CULTURA
curaduria contemporanea

Las mediaciones y lo subterráneo

Licenciado en Artes, especializado en arte contemporáneo y nuevos medios, escritor, crítico y colaborador en libros, revistas de arte y catálogos, Rodrigo Alonso supo erigirse como uno de los curadores de arte más importantes del país. En esta charla con PERFIL habla de su rol, del mercado y del papel de los museos en el mundo de hoy.

Alonso. Actualmente cura junto a Katrin Steffen la presente exhibición de arte político de la Fundación Proa, Daros Latinamerica.
| Dario Batallan

Rodrigo Alonso es hoy uno de los curadores más prestigiosos del país; luego de Acción urgente (2014), su último trabajo para la Fundación Proa, cura junto con Katrin Steffen la presente exhibición de arte político de la fundación, Daros Latinamerica. A propósito del importante rol social que los museos y los nuevos espacios de arte cobraron en las últimas décadas, conversamos con él para dimensionar la relevancia de su práctica.
—¿Se puede pensar en el curador como un artista que trabaja en la dimensión de la metacomunicación?
 —Que sea un trabajo creativo no significa que sea un artista. Los artistas formulan con su obra un discurso y el curador enuncia un metadiscurso –el discurso curatorial–. Puede hacerse como un trabajo burocrático, pero se valora más de un curador que sea creativo.
—Sos curador independiente. ¿Cuáles son las búsquedas y a qué resiste un curador?
—Hay dos categorías de curadores. Los curadores con residencia trabajan como parte del personal de una institución, siempre con sus obras. En general, las instituciones tienen curadores especializados: de pintura, de fotografía, de diseño, sobre la modernidad, sobre la contemporaneidad... En ese sentido, el curador independiente tiene más protagonismo. Fuera de una institución trabajás cada proyecto desde cero, varios simultáneamente, sin relación entre sí, con artistas diferentes: hoy hago Colección Daros, próximamente Fototeca Latinoamericana  y Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata...
Retomando a Gilles Deleuze y a Félix Guattari, Georges Didi-Huberman se refiere a las exposiciones como máquinas de guerra; es decir, como espacios para pensar y confrontar el statu quo –o, por el contrario, para adjudicarse la última palabra y presentar ideas cerradas–. Además de referirse a este carácter de las exposiciones, Alonso explicita el discutido poder del curador para influir sobre la producción artística y las definiciones acerca de qué es, y qué no, el arte.
—Las exposiciones no son todas iguales. Algunas tienen objetivos más amplios, otras más específicos. ¿Por qué un curador hace una o la otra? Por sus convicciones. Ir hacia uno u otro lado implica significados. El arte contemporáneo debería ser un lugar de reflexión abierta; como decía Pasolini: “Si quiere dar un mensaje, llame por teléfono”, no hagas una película.
—Esas convicciones –ese poder– influyen en la persistencia de las técnicas y en la calidad del arte…
—El curador tiene poder porque decide lo que ves y cómo lo ves. Si defino que el foco de Daros Latinamerica será pintura exclusivamente, te quedás sin ver las instalaciones, los videos… El curador tiene mucha responsabilidad porque influye sobre la información y el conocimiento.
—Y en el mercado…
—A veces sí. Muchos coleccionistas importantes no compran directamente, sino que los asesoran curadores que les arman colecciones completas y con sentido. El caso del Malba es claro.
—¿Cómo funciona ese poder a nivel de la política pública?
—Son decisiones. El Bellas Artes ahora desarrolla una visión popular del arte, americanista. En otra época, todo lo que se mostraba era europeo. Esos cambios tienen consecuencias artísticas, políticas...
La variación de la función de los museos –de la catalogación y la conservación a la difusión y la promoción de la participación de la comunidad–, según Alonso, da cuenta del movimiento de la cultura producto de la influencia de la globalización, de industrias como las del turismo, del consumo y de los medios de comunicación. La fuerte transformación que atraviesa el mundo del arte, a la vez, actualiza el rol del curador.
—Antes sólo les interesaba ir a ver el arte contemporáneo a los artistas y a los especialistas. Hoy le interesa al público masivo, y por eso las ciudades deben ofrecer cosas nuevas para conocer.
—Además, los museos se comprometen con la educación…
—No sólo en Argentina. Hoy, instituciones como la Tate Modern y el Pompidou consideran otros públicos; por ejemplo, los turistas del mundo, los niños... Entonces, aparecen los curadores, los educadores. El arte contemporáneo tiene vías cada vez más complejas y el espectador no tiene por qué saber de todo.
Alonso, curador del pabellón nacional en la 54ª Bienal de Venecia (2011), señala que existen curadores con peso dentro de la escena del arte contemporáneo internacional, como el alemán Hans Ulrich Orbist, y explicita su preferencia por otros “más reflexivos”, como el brasileño Paulo Herkenhoff –con quien realizó en Proa la exhibición Arte de contradicciones. Pop, realismos y política. Brasil-Argentina 1960–, el mexicano Cuauhtémoc Medina  y el cubano Gerardo Mosquera, entre otros.
—También me interesa el nigeriano Okwui Enwezor, curador de la última Bienal de Venecia.
—Muy criticado...
—En 2002 le fue muy bien con la Documenta 11 porque se trata de un contexto más reflexivo y político. Venecia es un ámbito distinto. Los curadores funcionan en ciertos lugares y no en otros.