CULTURA
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El odio, único sentimiento noble

La especie humana ha desatado las pasiones más variadas, entre ellas el desprecio por ella misma. Esta misantropía data de la Antigüedad y llega hasta nuestros días.

Odiadores. Arriba, Charles Baudelaire.
| Cedoc Perfil
El odio por la especie humana –el motivo de esta compilación–, aunque pueda deberse a diferentes causas (algunas tan banales como el amor propio herido), de tan general e indiferenciado se ha convertido en una posición frente a la vida, casi una postura filosófica. Hermana del nihilismo, adoptó distintos ropajes a lo largo de la historia: el de ermitaño o de santo que decide darle la espalda al mundo, pasando por toda una variedad de personajes semihumanos que la literatura utópica exploró como el buen salvaje del Renacimiento, mientras la filosofía política pensaba la sociedad humana como el resultado de un contrato social.
Caricaturizada desde la Antigüedad clásica, la figura del misántropo reaparece en el Renacimiento y los siglos subsiguientes; así lo demuestra esta larga antología, Oda al odio (Adriana Hidalgo, compilación de Ariel Magnus), como una figura de la incorrección política que vuelve para recordarnos que el malestar en la cultura nunca decae.
El género satírico se ensañó especialmente con el hombre, al que compara, en varias versiones, con las fieras, para demostrar de qué lado está la verdadera ferocidad. Y en su obra más famosa, Elogio de la locura, el mismo Erasmo se pregunta el porqué de la obsesión de los hombres por conservar la vida a cualquier precio, cuando lo más sensato es acabar con ella lo antes posible.
Es que no hay como la risa sarcástica para expresar el desprecio que merece la condición humana, sentenció Montaigne en sus Ensayos, y el barroco, un siglo más tarde, ya a las puertas del capitalismo, profundizó sus críticas y encontró que el único amor del ser humano es a sí mismo, ya que el interés y la mentira son los que rigen las relaciones humanas. Y para desenmascarar a su clase, nave insignia de las sociedades opulentas e hipócritas, nadie como Oscar Wilde, con el contrapunto entre un aristócrata snob y su discreto mayordomo, una verdadera perlita.
El siglo XIX parece haber sido especialmente pródigo en diatribas contra la humanidad, esa “mujer vieja más asquerosa entre todas las mujeres viejas”, según Nietzsche, el autor del verdadero manifiesto del antihumanismo y de cualquier forma de progresismo que fue La gaya ciencia, a quien se sumaron Schopenhauer –para quien el hombre es solamente una enfermedad–, Kierkegaard –con su pesimismo militante– y Dostoievski, con su guerra declarada a la mediocridad, es decir, al género humano en su mayoría.
Los remedios van desde recluirse en la lectura y en la ensoñación, como postula Pessoa, perderse en la multitud, como sugiere Baudelaire, o la Vida retirada de Fray Luis de León, hasta propuestas mucho más radicales, como la muerte asistida o la ligadura de trompas como política de Estado hacia las mujeres para evitar el crimen de “replicar al cerdo con el que se unió”.
Porque, finalmente, el único sentimiento noble que el hombre puede alcanzar es el odio, concluyen con mayor o menor refinamiento los autores reunidos en esta antología, entre los cuales un matemático alemán, célebre por su perspicacia, mucho antes del descubrimiento de nuestro traicionero inconsciente nos definió magistralmente: “Estoy convencido de que uno no sólo se ama en los otros, sino que también se odia en los otros.”