CULTURA
Lecturas de verano

La historia de Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Jorge Luis Borges, contada por su biógrafo

Anticipamos un fragmento de Borges, vida y literatura, de Alejandro Vaccaro, donde cuenta detalles de aquella publicación ya centenaria.

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges | cedoc

En este 2023 que se está terminando se cumplió un siglo de la publicación de Fervor de Buenos Aires, primer libro de poemas de Jorge Luis Borges, del que el escritor argentino dijo que contenía todos los temas que luego desarrolló a lo largo de su extensa maravillosa obra literaria, que incluyó cuentos, poemas y ensayos, además de diálogos con otras personalidades, artículos periodísticos y conferencias.

Hoy puede parecer extraño que Borges haya tenido que pagar la edición para poder mostrar su primera obra al público. Pero entonces, hace un siglo, y ahora, se trata de una práctica habitual. De algunos detalles de aquella publicación se ocupa el libro Borges, vida y literatura, de Alejandro Vaccaro, del que anticipamos un fragmento.

Fervor de Buenos Aires

Borges ya acumulaba, entre escritos y publicados, en su mayoría en revistas que adherían al ultraísmo, casi una treintena de poemas. Pero su objetivo era transformarlos en un libro. Fervor de Buenos Aires incluyó finalmente cuarenta y cinco textos dedicados íntegramente a Buenos Aires. Los poemas fueron escritos, según él, entre 1921 y 1923, aunque también aparecen algunos textos anteriores, como “Llamarada”, escrito en 1919 y publicado en Grecia con el título “La llama”.

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El libro se imprimió en apenas cinco días debido a la inminencia del viaje y no hubo tiempo siquiera para corregir debidamente las pruebas, incluir un índice y numerar las páginas. Norah, una vez más, colaboró con un grabado de madera para la tapa, que reproducía el frente de una casa típica de Buenos Aires.

Borges no pensaba vender el libro. Más allá de que algunos avisos en Inicial ofrecían Fervor de Buenos Aires a sus lectores al precio de un peso moneda nacional, un episodio ocurrido en esas semanas ilustra cómo pensaba hacer circular su primer poemario. Durante sus asiduas visitas a las oficinas de la revista Nosotros, había observado que otras personas, en su mayoría intelectuales y escritores, dejaban sus abrigos colgados en el guardarropa. Borges concurrió una tarde con medio centenar de ejemplares y antes de que esbozara una palabra, Alfredo Bianchi, corresponsable de la edición de la revista, le espetó entre asombrado y divertido: “¿Espera Usted que yo le venda esos libros...? No –contestó Borges– aunque yo lo escribí, no soy un lunático; pensé que podía pedirle que deslizara algunos de estos ejemplares en los bolsillos de los sobretodos que están colgados allí”. Bianchi aceptó de muy buena gana y, de esa forma, válidamente ingeniosa, había dado a conocer su trabajo al mundo intelectual de Buenos Aires.

Libro de Borges
Borges, vida y literatura, de Alejandro Vaccaro

No se puede afirmar que el libro fuera ultraísta, aunque algunos poemas habían sido escritos y publicados bajo ese influjo. Un fragmento del poema “Sábados” había aparecido en la revista Nosotros en septiembre de 1922, bajo un notable subtítulo que rezaba “Ultraísmo”. Los poemas “Atardecer”, “Último sol rojo”, “Aldea” y “Sala vacía” habían poblado las páginas de la revista Ultra, y “Noche de San Juan” y “Forjadura” habían sido dados a conocer en la revista Proa. Los demás poemas se conocieron a través de Fervor. Asimismo, cuando escribió una reseña al libro del mexicano Maples Arce, utilizó en prosa parte de su poemario: “y no la dulce calle de arrabal, serenada de árboles y enternecida de ocasos, sino la otra, chillona, molestada de prisas y ajetreos”, que con ligeras diferencias será “Las calles”, el poema que abre el libro.

Según Borges, el texto era romántico, de estilo seco y lacónicas metáforas y, en su contenido, reflejaba un Buenos Aires desconocido, así como también aspectos de su propia historia familiar, sin dejar de estar presente también la metafísica berkeleyana.

Diversas notas críticas sobre el primer libro de Borges recogieron los medios literarios de aquellos días, y, más allá de ciertas observacio- nes atinadas, todas fueron elogiosas. La primera de ellas –aparecida en el número 173 de la revista Nosotros–, luego de realizar una reseña sobre el movimiento de vanguardia, critica severamente a quienes tienen el deber de orientar a la juventud y solo intentan trabajar desespera- damente por cotizarse en la feria de los éxitos. Luego, señala la soberbia inaudita de los jóvenes y muestra la desorientación de quienes eran un núcleo de jóvenes inteligentes sin maestros que los guiaran.

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“El libro de que nos queremos ocupar es precisamente la obra de uno de esos valiosos hombres jóvenes, muy joven por fortuna, en quien se exterioriza la desorientación que señalamos”, dice la nota sin firma del citado mensuario. El crítico marca el especial contraste entre la belleza de la sensibilidad del autor y un erudito prólogo lleno de afirmaciones que, a su entender, son el eje de la enfermedad literaria a la cual se refería, y alude a ciertas imágenes prosaicas que pueblan las páginas de Fervor. Pero su conclusión es profética y vale la pena reseñarla:

Creemos que con esta obra se inicia un poeta moderno que debe ser tomado muy en cuenta y leído sin apresuramiento y con cierta reflexión, dejando a un lado, por supuesto, ciertas bizarrías inocentes, como ésa de creer que se ha renovado el léxico, mediante el uso de media docena de arcaísmos que producen la impresión dura de un traje nuevo y que lo exhibe con la elegancia dudosa de un parvenu.120

En el número siguiente, Nosotros considera que se trata de un gran libro con un verso sumamente logrado y califica a Borges de poeta personal, lo cual es sin duda un significativo elogio en el submundo de los “ismos”.

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En ese mismo mes de octubre, el primer número de la revista Inicial, con la firma de Roberto A. Ortelli, realiza un encendido elogio de este poeta de la nueva generación. Ortelli conoce a Borges, es su amigo y describe su temperamento. Afirma que gusta de la frase arrabalera y compadrona, del tango malevo, soez y sensual y de un criollismo lánguido y puro, pero sin dejar de apreciar el verso impetuoso de Silva Valdés y la elegancia artificiosa de Góngora. Luego, se enreda en explicaciones innecesarias para definir la poesía, resalta la honestidad literaria de Borges y se lamenta de que Fervor no haya mantenido una línea estética más ultraísta.

Enrique Diez-Canedo firmó la crítica más valiosa de Fervor de Buenos Aires. La reseña se había publicado primero en España y luego en Nosotros. Borges se sintió orgulloso al ver ese texto y resaltó la aprobación de Diez-Canedo a su libro como un símbolo grato de sus días de juventud. Envió una misiva a Roberto Giusti –co-director de Nosotros– diciéndole: “Con algún impudor intelectual le envío esta reseña de mis versos publicada por Diez-Canedo en España... solicitándole la incluya en ‘Nosotros’, en la sección de Escritores argentinos juzgados... Quiero asimismo agradecerle vivamente el haber mandado mi libro al Concurso Municipal”.

Mientras Borges trabajaba asiduamente en la conclusión de su libro y daba los últimos retoques al número 3 de Proa, pensando en su viaje, la muerte de Francisco Piñero lo sorprendió abruptamente. Atinó a decir que esa muerte era “una mutilación lastimosa de nuestra propia vida y que la misma ha desalmado nuestro fervor”. La paradoja de la vida y los fervores constantes.

CP