E n un principio el arte fue místico. Luego, político. Más tarde, poético. Finalmente lúdico: místico, político y poético a la vez. El artista era el chamán de la tribu; el que los conectaba con lo invisible. El artista cantó las hazañas humanas y se hizo imperial: mostró, en las pirámides y en las catedrales, cómo el hombre se pensó dios. El artista se liberó de la tutela de los poderosos y soñó ser libre y poderoso: se puso a jugar como un niño. En las cavernas y en Alejandría, en las pinturas tibetanas y en las tablas renacentistas, sobre la seda en Pekín y sobre el metal en la Unión Soviética, el artista dibujó. La técnica hace a la esencia (o, mejor dicho: muestra que la esencia no existe; que es pura técnica). El dibujo construyó el mundo, pero en su perversidad infantil e infinita se mostró siempre al margen, como algo subordinado. Lo que está debajo: de la pintura, de la escultura, de lo grandioso. Ahora el dibujo se ha liberado de ser el esbozo de lo otro y se muestra en su desnudez. Así, brillante y maravilloso, aparece en la muestra colectiva Dibujos argentinos, curada por Alfredo Prior.
Dibujos argentinos reúne obras exquisitas, joyas inéditas, de esas que no suelen mostrarse a los extraños, que sólo circulan entre amigos. De alguna manera esta muestra es una reunión de pares que han sido convocados, a través de los años (de las eras) y de los soportes, por un chamán (Prior) para disfrutar en conjunto de la alegría de compartir el mismo amor por el dibujo. Participan de esta fiesta del trazo sutil Diana Aisenberg, Sergio Avello, Rodolfo Azaro, Javier Barilaro, Jacques Bedel, Claudia del Río, Raúl Escari, Daniel García, Sebastián Gordín, Alberto Greco, Vicente Grondona, Fernanda Laguna, Nicolás Moguilevsky, Osvaldo Monzo, Luis Felipe Noé, Majo Okner, Nahuel Vecino, Miguel Carlos Victorica y Claudia Zemborain. Ya la lista dice mucho. Habla de una heterogeneidad que funda una estética imposible: la de la belleza en estado ígneo, sin rótulos ni marcas externas.
Desde la factura perfecta de Victorica hasta la obra escrita de Escari, pasando por el excepcional retrato de Prior que realiza Avello (que, fuera de unas pocas excepciones, ha realizado una obra totalmente abstracta), la sutileza del dibujo invisible de Bedel, el expresionismo de Noé, Aisenberg y Vecino o la ironía perfecta de Greco (que firma su firma), todas las líneas y todas las posiciones estéticas conviven. La muestra Dibujos argentinos es el Jardín de las Delicias en el que los trazos han sido liberados de su obligación de interpretar el mundo y de someterse a tal o cual idea. “Toda convicción es una cárcel”, dijo Nietzsche, y Prior parece acordar con él cuando selecciona las obras para esta muestra. Las líneas que dibujan estas obras no son el camino más corto entre un cuerpo y un destino, sino que parecen ser los senderos que llevan a la perdición (a delirar, a deambular).
Hasta hace relativamente poco, el dibujo era considerado un arte “menor” –y, de hecho, el mercado así lo sigue considerando, ya que paga menos un dibujo pequeño que una pintura grande del mismo artista–. Es la vieja concepción del arte como una artesanía de lujo la que sostiene esa valoración estética (y monetaria). Una muestra como Dibujos argentinos es la demostración clara de que el arte brilla en todos los soportes, en todos los géneros, en todos los estilos, en todas las disciplinas. Y que cuando brilla tiene la fuerza del relámpago para iluminar por un instante la noche tormentosa.