El 21 de mayo de 2000, Saturno entró en conjunción con Júpiter, lo que indicaba –según la visión tradicional de algunos astrólogos– que el mundo estaba a punto de cambiar. El pronóstico de lo que ello podía significar era nefasto porque Saturno se desplazaba hacia una conjunción con Aldebarán, una estrella fija conocida por provocar el hambre, la devastación y la guerra. Esa conjunción se produjo en 2002 y repitió un aspecto celeste que ya había coincidido con la Primera Guerra de 1914-18. Una década antes, varios astrólogos habían predicho que la próxima guerra mundial se libraría entre Occidente y el mundo islámico. Y no estaban errados.
Hasta el momento, el acontecimiento capital de ese conflicto fue el ataque suicida del 11 de septiembre de 2001 contra los Estados Unidos, planeado por Osama Bin Laden, un rico fundamentalista saudita, quien sentía un odio implacable por esta nación. (...) Un mes después, el Today’s Astrologer del 16 de octubre de 2001 advirtió “que un poderosísimo eclipse solar” había ocurrido el 1º de julio de 2000 en conjunción con el planeta Marte, que se hallaba en su caída en Cáncer, un signo regido por la Luna. El eclipse duró dos horas y cincuenta y un minutos, lo que significaba (conforme a la tradición) que sus efectos se harían sentir durante dos años y diez meses. (...)
En la misma tirada del Today’s Astrologer, otro astrólogo escribió: “ Todos los aspectos benéficos de Mercurio muestran el éxito de los ataques terroristas. El vuelo aéreo está indicado por Mercurio en conjunción con el ascendente en un signo de aire, en la décima casa, la de los enemigos secretos. Mercurio también rige la novena casa, la de los viajes y los extranjeros. La Luna está en Géminis en la novena casa, opuesta a Marte en Capricornio en la tercera, la de los viajes cortos, con Marte rigiendo la séptima casa de los enemigos declarados. El Sol se halla en conjunción con el Medio Cielo natal de los Estados Unidos. Saturno, en la octava casa en Géminis, indica muerte desde el aire. El hecho de que Mercurio en tránsito sea el regente de la séptima casa natal y esté en conjunción partil con Saturno en la décima, revela que la intención del enemigo era destruir al gobierno y al presidente (Virgo rige la décima casa) desde el aire”.
El aspecto lunar señalaba “ una conmoción emocional para los habitantes del país”. Dado que la Luna rige también la carta de la ciudad de Nueva York (fundada como Nueva Amsterdam el 16 de mayo de 1625, a las 8:52 de la mañana), con Cáncer en ascenso, “ este poderoso tránsito acarreará una inesperada agitación y perturbación emotivas”. Todo ello parece plausible e incluso ingenioso, pero es posterior al hecho. Retrospectivamente, es posible hacer que todas las cosas coincidan.
Sin embargo, un astrólogo parece haber acertado. El Sanedrín (la enseñanza del consejo de ancianos hebreos), que data de los tiempos antiguos, nos dice que “ un astrólogo puede determinar por medio de cálculos bajo qué planeta, en qué mes y en qué día específico una nación determinada sufrirá un ataque”. Esos astrólogos, si existen, deben ser escasos, pero los pocos que se ciñen a las técnicas tradicionales (matemáticamente rigurosas y harto exigentes) cultivadas por los griegos y árabes, y cuyo paradigma son las obras de Guido Bonatti, Girolamo Cardano o William Lilly, entre otros, son capaces de acertar, al menos de vez en cuando. Robert Zoller, un erudito latinista, medievalista y especializado en astrología árabe, vio venir el ataque del 11 de septiembre con claridad meridiana. Su predicción se desarrolla en una serie de pronósticos, cada uno de ellos más específico que el último.
