoriales hicieron que el libro pasara muy rápidamente a saldo. Para aquellos que no frecuentan –por distancia o desconocimiento– las librerías de la porteña avenida Corrientes: se topan con el libro “agotado” o “descatalogado” que su librero no puede reponer. Pero el maestro seguía produciendo.  Luego de su muerte, en enero de 2004 en Salta, aparecerán ¿Hay alguien ahí? (2005) y Un arte callado (2008), gracias al trabajo y al empeño del poeta Jorge Fondebrider y el editor Carlos Pereiro (también responsable de la edición que hoy presentamos). Será Fondebrider, amplio conocedor de su obra y su vida, quien en 2009 organizará la edición española de su Poesía completa. A él también le debemos una de las más bellas entrevistas que se le hicieran a J.O.G., y que fuera reproducida oportunamente en el libro Conversaciones con la poesía argentina.

Entonces, ¿qué decimos cuando decimos “objetivismo”? Como una de las estéticas que se dará en la llamada “poesía del 50”, quizás basta con citar lo que el poeta declarará en aquella imprescindible entrevista: “Los objetos son otra de mis obsesiones. Los objetos como sustancias secretas. (…) Los objetos me obsesionan por las cualidades que poseen. Hablo de su permanencia, de su inmovilidad. Y hay algo más importante que se desprende de lo dicho y es lo que más me fascina: los objetos como incapacidad de cambio… Quizá, en el fondo de esta obsesión haya un afán secreto de obtener una poesía absolutamente objetiva”.

En un trabajo sobresaliente, el crítico Jorge Monteleone subraya: “En Giannuzzi el alcance de lo objetivo es menos una operación inteligible que una fenomenología de la percepción”, y agrega: “La conciencia se halla cada vez más anegada en la carnalidad de un individuo en el mundo: orgánico, cardíaco, humoral, doliente. Esa conciencia, que el tiempo derrota con la finitud, jamás es representada en abstracto: su avatar es el cuerpo que envejece y lentamente se despide de la tierra con sus fluidos oscuros y su espesor mortal, situado entre lo fortuito de la existencia y las contingencias de la época. Comprenderla radica en que no sólo la vida humana parece carecer de trascendencia y nos transforma en muertos, sino también que la historia es una pesadilla cuya irracionalidad acaba por arrojar cadáveres.”
Ese es el núcleo duro de una obra que se interroga desde sus inicios por temas de suma trascendencia: desde los objetos, hacia el cuerpo; entre lo contemporáneo, las condiciones de la época, donde el sujeto es siempre un sujeto político: ahí aparece la subjetividad, es decir, la conciencia. Hoy, a diez años de su muerte, vuelve el maestro a hablarnos a través de su obra para conmovernos, como ese poema de Cabeza final: “Todas las ideologías le dieron de palos./ La humillaron la historia del mundo/ y la vergüenza de su país,/ la calvicie, los dientes perdidos,/ una oscuridad excavada bajo los ojos,/ el fracaso personal de su lenguaje”. Ahí plantan bandera sus lectores. Su Obra completa viene a despertarlos, para volver a decir con Lamborghini: “Donde la incertidumbre acosa a la conciencia humana. La acosa y la desgarra”.