Restos. Lo que queda de una civilización cuando ya no hay quien la comprenda: ruinas. Las ruinas son los signos que nos envía el pasado para no morir, para seguir insistiendo en la batalla por darle sentido a este vacío esencial que somos. ¿Qué somos? Somos los que nos preguntamos por el sentido del mundo (de un mundo cuyo sentido, precisamente, es no tener sentido). En ese loop irónico y sin fin del sinsentido del mundo hay breves fases en las que brilla un destello optimista: es nuestra forma de interpretar las ruinas, lo que sobrevive a la destrucción. Aquello sobre lo que fundamos nuestra civilización. Para tener este presente necesitamos el pedestal de aquel pasado. Sin aquellos restos no habría estas posibilidades. Elba Bairon es nuestra gran arqueóloga, la que les da sentido (un sentido provisorio e incierto, que apenas titila) a las ruinas que ella misma produce.
Bairon fue pasando del dibujo al objeto, del objeto a la escultura y de la escultura a la instalación, sin salir nunca del dibujo, del objeto, de la escultura ni de la instalación. Su muestra actual es, a la vez, dibujo sobre el espacio, escultura en acto e instalación. En la sala de la planta baja del Malba se ve una serie de estatuas (algunas de las cuales se repiten, aunque colocadas de manera distinta) que se intersecta con una serie de maquetas de edificios utópicos-religiosos (esos edificios parecen sacados de nuestra infancia, cuando la palabra “zigurat” remitía a creencias atávicas, extrañas, tan antiguas que podían servir de pretextos para historietas futuristas). Con esa intersección de series heterogéneas, Bairon construye un mundo desolado y promisorio.
Desde hace tiempo los objetos, las esculturas y las instalaciones de Bairon (incluso sus dibujos) carecen de color, o apenas recurren a él de manera marginal, lo que termina resaltando el blanco como componente cromático esencial. No es anecdótica esa apuesta radical por lo esencial: carentes de color y de tema, sus figuras se desfiguran. Nada, en manos de Bairon, es definido. Todo es un estado dentro de un proceso ininterrumpido, nos muestra condensaciones provisorias de un mundo que fluye.
A la manera de un Duchamp o una Maresca, Bairon más que una artista, es una chamana: la que conecta a la tribu con los espíritus. No nos enfrenta con resultados, con algo que podríamos atesorar: nos propone la experiencia de la desnudez. No hay nada cierto ni cómodo ni definible en estos objetos puestos en un orden sin ninguna otra regla que el abandono de toda regla (incluso la del abandono de todas las reglas). Estos objetos de Bairon no tienen rótulos ni conceptos que expliquen nada. Producen desconcierto. No los podemos aprender racionalmente (no le dicen nada al saber). Invitan a creer en algo, pero no sabemos en qué. Indican, eso es seguro (¿seguro?) que hay mundo fuera del lenguaje. Pero ¿hay mundo fuera del lenguaje?
Nunca sabemos del todo qué dice una obra de Bairon, porque no emite mensajes sino que produce efectos. Lo suyo es una religión sin dios (como el budismo o el taoísmo): hay mundo fuera del lenguaje porque el arte (cuando logra esta intensidad) sana y salva. Milagrosamente.
Elba Bairon
Malba. Av. Figueroa Alcorta 3415
Juev. a lun. de 12 a 20 hs., miérc. hasta las 21.
Entrada general: $ 40