Casi sin darnos cuenta, se vuelven parte de nuestra intimidad. Duermen a unos centímetros nuestros en la mesa de luz, se asoman en nuestras mochilas mientras viajamos en el subte, descansan en el escritorio esperando que volvamos a tomarlos. Las tapas de los libros que leemos nos acompañan durante el tiempo que dure la lectura y, probablemente, quedarán en nuestro inconsciente asociadas a aquella experiencia.
¿Quiénes ponen en imágenes las cientos de páginas que contiene un libro? ¿Cómo se llega a la tapa que influirá en la primera impresión que tengan los potenciales lectores?
Hubo letras sobre piedra, madera de bambú, seda china y pergaminos. Cuando el libro tomó el formato actual, el códice, aparecieron los primeros con portada. Aquel objeto artesanal y exclusivo traía tapa de madera, quizás forrada en piel, con trabajos de orfebrería y hasta alguna letra estampada en oro. Con la invención de la imprenta la producción se masificó y el libro pasó a ser un objeto industrial. Una cubierta distintiva apareció como una necesidad. “El diseño de tapas de libros es quizás uno de los géneros del diseño gráfico con mayor historia. A partir de la producción seriada y la multitud de publicaciones se precisó de una forma de identificación rápida y potente”, explica Daniel Wolkowicz, profesor titular en la carrera de Diseño Gráfico de la UBA y en el IUNA. “Toda la historia del arte y la representación ha transitado por las tapas de los libros. Cada tendencia artística fue dejando huellas, desde el barroco al minimalismo, desde el pop art al surrealismo. Los últimos 50 años se caracterizaron por contar con especialistas que tenían la posibilidad de definir los criterios de colección y elaborar series ricas y coherentes con estilos que marcaron época en muchas editoriales”, agrega Wolkowicz.
Uno de los que marcó una época fue el diseñador gráfico español Daniel Gil. Entre 1966 y 1992 fue el responsable de las tapas de la colección “El libro de bolsillo” de Alianza Editorial. Con un lenguaje innovador y experimental, Gil planteaba unas tapas minimalistas y simbólicas. Apenas un objeto, un fondo despojado, y el título y el autor del libro. Con una gran capacidad de síntesis, las tapas de Gil dialogan con la obra de poetas visuales y también con el surrealismo. Además, logró individualizar cada obra y que, a su vez, remita al catálogo de la colección. También solía repetir recursos para tratar al mismo autor, algo que se puede observar en los libros de Joseph Conrad. Este diseñador español, autor de más de 4.000 tapas, afirmaba que era imposible establecer principios sobre cómo debe ser una buena tapa porque los gustos son cambiantes y cada diseñador realiza una aproximación diferente.
Otro artista que se destacó en este campo durante la década del 60 fue el francés Robert Massin. Diseñador gráfico y director de arte de la reconocida editorial francesa Gallimard, Massin recibió varios premios por su trabajo como diseñador de portadas. Su experimentación con tipografías, collage y fotografías fueron revolucionarios para la época.
“Todas las historias necesitan un rostro para darle a ustedes una primera impresión”. Así sintetizó el estadounidense Chip Kidd el diseño de tapas en una charla Ted que dio el año pasado. Kidd trabajó para las principales casas editoriales y diseñó tapas para autores como Haruki Murakami y Cormac McCarthy. Es célebre su diseño de la novela Jurassic Park, de Michael Chrichton, que luego fue utilizada en la adaptación cinematográfica de Steven Spielberg.
Como en su momento con la aparición de la fotografía, el diseño editorial se transformó con la informática y la llegada de Internet. “Las herramientas digitales democratizaron las posibilidades”, piensa el artista Javier Barilaro, responsable de las tapas de la editorial Mansalva. “Con una computadora puede hacerse una tapa en poco tiempo, y ni hablar del exceso de imágenes que pueden encontrarse en la web. No solo puede usarse una foto, ya ni siquiera es necesario tener una cámara fotográfica. Pero siempre será igual: habrá resultados geniales y de los otros. Lo que es seguro es que cualquiera puede al menos animarse y que el resultado sea dignamente prolijo”, opina Barilaro.
