The Betrayal of Anne Frank: A Cold Case Investigation (La traición de Ana Frank: la investigación de un caso sin resolver), de la catedrática y poeta canadiense Rosemary Sullivan, publicada por HarperCollins en enero pasado, desató una ola de protestas. El libro condensa la investigación de un equipo en torno a por qué y quién entregó a la Gestapo la precisa dirección donde se escondían Ana Frank, su familia y otras personas, durante la ocupación nazi de Amsterdam. Ambo Anthos, la editorial responsable de la traducción del inglés al holandés del libro, anunció el pasado miércoles que retirará de la venta la edición. La decisión es a raíz del informe de seis historiadores de ese país sobre la investigación, a la que califican, “basada en una lectura evidentemente errónea de las fuentes, con adiciones inventadas y que de ninguna manera han sido objeto de una evaluación crítica”. Es que la misma concluye, o peor, señala a un notario judío como entregador de los Frank a cambio de salvar a su propia familia. Se trata de Arnold Van den Bergh, quien murió de cáncer en 1950, y su nieta Mirjam de Gorter ahora reclama a HarperCollins que retire de circulación la edición en inglés.
En la reclusión durante más de dos años, la adolescente Ana Frank escribió en tres cuadernos un diario que es testimonio de la persecución del pueblo judío y, a la vez, prueba irrefutable del Holocausto. Conocido en nuestra lengua como El diario de Ana Frank, tuvo una primera edición a cargo de su padre Otto en 1947 bajo el título Het Achterhuis (La casa de atrás). Al día de hoy existen decenas de traducciones y se estima una venta acumulada en más de 30 millones de ejemplares. El Fondo Ana Frank, radicado en Suiza, es quien recibe las regalías sobre la publicación.
En la entrada del sábado 27 de febrero de 1943, Ana escribe: “No te imaginas lo que ha sucedido. El propietario vendió este edificio, sin avisar antes a Kraler y Koophuis. La otra mañana vino de visita el nuevo propietario, acompañado de un arquitecto, para examinar la construcción. Afortunadamente, el señor Koophuis se encontraba presente; les enseñó toda la casa, salvo nuestro anexo”. Kraler y Koophuis también fueron detenidos por los nazis y sobrevivieron al campo de concentración, al igual que Otto Frank. Resulta llamativo que el grupo de investigadores no encontrara en esta cita a dos potenciales sospechosos, el nuevo dueño y el arquitecto. ¿Habrán leído el diario de Ana? Buena pregunta para un tal Vincent Pankoke, agente jubilado del FBI. Pankoke es el líder de 50 investigadores de “un caso sin resolver”, al mejor estilo FBI ante las cámaras. Tan es así que desde el sitio web del “caso Ana Frank” (www.coldcasediary.com) se dedica a contestar todas las críticas al libro de Sullivan.
“Las personas que insisten en su opinión de que Van den Bergh era una persona decente y, por lo tanto, no podía ser considerado el traidor, parecen muy centradas en los rasgos de su personalidad y minimizan o incluso ignoran el contexto en el que probablemente Van den Bergh decidió entregar las listas de direcciones a los nazis. Estos críticos están cometiendo un error fundamental, un error crítico que ha sido bien descripto por los psicólogos sociales desde la década de 1970. Se lo conoce como el “error de atribución fundamental”, también conocido como sesgo de correspondencia o efecto de sobreatribución”. Con este tono argumental Pankoke confirma que carece de evaluación crítica y menos autocrítica. Es más, el artificio corresponde al molde legal del sistema norteamericano (siempre tranquilizador), donde el FBI sufre un desprestigio histórico que incluye no prevenir el ataque al Capitolio luego de la derrota electoral de Trump. En sí, el pensamiento FBI no es universal, tampoco una herramienta que se puede aplicar a todo tipo de “casos”.
Esto opacó una línea de investigación que en 2016 plantearon las autoridades del museo Casa de Ana Frank. Los ocho arrestados en Prinsengracht 263 no fueron traicionados, sino descubiertos por agentes alemanes dedicados a delitos económicos durante la ocupación; Gezinus Gringhuis era uno de ellos. Allí funcionaba un taller clandestino y fueron a él luego de detener a dos trabajadores del mismo en las calles de la ciudad.
Ana escribió días antes de su captura: “Veo el mundo progresivamente transformado en desierto…”.