CULTURA

Filosofía en 3 minutos: Antonio Gramsci

Después de Lenin y de Trotsky, el pensador marxista de mayor influencia dentro del marxismo y fuera de él.

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Antonio Gramsci (Cerdeña, 1891 - Roma, 1937). | Cedoc Perfil

Es un hecho histórico. Después de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, y de Lev Bronstein o simplemente Trotsky, el pensador marxista de mayor influencia en el marxismo y fuera de él ha sido Antonio Gramsci (1891-1937), uno de los fundadores del Partido Comunista de Italia (PCI) en 1921, la representación italiana de la Tercera Internacional. Desde luego, con esto no se quiere decir que el pensamiento de Gramsci es una “superación” del marxismo-leninismo o del trotskismo (una variante de aquel) ni que fue el último teórico marxista que renovó el marxismo. Afirmar algo así sería ignorar a la Escuela de Frankfurt o a Louis Althusser, entre otros. Simplemente Gramsci ha ejercido una influencia mucho más vasta –en América Latina por ejemplo– que cualquiera de los filósofos marxistas posteriores y, si se quiere, hasta ha dado origen a un marxismo identificado como “filosofía de la praxis”, el cual proviene de la reelaboración gramsciana del legado de Marx a distancia del modelo stalinista y con vistas a los países occidentales.  

La condición miserable de su familia y la infancia signada por la pobreza y la enfermedad (una malformación de la columna vertebral lo dejó jorobado) explican la adhesión de Gramsci al Partido Socialista en 1913, luego de estudiar letras en la Universidad de Turín. Allí fue influenciado por el hegeliano-marxismo de Benedetto Croce y por los socialistas. Por entonces ya trabajaba de periodista y poco después, en 1919, junto a Palmiro Togliatti (futuro secretario general del PCI entre 1927 y 1964), creó la revista Ordine Nuovo. La revolución bolchevique lo decidió a fundar con otros socialistas disidentes el PCI. Gramsci perteneció desde el principio al Comité Central del partido, al que en 1922 representó en Moscú en el Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional. En 1924 organizó el órgano oficial de prensa del PCI, L’Unità, y fue elegido diputado. Sin embargo, pese a la inmunidad parlamentaria, el régimen fascista de Mussolini –en el poder desde 1922– lo obligó refugiarse en la clandestinidad. Detenido en 1926, Gramsci pasó encarcelado el resto de su vida en duras condiciones y enfermo. Allí escribió los voluminosos Cuadernos de la cárcel, su gran obra. Se sabe que murió al no recibir los tratamientos médicos que requerían su grave estado de salud.

La originalidad del pensamiento de Gramsci reside sobre todo en la reconceptualización y desarrollo de dos categorías de Marx: estructura (también infraestructura, base, Basis en alemán) y superestructura (Überbau). La tradición marxista ha concebido la primera como la base material de la sociedad –las fuerzas productivas, los medios de producción y las relaciones de producción, es decir, la economía– que determina la estructura social y su organización productiva (división social del trabajo, modos de propiedad, distribución de los bienes). Ella causa, como su reflejo ideológico, la superestructura: las ideas jurídicas, políticas, científicas, artísticas, filosóficas y religiosas que corresponden con una fase histórica dada. En cualquier caso, las relaciones entre estructura económica y superestructura ideológica no son estudiadas por Marx. Por eso, en función de únicas referencias, suele citarse un pasaje del prólogo de Contribución a la crítica de la economía política (1859) y otro de La ideología alemana (1846, publicada en 1932), escrita en colaboración con Engels. No hay más en la obra marxiana.  

En la Contribución, Marx presenta los conceptos de estructura y superestructura como conclusión de su análisis crítico de la filosofía hegeliana del derecho. Esto es, las ideologías (jurídicas, políticas, religiosas, etc.) tienen su origen en las condiciones materiales de producción, la llamada “sociedad civil” por Hegel y otros. La totalidad las relaciones productivas es la estructura económica de la sociedad, la base sobre la cual se origina una superestructura ideológica e intelectual y, por lo tanto, establece las formas de conciencia social. En pocas palabras, como dice Marx en una famosa frase, la conciencia no determina la vida material sino esta determina a la conciencia. En La ideología alemana, con otro vocabulario, se dice más o menos lo mismo, con la diferencia que se acentúa mucho más la determinación de la conciencia por parte de la base material (las ideologías predominantes son las de la clase dominante en la estructura económica), y la superestructura ideológica sólo se modifica si se reemplaza el modo de producción por otro.     

Gramsci se aparta tanto de Marx como de Marx y Engels efectuando un pequeño desplazamiento que lo cambia todo: introduce la “sociedad civil” en el seno de la superestructura. No se trata de un capricho. Se sigue de su propia lectura de la filosofía del derecho de Hegel donde se incluye como parte de la sociedad civil a las asociaciones políticas y sindicales. De ahí que en términos gramscianos la sociedad civil –tradicionalmente la actividad social independiente del Estado y de las instituciones económicas, políticas o religiosas–  define la hegemonía intelectual, cultural y política –valga decir, en el plano de la ideología– del grupo social dominante y sus organismos privados sobre el conjunto de la sociedad como contenido “moral” del Estado. A su vez, este se entiende stricto sensu  como la “sociedad política”, y conforma también la superestructura ideológica en segunda instancia, ya que su fundamento es la sociedad civil. De modo que a partir de aquí, con relación a la tesis originaria de Marx y Engels, la conciencia social se determina a través de esa mediación, a mitad de camino entre las relaciones de producción y la pura ideología, de la hegemonía superestructural