Los tapistas. “La tapa del libro opera como un ‘mini afiche’ para llamar la atención, es la puerta de acceso a universos imaginarios”, explica Daniel Wolkowicz, quien fue también director de la carrera de Diseño Gráfico de la UBA. “La originalidad, el impacto, la acción retórica, la complicidad con el usuario, son los elementos que se juegan a la hora de decidir una elección de imagen o ilustración, que tipografía utilizar, que paleta cromática, etcéra.”, agrega Wolkowicz, quien actualmente dirige su propia editorial, Wolkowicz Editores. Los encargados de realizar este “mini afiche” suelen ser diseñadores, artistas e ilustradores. “Hoy es convención que frente a la necesidad de diseñar una tapa se convoque a profesionales del diseño, en algunos casos se ha transformado en una especialidad y se los llama amigablemente ‘tapistas’”, explica el diseñador.
En las grandes editoriales son pocos, históricos, y con mucho trabajo. Uno de ellos es el pintor y diseñador gráfico Eduardo Ruiz, quien realizó más de 3.000 tapas y el año que viene cumple 30 años en esta profesión. “Siempre pensé que diseñar la tapa de un libro era trabajar sobre un objeto noble y perdurable. Además constituye el desafío de completar la obra del escritor, creando una ventana hacia el interior del texto escrito”, explica Ruiz.
Mario Andrés Blanco es jefe de arte de la editorial Planeta hace más de veinte años y diseñó numerosas tapas. “En la década del setenta se produjo en Argentina un fenómeno editorial tremendo. Yo era un adolescente ‘adicto’ al cine y admirador de Daniel Gil. Me sedujo la posibilidad de aportar algunas ideas en un escenario en el que casi todo estaba por hacerse”, recuerda Blanco.
“Lo que lo hace particularmente interesante es que siempre es diferente, siempre te sorprendés con algo nuevo”, dice el diseñador gráfico y artista plástico Juan Pablo Cambariere, quien diseña para La Bestia Equilátera y Sudamericana, entre otras editoriales.
“Tener la posibilidad de diseñar libros se ha convertido, para mí, en un verdadero lujo”, afirma el diseñador Willy Weiss, quien trabaja para la editorial Tamarisco. “Desde que tengo memoria los libros como objeto me fascinan. Y seguramente sea esa una de las principales razones por las que me he dedicado al diseño, en especial al editorial”, agrega Weiss.
El proceso. Cuando el texto está listo o cerrándose, el editor -o el responsable del departamento de arte en las grandes editoriales- se contacta con el diseñador para encargarle la tapa. Algunos tapistas leen el libro y otros reciben el informe sobre la obra a través del editor. Más allá de la imagen, en la tapa conviven y deben armonizar otros elementos formales como la tipografía, el formato, los colores y el logo.
“Es un proceso muy complejo y variable, que depende mucho del libro y del autor en concreto”, advierte Julieta Obedman, directora del sello Suma de Letras.
“Hay que comentarle al diseñador cuál es el género, el tema, el clima, si es masivo, si es para cierto público. El editor tiene que transmitir la configuración afectiva del libro”, explica Fernando Fagnani, gerente general de Edhasa Argentina.
Transmitir este mensaje al diseñador es también el rol de Lucrecia Rampoldi, responsable del área de tapas del departamento editorial de Random House Mondadori. “Para diseñar la tapa se tienen en cuenta lo que quiere el autor y lo que esperan el editor y el director editorial”, explica Rampoldi.
“Normalmente trabajo inicialmente con el diseñador, a quien le pido propuestas orientadas en determinado sentido. Le cuento lo que tengo en mente, lo oriento hacia un registro más o menos convencional, más o menos literal o creativo y ahí arrancamos. Suelo trabajar con artistas que ya conozco hace años y sé quién puede hacer bien determinada tapa”, explica Obedman.
Una vez que el diseñador recibe la información suele proponer varias ideas de tapas. “Con los primeros intercambios uno ve lo que el diseñador entendió a partir de las palabras del editor. Es medio mágico el momento en que ves la tapa y te das cuenta que es esa. Es un gran mérito del diseñador”, opina Fagnani. “En el mejor de los casos el diseñador le da una vuelta de tuerca y pone en imágenes lo que al momento de explicarle no habíamos podido poner en palabras”, agrega Rampoldi.
Barilaro trabaja las tapas junto al editor Francisco Garamona, creador de Mansalva. “Tratamos de hacerlo a primera vista, sin reflexionar demasiado. La relación con el contenido del libro puede ser directa o absolutamente misteriosa y desprejuiciada, hemos usado muchas imágenes apaisadas en forma vertical, por ejemplo”, explica el artista y agrega: “Después viene el proceso de la puesta tipográfica, en donde yo fuerzo la interacción entre las letras y la imagen, como para evitar que sea imagen-de-fondo/letras-arriba, como para que esos dos planos se fundan en uno sólo, algunas veces confundiéndose”.
