CULTURA
LA ENTREVISTA DE MAGDALENA A DANIEL RABINOVIH

"Les Luthiers toma de cada uno lo mejor"

Gracioso y polifacético, es uno de Les Luthiers, pero también actuó en miniseries de Stivel y en Algo habrán hecho, de Pergolini. Como escribano, es un buen escritor. Y además pesca, cultiva, juega al billar, está casado hace 45 años, tiene tres hijos, es abuelo y no oculta que se siente “mejor, imposible”.

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DE LA UNIVERSIDAD AL ESCENARIO. Sabe de leyes. Toca varios instrumentos. hace reir. Incursiona en cine y televisin. Publica cuentos. Se codea con el xito. Y sin embargo aora una Argentina que, dice, fue "un vergel" creativo | Cedoc

Todo aquel que alguna vez asistió a un espectáculo de Les Luthiers (y a esta altura deben sumar cientos de miles) debe haber admirado, gozado y compartido el histrionismo y los múltiples talentos de Daniel Rabinovich. Lo hemos escuchado cantar con una afinación perfecta, tocar la guitarra, empuñar los armatostes geniales que han transformado la ejecución musical. Pero Daniel (un hombre que posiblemente pensó en la abogacía como destino) también tiene otra historia para contar. Por eso pensamos que ése, el “otro”, merece tanta atención como el que conocemos.

—¿Y cómo es el “otro”?
—Yo diría que es un tipo bastante parecido a todos los demás, pero con un montón de aficiones. Una es la huerta. Otra es la lectura. Escribir. Escuchar música. Pescar. Navegar. Qué sé yo... Me gustan tantas cosas y he hecho tantas cosas en mi vida que por ahí es eso lo que llama la atención. También juego al billar y hago todas esas cosas con mucha afición. Lo que sí fue una especie de novedad fue la escritura. Ocurrió bastante después de los 50 años y, la verdad, es que no sé muy bien cómo empezó. Siempre me gustó escribir cartas. Desde chico escribía y recibía mucha correspondencia, coleccionaba estampillas...

—Pero ¿de quién recibías tantas cartas?
—De amigos, de primos, de tíos, de gente que viajaba a la que le pedía que me escribiera y yo, claro, contestaba. Pero nunca se me había ocurrido escribir otra cosa. Quizás alguna vez un poema, pero nada como para guardarlo. Hace unos seis años empecé a escribir cuentos y descubrí que me gustaba mucho la tarea de escribir. La tarea del escritor. Tanto me fascinó que sentí una especie de poder muy especial. Le mostré mis cuentos a Daniel Divinsky (de Ediciones De la Flor) y él me sugirió hacer un libro con todos ellos. Ahí me di cuenta, también, de que tenía el coraje de publicarlos. Porque una cosa es escribir y otra tener coraje para someterse a la opinión de los críticos y aguantarse cosas como, por ejemplo: “Sí, me gustó tu libro, pero es desparejo”. A lo mejor te lo dicen con la mejor buena onda, pero uno se pregunta: ¿cómo puede ser parejo un conjunto de veinte o treinta historias distintas?

—A la inversa, tampoco es muy creíble si te contestan: “Me gustaron todos”...
—Ahí me di cuenta de que me gustaba escribir, y vuelvo sobre el tema del poder. Yo trabajo en grupo desde muy chico, desde los veinte años. También he trabajado solo, pero, por supuesto que, en grupo, lo más importante que he hecho ha sido Les Luthiers, y la verdad e s que uno solito puede hacer solamente algunas cosas. Pero todo se socializa, se filtra, se potencia a través del grupo y también se limita a través del grupo. Uno solito con el papel, frente a la computadora, es el dueño de la historia, del ritmo, de la cara de los personajes. De cómo querés mostrárselos al lector. Ese poder es fascinante.