En su boletín informativo de julio de 1999, Nuntius, dedicado a “ las predicciones según la astrología mundana y a breves artículos sobre la filosofía medieval y el ocultismo moderno”, escribió: “ Si los Estados Unidos no dejan de actuar con incompetencia, provocarán la depredación de aventureros como Osama Bin Laden, Saddam Hussein, Slobodan Milosevic (aún en el poder) y otros deigual ralea. Este es un llamado de advertencia”. A su entender, el peligro estaba representado por un inminente eclipse solar ocurrido el 11 de agosto de 1999, cuyos efectos durarían unos dos años y medio, conforme a los principios tolemaicos. Un año más tarde, en la edición de Nuntius de agosto de 2000, escribió: “ Hay una creciente amenaza para los ciudadanos estadounidenses, sobre todo para quienes viven en el litoral Este”.
Y al mes siguiente: “ Vuelvo a llamar la atención sobre la creciente amenaza del terrorismo islámico, que se hará sentir en los Estados Unidos. El periodo más peligroso: septiembre de 2001… La destrucción y la pérdida de vidas habrán de conmocionarnos a todos. Repito mi advertencia por tercera vez”. Y en una posdata, advirtió que en esa misma fecha el mercado de valores también sufriría “una conmoción de envergadura seguida por una aguda tendencia bajista”. Predicción hecha exactamente un año antes del ataque (...).
Frente a Antares, una de las cuatro reales estrellas de Persia conocida como “el observador de Occidente”, se encuentra otro “observador del cielo”, Aldebarán –la estrella más brillante de Tauro–, cuyo nombre proviene de una palabra árabe que significa “el siguiente”, pues se encuentra a continuación de las Pléyades. Tolomeo ya advirtió hace dos mil años que cualquier aspecto astrológico entre Aldebarán y Marte significaba una acción bélica peligrosa. Ambos se encontraban en oposición, con Marte en conjunción con Antares el 31 de enero de 2003, cuando el gobierno de Bush tomó la decisión de emprender la guerra. El momento no era el más oportuno.
Desafortunadamente, el horóscopo del presidente George W. Bush parece estar vinculado con acontecimientos terribles. Cuando el ascendente cae en una poderosa estrella fija, ello suele afectar visiblemente el destino de una persona. El ascendente de Dalí se encontraba en la estrella fija Propus, que le confirió fama; el de Freud, en Pólux, que le dio una mente sutil; el de Einstein, en Sirio, que le otorgó honores y renombre; el de Bush, en Praesepe, una de las agrupaciones de estrellas fijas más maléficas del cielo (...), que incita a la improvisación y conduce a la insolencia, la crueldad, la brutalidad y el desprestigio. Asociada, asimismo, con la ceguera (física o psíquica), denota a alguien que no puede ver con claridad las consecuencias de sus propios actos (Praesepe y la tosquedad son inseparables); significa, astrológicamente hablando, que el resultado de sus acciones suele ser el horror. (...).
Cuando le preguntaron a Aldous Huxley qué dirían los científicos si un prominente miembro de su grupo anunciara que cree en la astrología, él respondió: “ Dirían: ‘He aquí a un gran científico... con una manía’”. Al popular astrónomo Carl Sagan no le interesaba la astrología, pero se negó a firmar un manifiesto contra ella en The Humanist, donde firmaban 192 científicos, incluidos 19 premios Nobel.
En una carta al director, Sagan explicó: “ Me es imposible avalar la declaración de las ‘Objeciones a la astrología’ porque sentí, y sigo sintiendo, que el tono de la declaración es autoritario. La cuestión no reside en que la astrología tenga sus orígenes en la superstición, pues lo mismo se aplica a la química, la medicina y la astronomía. Analizar la motivación psicológica de quienes creen en ese arte me parece superficial en cuanto a su validez se refiere. No se conocía ningún mecanismo que diera cuenta del desplazamiento continental, hasta que fue propuesto por Alfred Wegner. Sin embargo, hemos comprobado que Wegner estaba en lo cierto, y que quienes recusaron su tesis estaban equivocados”.
