CULTURA
Pensador del futuro

El siglo de Flusser

Periodista, escritor y filósofo checo-brasileño, Vílem Flusser fue uno de los pocos intelectuales globales que se adelantó a su tiempo. Hoy hubiera cumplido 100 años.

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Vílem Flusser (Praga, 1920 - Tachov, 1991) | Cedoc Perfil

Otro rasgo que define al siglo que corre, es la absoluta irrelevancia del intelectual humanista para orientar, inquirir o desmontar las conflictos del presente, por ello no deja de ser paradójico que al día de hoy, cuando nos encontramos confinados y presas del virus pero sobre todo de un desconcierto antropológico que nos obliga a vivir con servidumbre frente ante una realidad telemática, haya sido un filósofo checo, emigrado por décadas en Brasil y con una vida nómada no sólo entre países europeos sino fundamentalmente entre diversas lenguas y disciplinas, quien mejor diagnosticara el tiempo en que vivimos. El día de hoy, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento (y que se celebra con un programa de conferencias y mesas de debate alrededor del mundo en mútiples lenguas), es posible decirlo con conocimiento de causa: Vilém Flusser no sólo es la figura intelectual más relevante de la segunda mitad del siglo XX sino también, pese a que su pensamiento se vio truncado con su trágica muerte en 1991, también de lo que va del XXI. 

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Hijo de judíos intelectuales, Flusser nació en Praga en 1920, donde realizó estudios truncos de filosofía, mismos que abandonó por tener que emigrar con su mujer su familia rumbo a Londres, huyendo desde el exterminio donde él perdería a sus padres, abuelos y hermana, tanto en Buchenwald como en Auschwitz. A partir de esa primera migración -tema que ya no habrá de abandonarlo nunca- escribirá su lúcida y potente autobiografía filosófica, titulada Bodenlos, cuya traducción aproximada sería algo así como sin fundamento (sin tierra en cual asirse), una experiencia a la que despertaría durante una estadía en Londres en 1939, ante la vida disoluta de la capital cuando él ya lo había perdido casi todo- y que, en tanto ejercicio formal, se compone de una segunda parte de entrevistas que sostuvo con gente como Haroldo de Campos, Guimarães Rosa y Milton Vargas, entre otras, ya que luego de pasar por Inglaterra, Flusser viviría más de treinta años en Brasil, donde escribiría buena parte de su obra filosófica, compuesta por artículos, ensayos, reflexiones, amenos tratados -donde destaca con una chispa especial su Fenomenología do brasileiro, prosas breves y también el género literario de su invención, la fábula filosófica, entre los que se encuentra uno de sus más extraños y formidables libros: Vampyroteuthis Infernalis.

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No es este el espacio indicado para revisar siquiera someramente su biografía ni el por qué, pese al peso indudable de su obra y los diagnósticos certeros de su pensamiento, Flusser sigue siendo identificado en el mundo hispanohablante apenas por su justamente mítica Para una filosofía de la fotografía, sin duda su obra más conocida, sino destacar de sus rasgos más excéntricos en tanto creador e intelectual, entre los cuales sobre sale con fulgor y potencia inusitada su relación con el lenguaje, puesto que Flusser era un políglota que escribía sus textos en alemán, para después traducirse tanto al inglés como al portugués e incluso al francés, lo que crea un fenómeno único de archiescritura -este glosario sobre sus conceptos esenciales es un deleite al respecto- y proceso de creación simultáneo, desbancando rígidos armatostes de pensamientos tanto para la filosofía continental como la analítica, ubicando a otros filósofos monolingües o franceses como lo que siempre han sido: irremediables y sofisticadísimos provincianos.

Buena parte de la vasta producción de escrita en las lenguas que dominaba se encuentra disponible en el Arquivo Vilém Flusser y otra parte sustantiva, escrita sólo portugués y en su mayor parte inédita (Flusser privilegiaba su creación en alemán y en inglés), se encuentra en proceso de publicación a cargos de la editorial brasileña É Realizações al cuidado de Rodrigo Maltez Novaes y Rodrigo Petronio.

 

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Los vastos campos de sus intereses son centrales en el presente: la comunicación, las nuevas formas de vida, el mundo y el arte digital, la fenomenología más estricta -la que de verás descarna y llega a la médula, transformando no sólo la mirada sino el sentido mismo del mirar e incluso el glóbulo ocular- el universo de las imágenes técnicas, la traducción, las redes, ciudades, migraciones y antropología, urbanismo, el desconcierto epistemológico, la fenomenología de grueso calibre y los múltiples mestizajes de la vida con las nuevas tecnologías. Como lo demuestra cada vez que se publica un número de los Flusser Studies, el campo de sus intereses es tan vasto como la consciencia planetaria.

No existe una manera objetiva de medir el peso específico que pueda tener una figura intelectual en la consciencia de la especie; sin embargo, habida cuenta del momento en que nos encontramos -en donde la pandemia sólo vino a  acelerar procesos de tecnificación de la sociedad que ya estaban sucediendo- su obra es una caudal de preguntas para analizar los dilemas éticos, políticos y filosóficos derivados del consumo tanto crítico como acrítico de la tecnología, cuando más que nunca funcionamos como operarios de un organismo que trasciende incluso -probablemente sin que lo sepamos o podamos dimensionarlo a cabalidad- la capacidad de intelección del homo sapiens.

Fenomenólogo de cabo a rabo, Flusser es un pensador para el siglo XXI, no sólo por las sofisticadas herramientas que nos provee para interpelar una sociedad que se comporta  como él vaticinó, sino también por su condición permanente de migrante tanto personal como intelectual, él, quien para comprenderlo todo tuvo que perderlo todo, experimentado de paso que todas las patrias se parecen -sobre todo las de Instagram y Facebook- y que todos los que andamos perdidos tanto por el vasto mundo como por las innúmeras vocaciones humanistas mal pagadas, aunque ahora estemos encerrados, somos “los inmumerables millares de migrantes (trabajadores extranjeros, expatriados, fugitivos o intelectuales en visitas frecuentes a seminarios) quienes nos reconocemos entonces no como marginales, sino como vanguardistas del futuro".

Sin patria, certezas ni identidades fijas: la única manera de seguir con vida contra un futuro sin esperanza.