—Es notable que digas eso cuando Les Luthiers gozan de una permanencia de... cuarenta años, ¿no? Y de un éxito sin interrupciones. Parece que es un caso único en el mundo. El famoso grupo de Dave Brubeck, por ejemplo, duró muchos años haciendo música, pero terminó disolviéndose. Ustedes son un caso raro. Por eso me admira que vos tengas, “además”, una vocación tan fuerte por la escritura.
—Sí, pero dentro de Les Luthiers también se escribe. Todos los libretos son obra de los integrantes del grupo. Yo nunca escribí esos libretos. Quizá porque tengo una limitación o una incapacidad para hacerlo. Lo que sí escribo son partes actuadas. Actúo, improviso y eso, después, forma parte del libreto...

—Siempre pensé que los libretos eran de Marcos Mundstock...
—De Marcos, de López Puccio, de Jorge Marona. Ellos son los que más libretos escriben, y Carlitos y yo, no. Somos más bien los payasos. A mí me gusta mucho improvisar sobre lo que ellos escriben, y muchas veces esas improvisaciones quedan como parte del libreto.

—Lo que es notable es la naturalidad con la que pasás del violín a la guitarra, al canto, al “yerbatófono”. ¡Uno no puede menos que pensar que sos un superdotado! Creo, sinceramente, que de algún modo lo sos. Es un don de la naturaleza que has sabido trabajar...
—Creo que no. Que si vos me hacés cantar... bueno, te vas a encontrar con un señor que canta. A veces con dulzura y con afinación. Otras, no. No tengo, ni por asomo, una muy buena voz. Y en cuanto a la actuación, te vas a encontrar con un actor correcto, pero que puede errar. Lo que pasa es que Les Luthiers toma de cada uno lo mejor que tiene en cada momento. Entonces, si ves al grupo desde afuera, podés pensar en un conjunto de genios. A veces nos gritan: “¡Genios!”, y no hay tal cosa. Somos tipos normales. Pertenecemos, eso sí, a un estadío de un lugar y un momento que fue la Argentina del siglo pasado, Buenos Aires como núcleo sociocultural-judeocristiano productor de cosas y fenómenos...

—Como el Instituto Di Tella...
—Sí, por supuesto. Y también una educación universitaria de la mejor época de la historia de la UBA. La que fue desde el ‘55 hasta el ’66, y a la que fuimos todos nosotros. Todos dimos vueltas por allí. Eso, sin duda, marca un poco el orillo de Les Luthiers. Una especie de formación muy humanística y polifacética para cada uno de nosotros.

—Parte de un país que ya fue...
—No quiero pensar que ya fue. Todavía producimos arquitectos, artistas. Hay lugares como Rosario y Buenos Aires que producen tal cantidad de artistas que nos admira. Eso me parece fenomenal y creo que si logramos ordenarnos, bajar un poquito el desastre de la corrupción, la mala administración que estamos viviendo y la idiotez pública, con el contrapeso de la educación, ¡podemos volver a tener un vergel! Un pueblo que está realmente bendito porque hay gente creativa para todo...

—Volviendo a lo que decías antes: ¿por qué nunca escribiste un libro para Les Luthiers?
—Por sometimiento durante una buena parte de la historia, ¡por sometimiento a lo que eran las leyes Luthiers! El que escribía era Marcos, el que escribía la música era Gerardo (Masana), el director artístico era también él y Daniel, en cambio, era el abogadito, el que manejaba los papeles. Como que los roles estaban muy divididos y medio prohibidos. Pero eso fue un tiempo, unos años. Después me puse a escribir libretos de humor infinitamente peores que los de López Puccio, Marcos o Jorge, con lo cual era absolutamente ridículo que yo los escribiera. Así como era ridículo también que Jorge o Puccio cantaran o actuaran muy adelante en algunas canciones, porque ni son muy graciosos, ni cantan bien, etcétera. Entonces, claro, se fueron acomodando los roles, aun cuando el nuestro fuera un grupo algo inmóvil, pero con ciertos aleteos de movilidad. Los roles fijan mucho las posiciones. Yo creo que me decidí a escribir ficción, y ficción en serio, sin humor, un poco porque encontré allí un lugar donde no me limitara el grupo.

