Antes de salir del manicomio de Kreuzlingen, Aby Warburg, en 1923, ofreció una conferencia para los demás pacientes. “Con mis imágenes y palabras pretendo ayudar a quienes vengan después de mí en su intento de obtener claridad y superar así la trágica tensión entre magia instintiva y lógica discursiva”, lanzó el creador de una estela luminosa que llega a Carlo Ginzburg. Quien traza una precisa reconstrucción de la matriz del famoso “pathosformel” warburgiano en uno de los mejores ensayos de Una historia sin final. Y cierra este texto, “las modas pasan. La obra de Warburg sobrevivirá incluso a las modas”. La de Ginzburg, también.
Las justificaciones de esta intuición se hallan en el prólogo de otro warburgiano, nuestro José Emilio Burucúa, quien argumenta los fundamentales aportes de Ginzburg con la microhistoria y la reformulación del método indiciario, ambos asentados en la novedosa propuesta de lectura entre líneas que permearía desde la historiografía a las historias de las artes y la sociología de la cultura. Nuevas postas de autoconocimiento histórico-filosófico, entre las anomalías y los desvíos, de lo conocido y de quien conoce. En los conceptos ékphrasis y connoisseurship el intelectual del Viejo Continente reivindica la mediación verbal en la asunción de la imagen y sus poderes cognitivos de construcción de la realidad, que no explica tanto al artista comentado sino al traductor contemporáneo, en el sentido de que la historia es siempre relato de las luchas del presente.
Desde aquella historia de Menocchio, ese olvidado molinero del siglo XVI que creía que el mundo había sido parido de la podredumbre, prueba documental del clásico El queso y los gusanos (1976), las microhistorias de Ginzburg son esquizoanálisis de las sociedades modernas occidentales que reifican cosas y subjetividades, y borran las huellas de las clases subalternas. Frente a varias lecturas ligeras en claustros del libro canónico antes citado de este hijo del brillo de la entreguerra europea, y testigo de las calamidades, viene el tijeretazo ginzburgiano, “ver en Francis Galton –uno de los iniciadores de la criminalística– a un precursor del nazismo sería absurdo; además, la noción misma de ‘precursor’ significa bastante poco. Pero examinar la eugenesia racista en una perspectiva más amplia admite aprovechar sus características específicas. Como observó Primo Levi, solo una perspectiva comparada puede ayudar a entender la unicidad del nazismo”, cierra aquí sobre este inglés decimonónico que diseñaba retratos comparativos de criminales, tísicos y judíos, al tiempo que reclamaba que “la democracia terminará de rechazar la libertad de procreación a las clases indeseables”.
Con la excusa perfecta del reciente Honoris Causa otorgado por la Universidad de Buenos Aires en 2023, esta edición de nueve artículos traducidos por Marcela Croce suma a El hilo y las huellas (FCE - 2024) en el urgente llamado a la mirada pluralista y rebelde del historiador italiano. Es una época represiva y totalitaria como la de sus perseguidos herejes y brujas. Una máquina de pensar en la memoria Ginzburg ofrece en Una historia sin final, en palabras de Antonio Gramsci, porque es “necesario atraer la atención hacia el presente tal como es, si se quiere transformarlo”.
Una historia sin final
Autor: Carlo Ginzburg
Género: ensayo
Otras obras del autor: En el taller de Dante; La letra mata; Aún aprendo; Ninguna isla es una isla; El queso y los gusanos; Historia nocturna
Traducción: Marcela Croce
Editorial: Ampersand, $ 29.900