El corazón fue identificado durante mucho tiempo como el asiento de las emociones. Esa es una de las líneas que trabaja En el corazón de junio, la emblemática novela de Luis Gusman, Premio Boris Vian 1983, publicada por primera vez ese año y escrita durante la dictadura, probablemente entre el 78 y el 82. Veinte años después de la primera edición, Gusmán reescribe esta novela de ruptura en una búsqueda estética ya cercana al realismo. Y en junio de 2025, regresa con el sello Bardos a la primera edición, por todo lo cual En el corazón de junio ocupa un lugar central, una bisagra, en la obra y en los interrogantes estéticos de nuestro escritor.
Dos palabras y algunos leitmotivs la organizan, dos palabras ya anunciadas en su precioso título: junio y corazón.
Junio. El 16 de junio del 55 la Armada y la Fuerza Aérea bombardearon a civiles en Plaza de Mayo para derrocar a Perón. Ese día muere Stanislaus Joyce, también ese día de junio comienza el Ulises de Joyce, porque en esa fecha Joyce conoció a Nora Bernacle, quien sería su mujer. También un día de junio de 1935 murió Gardel, de modo que junio enlaza incursiones en la literatura universal con episodios trágicos de nuestra historia, como el golpe del 55 y la no mencionada dictadura que tortura y mata en el momento mismo en que Gusmán escribe.
Corazón. La novela se alimenta de diversas cuestiones en torno al corazón. El protagonista lee novelas con la palabra corazón en el título y en los asuntos. Y ocupa un lugar central el nombre Wilcock, quien murió en Italia de un ataque cardíaco mientras consultaba libros de medicina sobre el corazón. También están las flores. El personaje central de la primera parte se llama Flores. Se relata el Bloomsday o Día de las Flores, la fiesta anual que se celebra en Dublín desde 1954 en honor a Leopold Bloom, el personaje de la novela de Joyce.
Dividida en dos grandes partes, la primera cuenta la historia de un hombre al que le han trasplantado un corazón. Un hombre que se entera de lo que no debiera, la identidad del donante, y se obsesiona por saber quién es y qué de él ha entrado, por así decirlo, en su cuerpo. Para desentrañar el enigma, lee literatura sobre el corazón, libros que tienen el corazón como título, recurre al espiritismo, al cine, la adivinación, las prácticas umbandas, los médiums, todo ello prolifera hasta la exasperación, tiene cría a lo largo de la novela, rizomática al extremo, de manera que el lector se interna y se pierde en un laberinto hasta sentir en carne propia el agobio y el desconcierto que siente el protagonista. Como en el rizoma deleuzeano, aquí todo se desdobla y se multiplica, avanza en direcciones nuevas, fuga hacia nuevos asuntos, pero remite con frecuencia a zonas y acciones oscuras, varias de ellas asociadas con los crímenes que estaban sucediendo en el momento de la escritura (Los cuerpos caían desde el aire y atravesaban el color del río…“Veo agua, mucha agua. El agua lo cubre todo”. Sin embargo, los visitantes insisten: “¿Dónde están los cuerpos? ¿Dónde están los cuerpos?) en una lengua cargada de opacidad, con una clarividencia que sorprende. En sus múltiples derivas, meandros e intertextos, el lector se ve llevado a lo que, leído en democracia, y aun más en el lector de hoy, refiere a dictadura, más allá de que la novela nunca abandone su clima enigmático, su misterio, su tono onírico. Se habla del río, de personas electrocutadas o arrojadas al agua, y otros indicios, sorprendentes para la época de su escritura, como si el autor, que sabe de espiritismo, hubiera adivinado, tal como sus personajes, los sucesos inmediatos, mostrando que un artista puede ser un radar sensible que, obedeciendo a la intuición, pone imágenes de lo que está sucediendo sin que sepamos, justo encima de nuestras cabezas.
La escritura es extraña, alucinada, surreal, hermética, y todo el tiempo muestra formas de violencia, sobre los cuerpos, los animales, las situaciones, los espacios, la lengua. El clima es de misterio siempre, a veces es de espanto. En la segunda parte y en los capítulos que la integran, el relato se disgrega todavía más, los capítulos se vuelven cada vez más breves, la novela abandona su ya de por sí inasible unidad, a la vez que crece en ambigüedad poética, convertida en conocimiento onírico, mundo de fantasmas. El narrador puede ser el señor Soler o el escritor Wilcock u otros Wilcock…, porque los Wilcock se multiplican (¿Quién lo envía?, preguntó el empleado. Wilcock, ¿y quién lo recibe? Wilcock, volví a decir. Rio: Un Wilcock para otro Wilcock) entre circunstancias disímiles, insólitas, surreales y a la vez se alinea en un par de ejes como una fecha (16 de junio) o un asunto (esa víscera llamada corazón), porque “a la realidad le gustan las simetrías”, según escribió Borges.
En el corazón de junio es una obra que pone en crisis el relato para llevarnos a un modo estallado del narrar, donde se puede pasar de un territorio a otro, de un personaje a otro, de un tiempo a otro sin previo aviso, como en los sueños. La fragmentación, el collage, el pastiche, la asociación libre, la abundancia de intertextos, la cantidad de citas recicladas ponen también en crisis la idea de autoría (hay infinidad de referencias y de textos trasplantados o reciclados, desde Joyce a Conrad o Dostoievski, desde Wilcock, Quiroga o Melville al Nuevo Testamento, desde Chejov o Dante a canciones populares como En el puente de Aviñón, desde Silo hasta letras de tango, entre los que esta lectora detecta). La lengua se enrarece, lo narrado se enloquece en la abrumadora presencia de videncias, difuntos y dobles y en los juegos de espejo, los narradores, llámense Flores o Soler o Wilcock, van tras enigmas que, así como se persiguen, desaparecen y son reemplazados por otros, de modo que el lector nunca descansa en lo conocido porque el relato se abre a nuevos datos, saturación de informaciones que atentan contra “la naturaleza del contar”.
Una batalla contra el realismo, cuyo pacto de lectura es exigente, porque el lector sabe que la escritura misma le impide leer lo que lee como (simple) narración. También una novela sobre la violencia (hay múltiples referencias a animales despellejados, carneados y podridos o a cuerpos ahogados en un río surreal) que oscurece los datos, los referentes, con sus modos oblicuos de hablar de lo que está sucediendo en absoluta sincronía. Entre Avellaneda e Irlanda, en el libro florecen la literatura y el espanto, hombres que, con fruición, comen riñones de cordero asado y se agolpan ruidosamente en las tabernas, un 16 de junio que no fue igual en otra lengua cuando otros cuerpos desesperados caían en una plaza atravesada por la Muerte, en una novela río que es también, o sobre todo, una novela sobre la lengua.