En este diálogo entre el editor y el artista suelen surgir más de alguna propuesta para ilustrar un libro. Aquí aparece, también, la voz del autor para ayudar en la definición de la tapa. Una vez que hay consenso y los tres actores de este proceso están satisfechos, el libro se envía imprenta y pronto aquella tapa será palpable.
El tapista aparece como un experto en el arte de la interpretación. Para los diseñadores, es fundamental comprender a qué público está destinado el libro. “Nuestro trabajo es arte aplicado, es decir que el diseño debe estar al servicio de comunicar una idea, en este caso, un texto escrito. Busco que el diseño se vea lo menos posible, es decir que el resultado sea lo más natural, que no caiga en ‘diseñismos’”, opina Ruiz, uno de los más reconocidos tapistas del país.
Además de reflejar una identidad estética, la tapa aparece como una pieza de arte y comunicación.
Los especialistas consultados coinciden en que en los últimos años el trabajo se ha ido profesionalizando. “Las editoriales en muchos casos se formaron como empresas familiares, en los que el diseño lo resolvía el miembro de la familia con más aptitudes para el manejo de elementos visuales. O en el mejor de los casos era un oficio, en el cuál como en cualquier oficio no había riesgo, sino que se repetían formulas ya probadas incesantemente”, cuenta Cambariere. “Hoy la estructura es totalmente diferente y se ha valorizado mucho la profesión, lo cual implica otra formación de parte de los diseñadores y otra proyección y pensamiento sobre el trabajo”, agrega.
Un hecho clave en este recorrido fue la creación de la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1984. “A partir de los ‘90 en la Argentina se hizo cada vez más profesional la actividad. Muchos, como yo, veníamos de las Bellas Artes o la arquitectura. La formación de la carrera influyó en la creación de conciencia en los editores que pusieron mucha energía y recursos en el diseño de las tapas”, piensa Ruiz.
“Las tapas no venden por sí mismas pero sí potencian una colección. Por ejemplo, el librero suele agrupar los libros de Anagrama o Tusquets para dar más fuerza estética a un espacio”, explica Facundo Pérez Morales, quien es librero hace 30 años y dueño de La Boutique del libro de San Isidro. “Para las vidrieras prefiero autores que diseños”, aclara el librero.
Una tendencia que algunos señalan es que aquel esquema previamente pautado para la colección, conocido como “maqueta”, ya no ocupa un lugar predominante. “Se tiende menos a que la maqueta limite el arte de tapa”, opina Fernando Fagnani.
En esta tendencia se ubican las tapas de la editorial La Bestia Equilátera. “Nosotros decidimos no trabajar el diseño en función del catálogo sino priorizar la relación directa del libro con el lector. Es decir, que cada edición tenga un diseño característico y en el que de algún modo esté prefigurado ya el universo que el libro propone empleando todos los recursos a mano: la tipografía de título y autor, el motivo, la composición, el lenguaje, los materiales”, explica Maxi Papandrea, editor y coordinador de La Bestia Equilátera. “Esta decisión estética te da una gran libertad para trabajar cada libro según los rasgos que quieras destacar”, agrega Papandrea.
En el diseño se observa, entonces, la doble identidad que transmite cada libro. Además del mensaje sobre el libro en cuestión, la tapa también transmite el mensaje editorial. Un buen ejemplo lo reflejan las palabras de Barilaro: “Lo que busco es hacer una pequeña obra de arte de un estilo ya propio, donde lo que se comunica es ‘esto es un libro de Mansalva’. ¿Y qué es un libro de Mansalva? Lo vamos deduciendo tapa a tapa”.
Actualmente, suele haber tantos diseños como libros. Un vistazo en cualquier librería nos puede orientar y los tapistas consultados lo confirman: la diversidad reina en este mundillo. “El diseño actual es muy ecléctico, conviven diseños vintage, con diseños minimalistas, diseños tipográficos con otros donde la imagen predomina”, opina Ruiz. “Impera una especie de ‘eclecticismo gráfico’, en el que ‘vale todo’”, coincide Blanco, lo que hace de este arte cuasi clandestino una elocuente expresión artística