Who I Am. Memorias, publicado por Malpaso Ediciones de Barcelona, es un libro objeto encuadernado en tapa dura, impreso en un papel interior atractivo para la lectura; cuenta con un pliego de fotografías color y sepia que ilustran en qué posición del universo del rock estuvo (y está) Pete Townshend. Publicado en inglés en 2012, esta traducción contiene una actualización del 2013 en los agradecimientos. Allí, como para dejar testimonio del terrible destino que nos toca, el autor repasa quiénes sobreviven y quiénes ya nos esperan del otro lado del misterio.
La materia no es solamente la memoria de un músico en su vertiginosa carrera hacia el éxito, es la novela de una vida en la creación artística. La estructura lineal, progresiva en el tiempo, remite a una autobiografía, pero las personas se convierten en personajes: son aquellos que crearon el mito mismo de la estrellas del rock, y ahí interviene el factor fantástico.
El anecdotario de Townshend preserva un humor sutil, bastante ironía, así como una terrible autocrítica desde todos los aspectos posibles. De tan impiadoso consigo mismo, el lector sabrá en qué pasajes no perdonarlo: hay para todos los gustos. Pero eso no quita que se encuentren infinidad de joyas que hacen a la historia de la música contemporánea. Desde participar en Rock and Roll Circus junto a Lennon, Jagger, Yoko Ono, Clapton, Hendrix, entre otros; hasta el día en que junto con los Rolling Stones estuvieron a punto de comprar el tren de un circo estadounidense para recorrer el país y llevar la música en carpa a todos lados. Pero llegó Woodstock, el gran recital, al que describe con todo su caos, barro, desparpajo, y más barro, como la gran experiencia musical de su vida: amanecer tocando ante medio millón de personas. Algo que muy pocos líderes mundiales lograron, disponer del fervor de una verdadera multitud.
Existe una paradoja que se despliega en todo el libro. Poner el cuerpo, más allá del límite, formando parte del centro ideológico, musical y estético del rock, corroe como la herrumbre el casco de un barco abandonado. Para Townshend la esencia de la música, su verdadera vibración y trascendencia, es en vivo. Si bien describe con minuciosa obsesión todas las incorporaciones técnicas (rayos láser, sonido cuadrafónico, efecto Dolby, incluso su encuentro con el ingeniero de sonido lo llevó al descubrimiento de más música), reconoce que la ejecución en consonancia con el público, el fanático, genera una retroalimentación que desgasta y conduce a un volcán de consumo de sustancias (marihuana, heroína, cocaína y alcohol) como fatalidad inevitable del circuito.
También la sombra de la muerte se intensifica: Keith Moon, el baterista, y The Ox (John Entwistle), son retratados con justicia y verdadero reconocimiento. Pete Townshend nunca dejará de ser un mod vandálico, un rebelde impredecible, pero con una formación intelectual y sensibilidad artística innegables. Con el primer millón de libras por regalías del cine fundó una editorial y abrió una librería en Londres. Años más tarde, trabajó como editor en Faber & Faber, donde publicó las obras de teatro, ensayos y poesías de Jean Genet. Hoy tiene 70 años, sigue con proyectos para musicales y solamente se detuvo para escribir esta joya histórica, que hay que leerla con atención.