Los Estados Unidos no existen. No son país, sino un estado de la mente. De allí que el cine sea la forma de la existencia norteamericana. El cine: el momento en el que lo fijo parece moverse. Ese núcleo candente de la cultura contemporánea es lo que logra captar Alberto Goldenstein en Americanas. A pesar de que esta muestra apenas ocupa tres salas de una galería, logra mostrarlo todo: EE.UU. como idea, el tiempo congelado, el relato de un aprendizaje, la historia de la fotografía, el arte como forma de darle sentido al absurdo de haber nacido y más, mucho más.
En primer lugar, Americanas presenta el registro de dos viajes hacia el núcleo de lo fotográfico: uno de ellos ocurrido en 1982, cuando Goldenstein fue a Boston a estudiar fotografía analógica (la única que por entonces existía). El otro en 2011, cuando vuelve a EE.UU. para comprarse una cámara digital de alta gama. Dos momentos, dos viajes, dos formas de tomar fotografías, dos estados mentales, dos edades del cuerpo separadas por treinta años de vida.
Las fotografías de 1982, además de analógicas, son en blanco y negro. Las de 2011 son todas a color. Tres décadas separan unas tomas de las otras. Si el espectador se centra en algunos detalles de las fotos exhibidas quizá vea el paso del tiempo, la sucesión. Pero si vemos cada obra como un objeto pleno se hace difícil fecharla. Se ve a un hombre pasar delante de una tabaquería con una botella escondida en una bolsa de papel: ¿es una escena actual o sucedió hace décadas? Es intemporal: no importa si encontramos dos o tres detalles que permitan fecharla: esa escena no está en el tiempo.
Cada foto de Americanas es un diálogo (a veces muy explícito, otras difuso) con los grandes maestros de la fotografía. Ese diálogo se centra en los fotógrafos norteamericanos (de un Robert Frank o un Lee Friedlander a un Walker Evans, ya que prima en estas imágenes un espíritu beatnik, de desplazamiento y fuga) pero no sólo ellos: Henri Cartier-Bresson y Eugène Atget no están ausentes. Podría decirse que Goldenstein logra construir un lenguaje personal al producir una espontánea foto escenográfica (como si fuera un Jeff Wall minucioso en su relato), pero lo logra al ser capaz de registrar el “instante decisivo”, como hacía Cartier-Bresson. Esa obra sólo puede surgir de una mirada única.
Esta muestra presenta varias series distintas. Algunas se centran en los museos norteamericanos (en los cuales Goldenstein consigue fotografiar lo que el espectador ve al desplazarse por las salas, además de poner en primer plano las relaciones que se entablan entre las personas y los objetos). Otras series muestran la vida en los espacios públicos (hay una foto que es un homenaje explícito a El desayuno sobre la hierba, de Claude Monet) o se fijan en la arquitectura, los carteles, las señales, las calles vacías, la vida ausente. Así, con recortes parciales pero estratégicos, se logra dar cuenta de estos Estados Unidos de la mente.
Americanas está en línea con otras series fotográficas que Goldenstein mostró en los últimos veinte años, en especial las dedicadas a Mar del Plata y a Buenos Aires. En todas ellas las imágenes semejan cuadros abstractos, a pesar de las referencias figurativas obvias. Vemos los edificios de Nueva York y Boston, vemos las salas del Metropolitan, vemos el cine en el que sucede el Tribeca Film Festival, pero lo primero que vemos es la forma perfecta.
Goldenstein, al mostrarnos el mundo, nos revela nuestros sueños.
Americanas
Fotografías de Alberto Goldenstein
Forster Catena Arte Contemporáneo
Honduras 4882, 1º piso
De martes a sábados de 13 a 19.30
Gratis