—¡Y sin la exigencia de que al grupo le gustara! Supongo que era un poco como una familia...
—Sí, sí. Aparte, la crítica, adentro, es brava. Hay que tener coraje para llevar allí una obra y proponer hacerla. Mostrársela a los otros cuatro. Con el tiempo, hemos aprendido a ser cuidadosos, pero no es fácil.

—Con ese nivel de talento, ciertamente, no. Pero también creo (y eso lo hablamos hace muchos años con Susana, tu mujer) que el único matrimonio que se mantuvo dentro de Les Luthiers fue el de ustedes. Las mujeres que estaban detrás de Les Luthiers seguramente no tuvieron la vida fácil y, en tu caso, con una mujer extraordinaria (abogada, mediadora, inteligente, etcétera), esto influyó positivamente en tu posibilidad de crear...
—Nunca tuve otros problemas que me distrajeran de la creación. Nunca. Y se lo debo a nuestra convivencia. Habremos tenido algún par de discusiones a lo largo de estos últimos 45 años que llevamos juntos, algunas semanas con caras raras, pero nos hemos llevado siempre muy, muy bien. Mejor, imposible. Mi mujer ha sido una gran ayuda para que yo sea un hombre feliz. No sólo en el plano familiar, como compañera y madre de mis hijos, ¡sino en el plano laboral! Yo he podido trabajar desde los veinte años hasta aquí en lo que me gusta. Yo laburo jugando. ¡Actúo, canto, zapateo, toco varios instrumentos, en lugar de estar manejando un taxi, ser un empleado de Tribunales o estar sellando sobres en alguna repartición nacional! Me divierto laburando. Me canso, sí, como cualquiera, pero lo paso fenómeno. Y esto ha sido gracias a la estabilidad que hemos tenido con mi pareja.

—Por supuesto, para disfrutar de tanta diversidad... ¿Y cómo fue la experiencia de Algo habrán hecho en televisión?
—Yo había hecho ya algunas cosas en televisión. Dos miniseries con David Stivel, hace muchos años. Una se llamó Los gringos y la otra La Historia. Fueron dos miniseries bastante largas y, luego, también hice una temporada entera de humor con Juana Molina. Además de un capítulo de Tiempo final, de los Borenstein, con un protagónico que compartí con Graciela Borges y Rodrigo de la Serna. Hice otras cosas también, que no recuerdo, y ahora me llamó Pergolini para un personaje de Algo habrán hecho. Yo había visto uno de los capítulos del año pasado, y me pareció fascinante. Sobre todo la idea del anacronismo de dos tipos en jeans y camioneta Ford transitando por la batalla de Caseros o discutiendo con Carlos Pellegrini. Me pareció genial. En buena medida, es mostrarle a todo el mundo, empezando por mí mismo, una historia de la cual uno conoce muy poco o apenas recuerda de los tiempos de la escuela. Entonces, cuando me llamaron para laburar ahí, contesté: “Sí, ¡por favor!”, y la verdad es que la pasé fenómeno. Fue un mes entero de trabajo rodeado de actores maravillosos. Me reencontré con Darío Grandinetti (él era Sarmiento), con quien ya había trabajado también en televisión. Y cuando vi todos los capítulos en DVD, realmente me parecieron buenísimos.

—¿Volverías a hacerlo?
—Si me llaman nuevamente, por supuesto que sí. Lo que pasa es que no sé si mi personaje (un tabernero) tendrá continuidad en los cuatro capítulos de 2007, pero si me llaman para otro personaje, lo haría sin dudar.

¿Y cómo fue la experiencia de cine?
—Me llamó Juan Taratuto para ser un abogado, un personaje chiquito y muy divertido, en Nadie dice que es fácil, su segunda película. Te acordás que en la anterior, No sos vos, soy yo, había trabajado Marcos (Mundstock) haciendo de psicoanalista, ¡y Taratuto ama tanto a Les Luthiers que quiere que siempre haya un Luthier en sus películas! Mi experiencia de ahora fue muy buena. Trabajé con Diego Peretti y Carolina Peleritti. Los dos muy buenos actores, y gente excelente.