En consecuencia, la sociedad civil supone la ideología de la clase dirigente en cuanto una concepción del mundo que se difunde, adaptándose a todas las capas y grupos sociales, en la totalidad de la sociedad en distintos grados y modalidades (filosofía, ciencia, educación, religión, folklore), hasta convertirse en sentido común. Como hegemonía ideológica se realiza mediante la ideología intelectual, cultural y política creada y transmitida por diferentes organizaciones y diversas técnicas (sistema escolar, medios de comunicación, arte, fuerzas armadas, Iglesia, revistas científicas, clubes, nombres de calles, etc.). Cabe aclarar que en Gramsci sólo las ideologías “orgánicas”, en el sentido de necesarias para el grupo social dominante, y ligadas a este como condiciones de su misma existencia, son primordiales. Al principio estas ideologías se encuentran restringidas a la estructura económica de la clase dirigente, de las cuales brotan, y luego se prolongan a todas sus actividades sociales. Esto se lleva a cabo instituyendo diversos estratos de intelectuales orgánicos que se dedican, en carácter de especialistas, a los distintos campos ideológicos del grupo dominante: derecho, economía, educación y demás.
Gramsci reconoce una jerarquía en el sistema ideológico, cuya finalidad se resume en influir directa o indirectamente sobre la opinión pública, en correspondencia con las clases sociales. La más elevada de las ideologías es la filosofía, en la cual la concepción del mundo del grupo dirigente alcanza su máxima elaboración, constituyendo la unidad ideológica de la sociedad e influyendo sobre ella en diferentes grados de modo normativo. En el nivel más bajo está el folklore, la forma más desordenada y heterogénea de ideología. En el medio se ubican la religión (la Iglesia Católica aparece como una “sociedad civil” en sí misma) y el sentido común que admiten variaciones y particularidades según la capa social. En realidad, la filosofía orgánica debe penetrar en el sentido común –una combinación de ideologías tradicionales y religiosas y de ideología del grupo dominante–  y las creencia populares a fin de dirigir ideológicamente más en profundidad a las clases subalternas.

En contraste, la porción menor de la superestructura ideológica, la sociedad política o el Estado propiamente dicho, ejerce funciones de dominación o coerción directa para adecuar a las masas al tipo de producción y de economía. La relación de proximidad o lejanía que la sociedad política mantiene con la sociedad civil, la cual extiende, la conduce a la hegemonía política en el primer caso (gobierno político-militar) y, en el segundo, a la dictadura (Estado gendarme técnico-militar). Como sea, ambas están unidas por múltiples conexiones de consenso y de conflicto en el seno de la superestructura. Así sucede cuando influyen mutuamente en la opinión pública o confluyen en el parlamento –espacio legislativo de la sociedad política y manifestación formal de la opinión pública de la sociedad civil–  conforme a un juego de unificación del consenso y la coerción. La estructura final del Estado depende de los intelectuales orgánicos, para Gramsci “funcionarios de la superestructura” de la clase dominante en el comando de la hegemonía cultural, moral y política. 

Desde ya, en la medida que el marxismo gramsciano de la superestructura ideológica pretende un nuevo bloque histórico y social hegemónico –el las clases subalternas y sus aliados–,  plantea que para alcanzar esa hegemonía intelectual, cultural, moral y política es imprescindible el desarrollo simétrico de la sociedad civil y la política y una relación orgánica entre estas. Lo que ocurre es que esto se daría sólo en los países capitalistas occidentales, mientras en las sociedades más simples la acción política gira en torno exclusivamente del Estado y de sus aparatos: una “estadolatría”, según Gramsci, que impide la supremacía de la sociedad civil. Dicho en otras palabras, la lucha política es en primer lugar ideológica, una guerra de posiciones (de trincheras, no de movimientos), de acuerdo a la analogía gramsciana, que se libra en la superestructura por la hegemonía de la ideología en el más amplio sentido. A los intelectuales orgánicos ligados con el grupo dominante (o con el que quiere serlo) corresponde dar esta batalla, pasando de la estructura material a la complejidad superestructural tramada por la sociedad civil y el Estado. 

En Gramsci se despliega una dialéctica entre estructura y superestructura, donde la primera suministra el contenido y la segunda la forma, porque ninguna de ellas podría existir históricamente como formas vacías o contenidos sin formas. De cualquier manera, en esta dialéctica la superestructura ideológica ya no consiste en el mero “reflejo” de la base material sino incide sobre ella y puede transformarla cuando logra esa organicidad del bloque histórico hegemónico. Con ello el economicismo marxista (o liberal) que reduce cualquier evento político o ideológico a efecto de la estructura económica muestra su insuficiencia, del mismo modo que el ideologismo al minimizar o subestimar la base material. La gran contribución gramsciana al marxismo y a las ciencias políticas y sociales –en general– ha sido el concepto de hegemonía intelectual, cultural y política. A eso se debe, sin duda, la prolongada insistencia de su pensamiento en las democracias occidentales.           

 

*Doctor en filosofía, escritor y periodista
Borges y el anillo del ser (Editorial Verbum) es su último libro
@riosrubenh
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