Hans Lehrer era un botánico alemán que llegó a la Argentina en 1887 con dibujos sobre flora y fauna de sus viajes anteriores por Africa. En nuestro país, realizó una serie de excursiones por Misiones, Chaco y La Pampa tomando apuntes y dibujando las especies botánicas de esas regiones. Si bien coincide en fechas y en postura epistemológica con Alexander von Humboldt, los coterráneos nunca se conocieron. Después de 1912, fecha en la que finaliza sus viajes exploratorios, se quedó en estas tierras, más precisamente, en Martínez (Pcia. de Buenos Aires) y nunca más volvió a Europa. Esta es la historia que Florencia Qualina prefiere contar sobre el autor de los dibujos que Romina Orazi utiliza para intervenir y lanzar en su muestra The man who sold the world, que por estos días se puede ver en Galería Praxis. Y como de Romina Orazi se trata, sus trabajos presentan una experiencia doble: el goce estético, sus habilidades como dibujante y como artista visual y el desafío que es central en su proyecto. Diremos que le desconfiamos, si nos ponemos en una postura que evalúa el arte desde sus condiciones legales. Porque el tal Lehrer, como era de esperar, no existe, los dibujos son de su abuelo y ella los “interviene”. Los cambia, los modifica, altera el original y lo vuelve otro. Se apropia de lo que no es suyo para que pase un rato con ella y luego lo lance al espacio de lo comunitario. En el que ella cree más que nadie. Las imágenes de esta muestra se pueden bajar, modificar, borrar. Hacer lo que a uno se le cante, dicho sea de paso. Pero diremos que nos encanta, que nos provoca, que nos pone alerta y no sólo en el experiencia estética de su obra. Porque con esa “intervención”, Orazi horada. La relación entre el original y la copia, el uso y el valor de la herencia, la propiedad y dominio de las imágenes, la figura del autor se ponen en tela de juicio (estético) en la mayor parte de sus obras. Porque hace de su militancia de derechos libres (copy left) el sustrato que regula sus impulsos artísticos.
En 1941, Borges se adelantó y propuso la muerte del autor, la singularidad en contraposición a los universales, la ausencia de obra, mucho antes que Foucault, Deleuze y Agamben, según lo explica Daniel Link. Esa teoría, que eliminaría el concepto de autor, desconocería el plagio y mezclaría categorías, no es otra cosa que el cuento Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius. En la descripción minuciosa de las características de ese lugar inventado por una sociedad “secreta y benévola” en la cual el materialismo es una herejía y el idealismo de Berkley, el más rastrero sentido común, le toca el turno a la literatura: “En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles –el Tao Te King y las Mil y una noches, digamos–, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres...” Extrapolando la idea a las artes visuales –Foucault se lamenta en su texto de no hacerlo y quedarse solo con el autor literario–, los hábitos indicarían las mismas costumbres; en Tlön, Romina Orazi, su abuelo, Hans Lehrer no son posible sino como intemporales y anónimos.
The man who sold the world
Praxis International Art
Arenales 1311. De lunes a viernes de 10.30 a 19. Sábados de 10.30 a 14. Hasta el 19 de abril.