—Y Peretti, con la genialidad que él sabe otorgarle a su impresionante nariz...
—Sí, es un dulce señor, lleno de talento. Estoy esperando ansiosamente el DVD de la película, que todavía no se ha estrenado. Pero mejor así. Las cosas que te interesan deben ser vistas en el cine, en una pantalla grande.

Cuando uno escucha tus relatos, y los de los otros Luthiers, no puede dejar de pensar en los ejemplos clásicos. Esos hogares (como el que aparece en la “Pequeña Crónica de Ana Magdalena Bach”) donde todos los chicos tocaban algún instrumento o cantaban o componían. Tus hijos ¿son músicos?
—Inés canta y es muy afinada, y puede cantar a dos voces. Lo hacemos desde que ella era chiquita, por lo que está muy acostumbrada. No toca instrumentos. Fernando, en cambio, toca el piano, un poco de guitarra y un poco de bajo, y no es afinado para cantar. Pero Inés es periodista, trabaja en ese mundo, y Fernando es ingeniero industrial. ¡Trabaja en una gran empresa que fabrica cosas para hacer cosas! ¡Y está muy mentalizado –Daniel se ríe alegremente– en eso de hacer cosas o cosas para hacer cosas!

—¿Les cantás a tus nietas?
—Sí, sí. Tanto como les cantaba a mis hijos. A veces, ellas también cantan conmigo. Mis nietas todavía son chiquitas. Bailan...

—Te gustaría que alguna de ellas tuviera dotes musicales?
—Me da lo mismo. Lo único que deseo es que sean felices. Lo que yo quise realmente para mis hijos es que pudieran elegir libremente. Toda nuestra lucha, con Susy, ha sido fomentarles, desde muy chicos, la facultad de decidir. Y con mis nietas quisiera que pasara lo mismo. Que sean libres.

—Está bien. Vos sos un hombre libre, lo cual forma parte de tu proyección hacia el público, de tu carisma. Y te lo digo porque sos de las pocas personas completamente libres. Hacés solamente lo que te gusta.
—Es cierto, dentro de lo que son las limitaciones de esta sociedad caótica. Pero sí, es verdad, soy todo lo libre que puedo.

—Y cuando Les Luthiers llevan sus espectáculos afuera, ¿a qué tipo de imposiciones tienen que adaptarse?
—Desde hace ya bastante, nuestros espectáculos van al exterior tal cual como se representan en Buenos Aires. Empezamos a viajar en 1973 y nos dimos cuenta, con terror, de que escribíamos muchas cosas muy locales, y en nuestras primeras giras en Venezuela y en México había que traducir canciones enteras. A partir de 1975 o 1976, cuando ya íbamos constantemente a España, empezamos a escribir “en argentino”, pero en un “argentino” comprensible. Por ejemplo, no usamos más la palabra “pollera”, ¡que en España significa fábrica de pollos! Usamos “falda”. Tampoco usamos más “canciones folclóricas”, porque la gente de otros países no entiende lo que estás parodiando. Pero eso no quita que hablemos como lo estamos haciendo ahora. Nunca usamos el “tú” ni “puedes” ni “ven”. Lo nuestro es “podés”, “vení”, pero tratamos de gambetear con toda elegancia las zonas del castellano argentinizado.

—¡Qué fabuloso debe ser sentir que le gustás tanto a la gente!
—A mí me da placer, agradecimiento. Me permite una forma de vida que una profesión liberal jamás me hubiera permitido. Pero, de verdad, no lo vivo como una sensación de poder. Muchas veces me siento una persona débil, muy falible, y pido ayuda. Como ya te lo he explicado, solamente cuando escribo he descubierto que me siento poderoso. A veces, con un gesto, una respiración, una cara, lográs que en un escenario seis mil ojos cambien de expresión. Pero eso me da placer, que es algo bien diferente del poder. Por otra parte, tampoco me interesa. Lo que yo quiero es ser feliz.