CULTURA
Dialogo impreso

La amistad como eje de la conversación

Peronismo, kirchnerismo, violencia armada y retorno democrático son algunos de los temas tratados por José Pablo Feinmann y Horacio González en “Historia y pasión. La voluntad de pensarlo todo” (Planeta), libro que recoge y esquematiza unas veinte horas de charla entre ambos pensadores. En esta entrevista, de tono intimista y emotivo, los autores transitan campos tan disímiles como la filosofía, la política, la literatura, la historieta y la cultura popular.

Química. En el libro los autores recordaron a amigos, enemigos y compañeros  de militancia, muchos de ellos asesinados en tiempos de la Triple A o durante el proceso militar. Elogio nostálgico de un p
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La conversación tiene en el pensamiento nacional su matriz quizá más perdurable; en ese sentido, un libro como Historia y pasión. La voluntad de pensarlo todo (Planeta) expresa lo mencionado con contundencia. El diálogo de José Pablo Feinmann y Horacio González transcurre en un atardecer en la Biblioteca Nacional, un momento que pareciera calcar o replicar, sin buscarlo de modo deliberado, el tono intimista y a la vez emotivo que tiene el libro. Un diálogo que trae sobre la mesa a la filosofía, la política, la literatura, el cine, las historietas, la cultura popular y, sobre todo, la amistad como eje. Hay cierta liberación de lo meramente coyuntural, aunque aparezcan sus dosis de modo denso y repensado, incluso relajado y sabio. Feinmann y González se dejan llevar por ese hilo del cual PERFIL sólo fue un testigo privilegiado.

