En el mundo de los lectores de primeras frases de novelas –que vendrían a ser esos lectores que atesoran, recuerdan y citan con cualquier pretexto comienzos de novelas– hay un poco de todo: frases rimbombantes, como el comienzo de Lolita, y frases nada aparatosas, como “Durante mucho tiempo me acosté temprano”, de En busca del tiempo perdido. Luego hay arranques absolutos y a la vez sobrios, como el de la novela Del color de la leche, de la inglesa Nell Leyshon: “este es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano”. Tal como está, sin una sola mayúscula, precipitado, urgente, inquisitivo, porque la que escribe es una joven de 15 años, albina y con una pierna defectuosa, que vive con su familia en una granja de la Inglaterra rural de 1830, lo que significa miseria, muchos mendrugos de pan, y cultura cero, porque ¿para qué sirve la lectura cuando hay obligaciones tan perentorias como ordeñar una vaca?
“Crecí en un pueblo pequeño, bastante aislado, así que entiendo algo de los ritmos y las circunstancias de la vida rural –cuenta Leyshon–. Lo que a mí me interesaba cuando empecé a escribir la novela era dar voz a los que no la tienen”. Mary, la protagonista de la novela, no sabe leer ni escribir, hasta que su suerte cambia y su padre la manda a servir a la casa del vicario, donde tendrá acceso a los libros. “Quería escribir una historia sobre una niña que aprende a leer con la Biblia. La religión está muy conectada con el libro porque es una forma más de opresión para determinadas personas”.
Durante apenas 200 páginas asistimos al acongojante aprendizaje en primera persona de una niña humilde que arrastra el castigo de haber nacido mujer y coja. Mary es lista, es dura y en apariencia escéptica, pero también es vulnerable debido a su condición. Aunque lo cierto es que todo el mundo la pasa mal en la novela de Leyshon, no sólo nuestra protagonista, sino también la madre, las hermanas y el padre, que trabaja de sol a sol y a quien le está vedado el lujo de la compasión por sus hijas, a quienes les ha sido robado el futuro. “Una forma de mantener a una parte de la población sometida es no dándole educación. Creo que la gente subestima el logro que significa la alfabetización”, reflexiona la autora.
En su país, Nell Leyshon es una prestigiosa dramaturga. Ha ganado premios como el Richard Imison o el Evening Standard, ambos dedicados al teatro. También ha sido la primera mujer en llevar a escena una obra en el Globe Theatre de Londres en sus cuatro siglos de historia. “Mi vinculación con el teatro es muy fuerte, pero relativamente reciente. Era una desconocida hasta que en 2002 estrené una obra para la radio”. Al principio Mary estaba destinada a protagonizar una obra de teatro, pero la idea no cuajó del todo y Leyshon terminó retomándola tiempo después en forma de novela. “La historia me vino a la cabeza hace unos años, en un simposio para dramaturgos que organizó la Royal Shakespeare Company. Al principio no sabía bien qué hacer con ella, cómo plasmarla. Luego encontré la forma. Desde que me senté a escribir el texto hasta que terminé pasaron sólo tres semanas. Hay novelas que nos son concedidas como un regalo. Este es uno de esos casos ”.
Del color de la leche es una novela victoriana. De manera consciente o no –Leyshon sostiene que todo fue surgiendo sin meditarlo demasiado–, la autora sitúa en el corazón de la historia los grandes abismos entre regiones, clases y personas propios del incipiente capitalismo de una Inglaterra que todavía dependía de las rentas agrícolas pero que estaba a un paso de lo que Thomas Carlyle bautizó como the mechanical age. “Por lo general mis influencias son muy inconscientes. No me paro a pensar de dónde viene esta idea o la otra. Pero es cierto que la novela está teñida de cierto romanticismo y tiene algo que ver con los escenarios rurales de Thomas Hardy”.
Como en las “novelas de Wessex” de Hardy, Leyshon pone la atención en las regiones más antiguas y atrasadas de la Inglaterra rural del siglo XIX (previo a la subida al trono de la reina Victoria en 1837 y al potente y devastador desarrollo industrial del país).
La mujer como objeto de transacción, el determinismo social, la lucha silenciosa entre clases sociales que buscan cada una poner un pie en la de arriba, la tierra no ya como la ociosa e improductiva propiedad de la pequeña nobleza rural sino como durísimo ámbito de trabajo que encarna la maldición bíblica de ganarse el pan con el sudor de la frente. Este es el mundo que Leyshon recrea en Del color de la leche. “Mary no ha tenido acceso a la cultura, de modo que carece de cualquier conocimiento sobre sus derechos. Depende de su familia para alimentarse, para tener un techo donde cobijarse. Como es analfabeta, tampoco tiene acceso al dinero y, por lo tanto, no es autónoma, hasta que le es concedido un poco de libertad y hace con ella lo que puede. Mis personajes, la historia, abordan la pobreza fundamental para el hombre, que es la pobreza de la limitación humana”.