¿Se puede rastrear lo colocación de productos de consumo masivo, publicidades encubiertas, en las artes visuales y su relación con el consumo desde finales del siglo XIX hasta lo que fue la segunda vanguardia del siglo XX? Mejor dicho, ¿puede ser un cuadro de Édouard Manet el antecedente de las sopas Campbell de Andy Warhol?
Quizá sea un poco extremo, pero un análisis minucioso de Un bar en el Folies-Bergère (1882), tan deliciosa obra del pintor francés que muestra a una camarera aburrida hasta el hartazgo detrás de la barra de ese cabaret con una serie de reflejos y planos que arman la escena, da con una botella marrón con una triángulo rojo en su etiqueta. La bebida es Bass Brewery y fue primera marca que se registró en Inglaterra en 1876.
Si se sigue la línea de pensamiento trazada por Eric Hobsbawm quien entiende que el final del siglo XIX es comparativamente más globalizado en el propio momento de la llamada era global, que es París y que la cultura del consumo ya estaba lanzada tal y como lo podemos leer en Walter Benjamin, esa botella está en el cuadro como producto y no como, por ejemplo, naturaleza muerta u ornamento.
Sin embargo, hay que destacar la posibilidad de esa inclusión ya como crítica y no como exaltación. Al menos así lo entiende Kelly Grovier, destacada crítica de arte, quien relaciona el logo con el arreglo floral rojo en el pecho de la mujer y argumenta: “muchas de las camareras del Folies-Bergère eran trabajadoras sexuales y pareciera que el hombre la está buscando. Su reflejo sirve como un sustituto para la audiencia, que también está objetivando a la mujer a través del simple acto de verla como arte.” Sabemos por Foucault que la mirada del espectador está siempre incluida en aquello que Manet pintaba. n