CULTURA
Entrevista

La exégeta de María Elena Walsh

En 1981, la genial artista comenzaba a sufrir una penosa enfermedad. Gabriela Massuh propuso entonces hacerle un largo reportaje. Ese diálogo acaba de publicarse.

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Massuh. Es autora de dos novelas (Desmonte y La omisión) y un libro en el que denuncia la destrucción arquitectónica, ambiental y social ejecutada en la última década por el macrismo y el kirchnerismo en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano (El robo de Buenos Aires). | CEDOC

Promediaba la dictadura y, con una penosa enfermedad recién diagnosticada, María Elena Walsh (1930-2011) aceptó la propuesta de su amiga Gabriela Massuh de grabar una entrevista en la que revisaría su carrera, como una forma de entregar, amorosamente, su legado. De eso resultó Nací para ser breve, que acaba de ser publicado por Editorial Sudamericana.

—¿Cómo fue que esta larga entrevista a María Elena Walsh se convirtió en una suerte de “Vidas paralelas”?

—Tiene que ver con una recomendación de mi editora, Ana Laura Pérez, que me pidió no un libro de reportajes sino una descripción de la época en la que lo hacíamos. Y lo que quedó de esa recomendación es el acento que recorre toda la escritura: quién fue y qué significó María Elena Walsh en mi propia educación sentimental. Tuvo que pasar mucho tiempo para poner la entrevista en un contexto, que era también mi vida.

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—¿Cuánto de esta “amistad literaria” incidió en su trabajo con la literatura?

—Incidió sí en mi formación literaria, no en la producción de escritura. Yo empecé a escribir mucho tiempo después. Nuestras charlas se referían siempre a entusiasmos respecto de libros y música. María Elena leía casi todo lo que se publicaba y contaminaba al resto de su entorno con sus fervores. No digo que con ella aprendí a leer, sino algo mucho más sutil: entendí lo que era la formación del gusto como un desarrollo político y estético a la vez.

—¿Cómo piensa que pudo sortear las restricciones sociales una mujer que desde muy jovencita se había destacado en el campo literario y que había vivido la bohemia parisina de los 50, sumado a su condición sexual y su adhesión al feminismo?

—María Elena jamás se sintió restringida por condicionamientos sociales. Las restricciones venían de sentir que había agotado una etapa creativa. Toda su vida fue un intento sobrecogedor de escaparle a la presión de la poesía. Es por eso que, después de publicar su primer libro (Otoño imperdonable, 1947) y de ser aclamada por la élite intelectual del continente, sale corriendo a cantar con Leda Valladares al music-hall de París, de allí pasa a trabajar para chicos, hace teatro, televisión, es guionista y, una vez que siente que es maltratada por los ejecutivos, larga todo y se pone a cantar para grandes. Así, de esta manera, a la vez intuitiva y muy profesional, es que va manejando sus talentos y sus propios hartazgos.

—¿Por qué cree que su música sigue provocando deslumbramiento la primera vez que se la escucha?

—No lo sé. Pero creo que en sus canciones los chicos perciben, por un lado, el trazo de los ritmos populares. Y María Elena manejaba con igual destreza una chacarera o una rumba que una habanera o un vals. Por otro lado, está la maestría en saber manejar letras de canciones, y agregale a eso la alegría del juego con el lenguaje, la sorpresa de una rima insólita, el desparpajo del absurdo. Eso es talento, y nos va a conmover hasta el fin de los días.

—¿Qué hay de una futura Fundación M.E. Walsh?

—Por ahí sé que andan en algo, pero me parece que hasta el momento no está estructurada. Y, la verdad, mi legado está en este libro, por eso lo escribí. De hecho, su gran amiga Carmen Córdoba me había apodado “La Exégeta”. Pero no soy una exégeta sino alguien agradecido (la gratitud es una forma de la felicidad) porque la vida me acercó a María Elena de la mejor forma posible: la amistad.