—Uno de los ejes de la conversación del libro es la tradición local, ¿cómo llegan al pensamiento de la conciencia nacional?
FEINMANN: Mi formación es filosófica, tuve una primera etapa de filosofía de la tragedia, era muy joven y alumno de Víctor Massuh, que no era el que fue luego. Yo estaba fascinado con Kierkegaard, Chestov, Dostoievski. Jugaba al desgarrado que quisiera creer en Dios, pero no puede, como los grandes trágicos. Después de eso, pasé a Hegel y Marx. Todo un año dedicado a Hegel, un seminario de un año sobre Sartre, y a Marx que estudié por mi cuenta. Luego algo de la Escuela de Frankfurt y de ahí al pensamiento nacional, del cual salió mi libro Filosofía y Nación. La verdad que Hernández Arregui no me deslumbraba, escribía muy mal, su formación marxista no era muy profunda, Cooke sí me gustaba y Milcíades Peña era un tipo que me fascinaba, porque era muy sólido, escribía bien. Me formé con marxistas. Y después pasar al peronismo era evidente, acá las masas eran peronistas.
GONZALEZ: Yo estudié Sociología, pero no recuerdo el motivo de esa decisión. Quedé desilusionado rápidamente hasta el punto de sentirme incómodo frente a los estudiantes. Cada vez que escucho la palabra sociología me pongo en guardia. Sin embargo, hay algo en mí de la lectura de Max Weber. Esa idea de la paradoja de la acción, de querer el bien pero que se produzca el mal, nunca la abandoné como problema y allí entra la lectura, leí casi todos autores de derecha, en Argentina, sobre todo la gran derecha, como Lugones. Convertí uno de los principales problemas de Weber en un sistema de lectura: transformar un legado ultraconservador en una ética de izquierda. Me interesa leer toda la literatura con una ética de izquierda en el sentido de la paradoja, la alianza o las consecuencias de tener acciones de derecha, de allí la paradoja. Salir de la sociología con Lugones, montoneros, esa creencia, y Cooke que lleva todo a una sutileza extrema, al decirle a Guevara que en Argentina los peronistas son los marxistas, juega con los nombres.
—¿El concepto de desilusión que marca Horacio, en tu caso, José, sucedió con la filosofía también?
F: No, eso no, pero hay algo que no sé si lo mencioné en el libro, y es que yo soy sobre todo un escritor. Siempre fue mi pasión escribir: entré en Filosofía para tener ideas para escribir, ése era el esquema, y me devoró la filosofía. Mi pasión original fue escribir ficciones. Ahí pasé a Oesterheld, Sargento Kirk me volvía loco.
—¿Consideran que las historietas de Oesterheld son una marca de su generación?
G: Sí, particularmente, con la idea o la simpatía del desertor, se crea una situación incómoda. Ningún desertor podría generar simpatía, pero el segundo momento es que elige algo mejor. Entonces, el desertor siempre me ilusionó.
F: Ahora, ¿no son todos desertores en Sargento Kirk?
G: Sí, desertan de un lugar no prestigioso. Yo creo que es una historieta perfecta. El Eternauta es una gran novela alegórica, pero Kirk tiene un elemento del pasaje de la deserción a una situación vital más importante y eso hace del mismo desierto el espacio teatral de una justicia superior. En ese sentido, Oesterheld anunciaba la inconformidad con las instituciones, hay que salir de estas instituciones sean académicas, intelectuales, militares, económicas. Eran héroes que tenían desconocimiento de dónde iban. La estructura moral de Oesterheld es muy poderosa.
F: Además, los personajes de Sargento Kirk desertan hacia la amistad, eso era muy novedoso para nosotros.
G: Era un intento de crear una comunidad libre, una operación espiritual. Buscaban la estructura moral para la militancia.
—Quizá es posible pensar si esa alternativa amistosa se puede entender como una lectura de lo libertario, algo que también aparece en el libro.
F: No sé, no lo pensé tanto en ese sentido, siempre me conmovió el respeto de los cuatro, y lo libertario, sí, en cuanto a la crítica de las instituciones. En realidad, es un poema a la libertad. En Sargento Kirk, cada uno se va y todos construyen algo distinto. Y eso era fascinante.
G: La situación del héroe que no es consciente de su heroísmo, eso lo toma Walsh también, el héroe tiene que ser a pesar de él. Si no, sería muy autoconsciente. El héroe tiene la honra de su culpabilidad.
—En ese sentido, marcás en el libro que esta lógica de lo libertario está en todas las tradiciones del pensamiento político, ¿eso cómo sería?
G: Sí, a mí no me interesa otra cosa ya que no sea lo libertario, por lo que comentaba de poder representar esa capacidad de criticar la institución a la que se pertenece, y eso el peronismo lo ha hecho, por eso puede tener un aspecto libertario. No creo en un hombre de izquierda a priori, sino en alguien que se juega sin tener por qué hacerlo, ese es el verdadero libertario. La transferencia a ciertos actos de valentía concretos.
—Lugones por el lado de Horacio y por otro lado Heidegger, en tu caso José, ¿cómo fue ese acercamiento a su filosofía?
F: Desde pibe, el tema del nazismo apareció mucho más tarde. Eso estalla con el libro de Víctor Farías que es de 1987, estaba oculto, toda la filosofía francesa posestructural sale de Heidegger. Es todo muy lindo, pero cada vez creo menos en su teología del ser. Yo nunca le vi la cara al ser, te lo juro. El segundo Heidegger termina en el misticismo y en la filosofía japonesa, el budismo zen. Para los franceses fue una huida de Marx, una fuga, y ahí entra con Nietzsche.
G: Yo soy un lector de Heidegger, me parece muy sugestivo, porque no hay una forma de escribir civilmente aceptable lo que quiere plantear. Ese obstáculo me interesa. El libro de Farías me parece un tremendo error, es cierto, pero la situación de la escritura y su crítica, es algo que podría animar nuevas formas de militancia. Como también ocurre en Derrida. Creo en una filosofía que sea capaz de transferir una lectura complementaria y aprovecharla en el sentido de la praxis, que es lo que intentó hacer acá Carlos Astrada con Heidegger. Yo no dejaría de criticar su compromiso con el nazismo de 1933, pero no creo que su estructura del razonamiento conduce directamente al nacionalsocialismo.
—Pensando el impacto de las ideas en la praxis, ¿cómo se acercan a movimientos como Occupy Wall Street, Indignados o WikiLeaks?
G: Julian Assange me parece un gran personaje, pero si se quiere ingenuo y hasta cierto punto equivocado. El señala que con una legión de jóvenes informados, o hackers que pueden trabajar en la CIA, pero preservar su conciencia crítica, vamos a destruir los aparatos de dominación y control, y yo veo que es una ingenuidad histórica pensar en un grupo de jóvenes iluminados que con una sapiencia informática puedan derrotar un imperio, es naif. Lo veo con interés, pero se equivoca en las formas de militancia colectiva.
F: Para lo que se propone Assange no necesita las muchedumbres, sino un nuevo tipo de intelectual que pueda agredir ahí. Los indignados van a testimoniar la herida, pero no van a causar algo tan grave como los geniecitos informáticos de Assange. Es interesante combinar las dos cosas. Los indignados irán por su lado, pero no sé si podría entusiasmarme mucho con ellos, tampoco pasó mucho con las asambleas acá y la lógica del rizoma deleuziano; lo que hacía falta era un falo arborescente que fue Kirchner porque todo era el rizoma contra la estructura. Las asambleas no produjeron nada.
—¿Y cómo leen el rol del intelectual en ese aspecto?
F: Horacio sabe que yo soy un pesimista cada vez más profundo, pero mientras tanto, hay que tratar que todo sea menos brutal.
G: El pesimismo trágico es muy inspirador. El optimismo concebido desde el pesimismo trágico es quizá la mejor combinación. Hay ciertos optimismos evangélicos que no son muy interesantes y acechan a todas las ideologías políticas y los discursos.
F: Ese pesimismo está en el libro. En los mejores momentos del libro hay un pesimismo, uno ha sufrido derrotas y sabe de la crueldad de la historia.

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