En la práctica de la astrología, algunas predicciones se cumplen y otras no. Jacques Gaffarel, astrólogo de uno de los más astutos estadistas franceses, el cardenal Richelieu, la llamaba “el presagio del propio destino escrito en el cielo”; más precavido, Louis de Wohl hizo la siguiente observación: “ La astrología no es profecía. Se ocupa de tendencias, no de certidumbres, y tiene un amplio margen de error… pero da resultado”. Análogamente, Evangeline Adams escribió: “ El horóscopo no pronuncia ninguna sentencia… sino que advierte”, y agregó: “ La astrología no puede equivocarse. El infinito es inapelable”. En todo caso, puede discutirse su veracidad. Tal como sir Isaac Newton le habría dicho a Edmund Halley –que despreciaba la astrología–, en una réplica descortés: “ Yo, señor, he estudiado el tema, y usted no”.
Como sea, hubo suficientes predicciones que se cumplieron. He aquí una más. En el Berliner Auskunftsbogen de diciembre de 1958, un astrólogo alemán predijo la muerte del papa Juan XXIII para 1963. Y así pasó.
Nos gueste o no, un astrólogo puede decir que cuenta con el aval de figuras como Brahe, Galileo, Kepler y Newton en astronomía; Dante, Chaucer, Shakespeare, Dryden, Goethe y Byron en literatura; Platón y Ficino en filosofía; Aquino y Buenaventura en teología; J. P. Morgan y otros magnates en economía; la reina Isabel I y Charles De Gaulle en política; Boticcelli, Tintoretto, Durero y Hieronymus Bosch en pintura; Carl Jung en psicología; y Alejandro Magno, Darío de Persia, Adriano, al-Rashid, Lorenzo de Médicis y otros conquistadores. La lista es interminable (...).
Un caso de “ gemelos astrales”: el 4 de junio de 1738 nacieron dos niños con menos de un minuto de diferencia. Uno era William Frederick, más tarde coronado Jorge III de Inglaterra, y el otro James Hemmings, hijo de un ferretero (...). Ambos se casaron el 8 de septiembre de 1761, tuvieron igual número de hijos (¡la misma cantidad de niñas y varones!), sufrieron los mismos accidentes y enfermedades, y murieron el sábado 29 de enero de 1820 con menos de una hora de diferencia (...).
Se dice que, en noviembre de 1969, la NASA invitó a Cabo Kennedy a diez miembros de la Federación Estadounidense de Astrólogos, para el memorable lanzamiento del Apolo XII a la Luna. Dos días antes, el astrólogo Frances Sakoian anunció que la carta confeccionada para esa ocasión indicaba problemas con el combustible. Y ante la consternación de los oficiales y funcionarios allí presentes, hubo que reemplazar uno de los tanques antes del lanzamiento (...).
En la esfera de las finanzas, los astrólogos también han tenido un relativo éxito en cuanto a correlacionar las fluctuaciones del mercado con los ciclos planetarios, y varios bancos de Londres cuentan hoy con “astroeconomistas” entre su personal. La astroeconomía es tan antigua como la astrología misma. Hace 4.000 años, los babilonios utilizaban los planetas para prever las buenas y malas cosechas, lo que implicaba mayores o menores ganancias para los comerciantes. En la antigua Roma y en la Europa medieval y renacentista, la mayor parte de la gente culta rastreaba sus perspectivas económicas en las estrellas. Los musulmanes utilizaron puntos del cielo para examinar la evolución de los bienes individuales (...).
Aveni, un escritor dedicado a las estrellas, asegura que “ el deseo de construir un zodíaco está motivado por nuestra tendencia a buscar lo familiar en lo ignoto y de expresar lo desconocido en función de lo que conocemos... Les prestamos atributos mundanos a las fuerzas invisibles de la naturaleza, inventamos el cosmos a partir de nosotros mismos” (...). Y dijo el naturalista John Burroughs: “Estamos en el cielo en la misma medida en que siempre lo estuvimos. Si un hombre estuviera en las Pléyades, no por eso estaría más en el cielo que un borracho en una zanja”.