CULTURA

La ciencia ficción dispara

A partir de la literatura y el cine de ciencia ficción, Juan Batalla explora distintos lenguajes artísticos y materiales nuevos que potencian su cuerpo de obra. Gestos, apropiaciones, fotos y videos performáticos, lo corporal, lo sonoro y una estética que va de lo ancestral a lo asépticamente futurista.

Nuevas materias primas. La exposición se asemeja a un museo de ciencias naturales en la que el artista se transforma en un arqueólogo o un constructor de ficciones.
| Gentileza Muntref
Para Juan Batalla hay una continuidad entre la literatura y las artes visuales. No es la primera vez que sostiene esta posibilidad de deslizarse desde el mundo sintagmático de las letras a la segunda y tercera dimensión de sus piezas, en tanto fotos, videos y esculturas, respectivamente. Con mayúsculas escribió PARANATELLON, la palabra griega que Juan José Saer repite en su cuento La mayor y con la que Batalla tituló una muestra. Si para Saer la aparición en simultáneo de estos astros y la repetición de la palabra funcionaba como una ocupación del espacio, el de la escritura, lineal y paratáctico, al tiempo que demarcaba su incertidumbre sobre lo real, Batalla con construcciones en caucho sobre madera tuvo que lidiar con el espacio. En su versión del elenco de estrellas inseparables, las obras adquieren un nuevo sentido: arman bellas conexiones monstruosas que por sí solas no son tan evidentes. A su vez, cada una de ellas, por su carácter anfibio e híbrido, por ese devenir arte de su materia prima, se instalan en la duda de la morfología y que es el traqueteo de la escritura.
No es, exactamente, el mismo ritual de pasaje el que está funcionando en Planetario, la exhibición que puede verse en El Cultural San Martín, pero la escritura y los libros están presentes. Esto es figurado y literal. Por un lado, unas vitrinas contienen una selección de la biblioteca del artista. Una colección de ciencia ficción Minotauro, la excelsa editorial creada por Francisco Porrúa en 1955, forma parte de los objetos de su muestra. Devenidos piezas de arte, refuerzan este vínculo entre las dos disciplinas que se mencionaba. Esa contigüidad entre el objeto libro y las otras obras desestabiliza y produce nuevos sentidos. La forma arcaizante de la colección, el libro, el fetiche de su papel, el tacto, el hallazgo de ese objeto y tiempo de lectura, sólo por mencionar algunas alternativas. Por el otro, ese género literario sirve para postular una hipótesis sobre cierta fascinación por lo otro y lo mismo. Un cuaderno de bitácora para adentrarse en un mundo que postula otras reglas y otras formas de vida.
La sala F del Cultural San Martín tiene algo de cueva o de refugio antiaéreo. Un lugar casi privilegiado para mostrar, por lo menos, estas obras. Las dos posibilidades (imaginarias) de comparación tienen que ver mucho con la ciencia ficción. La cueva o laboratorio de experimentación es vital en esta literatura. Pensado así, Planetario participa del espacio: en ese subsuelo se conciben artefactos que se mueven como marcianos hechos con gomas de bicicleta más un dispositivo motor; suben y bajan falos gigantes que bien pueden ser sus cabezas. Una escultura de pájaro picudo y un hueso de animal prehistórico en una vitrina invitan al pensamiento de un conjunto de restos de una civilización hallada o del futuro. Un museo de ciencias naturales en el que el artista se transformaría en un arqueólogo o un constructor de ficciones. También, hay unas estructuras de tubos de plástico que sirven como jaulas de otras obras. En estas construcciones, el material no rinde estéticamente. Tal vez, la busca de Batalla para incorporar nuevas “materias primas” o salir del caucho deba andar otros caminos.
De las paredes cuelgan unas fotos de un monstruo concebido entre la cruza de un disfraz y el cuerpo trabajado de Juan Batalla. Músculos, tendones, huesos, telas y protuberancias resumen al nuevo ser que es fotografiado para constatar su existencia. Un video con música que cruje y jadea se aproxima tanto a una espalda en movimiento que deja de tener esa forma humana. En el refugio, entonces, crecen sin necesidad del sol, pero haciendo fotosíntesis con Lem, Bradbury, entre otros, criaturas de un tiempo que vendrá.